Es un símbolo de la posibilidad de que la fe en Jesucristo aún es capaz de movilizar corazones y voluntades para el cambio social efectivo.
Se cumple ya medio siglo del asesinato de uno de los principales líderes afro-americanos de Estados Unidos. Para colmo de males, fue un pastor bautista cuya parroquia consistió en los millones de ciudadanos, hombres y mujeres, que eran segregados por el color de su piel. A diferencia de otros religiosos, como Billy Graham, su labor fue mucho más allá de la invitación a la conversión: ejerció el extraordinario don discursivo con el que contaba, para hacer de la oratoria un instrumento profético y liberador. Fruto de un sector del protestantismo que, en ocasiones, inevitablemente se orienta hacia las luchas civiles, fue atacado sin piedad por un régimen que intentó acabar con su reputación, sin conseguirlo. El día que lleva su nombre, de manera oficial en Estados Unidos, es el tercer lunes de enero de cada año, aproximadamente la fecha de su nacimiento, el 15 de enero de 1929. Existe una página oficial de la conmemoración de su muerte.
Doctor en teología por la Universidad de Boston (1955), fundó la Conferencia de Dirigentes Cristianos del Sur (SCLC) y dirigió la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color (NAACP). Fue asesinado en un año crucial para la historia de su tiempo, que en América Latina coincidió con el surgimiento de la teología de la liberación (Rubem Alves concluía su tesis doctoral en Princeton) y la celebración de la asamblea del Episcopado Latinoamericano en Medellín, Colombia, su muerte representó uno de los puntos más altos de la protesta cristiana en contra de la injusticia. Su figura ha unificado a los cristianos de todos los credos y confesiones y, tal vez solamente después de Dietrich Bonhoeffer, es un símbolo de la posibilidad de que la fe en Jesucristo aún es capaz de movilizar corazones y voluntades para el cambio social efectivo. Su adscripción práctica a la idea gandhiana de la no violencia seguirá inspirando la lucha de movimientos por todo el mundo.
Escribe, con justa razón, Jan Martínez Ahrens:
Cuando murió, King ya era eterno. Había pronunciado 2 500 discursos, ganado el Premio Nobel de la Paz, encendido el alma de millones de americanos y denunciado la injusticia de un siglo injusto en piezas maestras de la oratoria. Él mismo, con 39 años, intuía que no le quedaba sitio en este mundo. La noche anterior, en su último sermón, el reverendo había dado a sus palabras un tono profético. Citando el Deuteronomio, habló de la proximidad de su fin y de la posibilidad de morir a manos de un “hermano blanco enfermo”.[1]
La revista cubana Caminos, del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr., dedicó en 2008 un número monográfico en ocasión del 40º aniversario de su muerte, que incluye textos de diversa procedencia, como una entrevista con Cornel West, y otros de Vincent Harding, Mumia Abu-Jamal, Gerard Lenoir y Raúl Suárez.
Varios de sus libros de sermones y discursos han sido publicados en castellano: Por qué no podemos esperar (1964), La fuerza de amar (1968), El clarín de la conciencia (1968), Hacia dónde vamos: ¿caos o comunidad? (1968). El sermón “Fuertes de espíritu, tiernos de corazón” y la “Carta de Pablo a los cristianos americanos”, incluidos ambos en La fuerza de amar, son textos sumamente creativos y directos. Muy bien haría la membresía de muchas iglesias en leerlos para así comprender más de cerca la manera en que puede ponerse en práctica una auténtica teología política desde los púlpitos. La predicación de King era no sólo intensa y arriesgada sino profundamente bíblica, y está anclada en la historia de sufrimiento que su pueblo ha experimentado durante décadas. Acercarse a ella es escuchar la voz ancestral de un conjunto de creyentes que han recibido sinceramente el evangelio de Jesucristo, pero que se conduelen hasta lo más hondo de la gran hipocresía de quienes les compartieron ese mensaje. Concluimos con una breve muestra del pensamiento condensado de Martin Luther King, Jr.
1963 no es el fin, si no el principio. Y los que pensaban que el Negro necesitaba desahogarse para sentirse contento, tendrán un rudo despertar si el País regresa al mismo oficio. No habrá ni descanso ni tranquilidad en América hasta que al Negro se le garantice sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán a sacudir las bases de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia. Pero hay algo que yo debo decir a mi gente, los cuales están parados en el umbral gastado que conduce al palacio de la justicia.
En el proceso de ganar el lugar que nos corresponde, no debemos ser culpables de hechos censurables. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad con tomar de la taza de la amargura y del odio. Siempre tendremos que conducir nuestra lucha en el plano alto de la dignidad y disciplina. No podemos permitir que nuestras protestas creativas se degeneren en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas del encuentro de la fuerza física con la fuerza del alma. (“Yo tengo un sueño”, 1963)
En primer lugar se debe indicar que la resistencia no violenta no es un sistema para cobardes, ya que se resiste... El método es pasivo físicamente, pero extraordinariamente activo espiritualmente. No es una no-resistencia pasiva ante la maldad; es una activa no violencia ante la maldad.
El poder sin amor es peligroso y abusivo, el amor sin poder es sentimental y anémico. El mejor poder es el amor que implica la petición de justicia, y la mejor justicia es el poder que corrige todo lo que pone obstáculos al amor.
Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos.
No sé qué ocurrirá ahora. Tenemos días difíciles frente a nosotros […] Como a todos, me gustaría tener una vida larga. […] Pero eso ahora no me preocupa. Solo quiero cumplir la voluntad de Dios. Y él me ha permitido subir a la cima de la montaña. Y desde ahí he visto la tierra prometida. Puede que no llegué a ella con vosotros. Pero quiero que esta noche sepáis que nosotros, como pueblo, alcanzaremos la tierra prometida. Y estoy feliz por ello. Nada me preocupa. No temo a ningún hombre… (Discurso en el Templo Obrero de Memphis)
Ésta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual yo regreso al Sur. Con esta fe podremos labrar de la montaña de la desesperación, una piedra de esperanza. Con esta fe podremos transformar el sonido discordante de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, pararse juntos por la libertad, sabiendo que algún día seremos libres, y este es el día. Éste será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar con nuevos sentidos: “Mi país es de ti, dulce tierra de libertad a ti yo canto. Tierra donde mi padre murió, tierra del orgullo de los peregrinos, de cada lado de la montaña, dejemos resonar la libertad." Y si América va a ser una grande nación, esto tendrá que hacerse realidad. (“Yo tengo un sueño”, 1963).
Podéis hacer lo que queráis, pero nosotros seguiremos amándoos... Metednos en las cárceles y aun así os amaremos. Lanzad bombas contra nuestras casas, amenazad a nuestros hijos y, por difícil que sea, os amaremos también. Enviad en las tinieblas de la medianoche a vuestros sicarios a nuestras casas, amenazad a nuestros hijos, y aún estando moribundos, os amaremos. Enviad a vuestros propagandistas por todo el país para decir que no estamos ni culturalmente ni de ningún otro modo preparados para integrarnos en la sociedad y os seguiremos amando. Pero llegará un día en que conquistaremos la libertad y no sólo para nosotros: os venceremos a vosotros y conquistaremos vuestro corazón y vuestra conciencia y de este modo nuestra victoria será doble.
Quisiera instaros para que concedieseis prioridad a la búsqueda de Dios. Haced que su espíritu penetre en vuestro ser. Lo necesitaréis para responder a las dificultades y provocaciones de la vida. Antes de que la nave de vuestra vida atraque en el último puerto, habrán largas, arrolladoras tempestades, vientos rugientes y arrasadores, y mares tempestuosos que helarán el corazón. Si no tenéis una fe profunda y paciente en Dios, seréis impotentes para enfrentaros con los retrasos, desengaños y vicisitudes que inevitablemente se producen. Sin Dios, todos nuestros esfuerzos se vuelven ceniza, y nuestros amaneceres noches oscuras. Sin Él, la vida es un drama absurdo en el que faltan las escenas decisivas. Pero, con Él, podemos levantarnos por encima de valles agitados hacia alturas sublimes de paz interior y encontrar radiantes estrellas de esperanza en las profundidades de las noches más deprimentes de la vida. Como muy bien dice San Agustín: “Nos habéis creado para Vos, y nuestro corazón no descansará hasta que repose en Vos. (“Las tres dimensiones de una vida completa”).
Permitidme que dirija unas palabras a aquellos de entre vosotros que son víctimas del odioso sistema segregacional. Tenéis que continuar trabajando apasionada y vigorosamente por vuestros derechos divinos y constitucionales. Sería cobarde e inmoral que aceptaseis pacientemente la injusticia. En buena conciencia, no podéis vender el derecho de nacer a la libertad por un plato de sopas segregadas. Perseverando en vuestra justa protesta, permaneced siempre alerta para combatir con métodos cristianos y con armas cristianas. Aseguraos también de que los métodos que empleéis sean tan puros como el fin que perseguís. No sucumbáis nunca a la tentación de la ira. Cuando ejerzáis presión en pro de la justicia, estad seguros de que actuáis con dignidad y disciplina, utilizando como arma principal el amor. No dejéis nunca que nadie os empuje hasta llegar a obligaros a odiar. Evitad siempre la violencia. Si en vuestra lucha sembráis la semilla de la violencia, las generaciones venideras cosecharán el caos de la desintegración social. (“Carta de Pablo a los cristianos americanos”).
[1] J. Martínez Ahrens, “La lluvia que mató a Martin Luther King sigue cayendo sobre EE UU”, en El País, 4 de abril de 2018, https://elpais.com/internacional/2018/04/03/actualidad/1522748570_422069.html.
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