Monsiváis fue investigador en el INAH de México hasta muy cerca de su muerte. Para honrar su memoria, se abrió la cátedra que lleva su nombre y el escritor Juan Villoro fue el encargado de inaugurarla.
O ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba entendiendo. C.M.
Una de las facetas del escritor mexicano de formación protestante Carlos Monsiváis (1938-2010) menos conocidas por el gran público fue su colaboración de largo tiempo en la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Durante una larga etapa que abarcó desde marzo de 1972 hasta muy cerca de su muerte, Monsiváis fue investigador en esa institución, la cual para honrar su memoria abrió la cátedra que lleva su nombre.
Para inaugurarla, el escritor Juan Villoro fue el encargado de leer un texto el 2 de septiembre de 2015, del cual se publicó una primera versión en la revista Letras Libres.
Luis Barjau, miembro del consejo de la Cátedra Monsiváis, en el prólogo del volumen que recoge la conferencia de Villoro (junto con la reedición de Nada me es ajeno. Papeles sobre Carlos Monsiváis, de Adolfo Castañón, los más recientes libros sobre este autor), aderezado con fotografías inéditas del archivo familiar, explica las razones para la creación de la misma:
Monsiváis resulta difícil de catalogar: autor erudito, personaje emblemático, a caballo entre la academia y las calles, con una obra inabarcable y difícilmente clasificable, implica una propuesta intelectual que no muchos pueden asimilar o aceptar. Pero la segunda mitad del siglo XX y la primera década del XXI no son asequibles del todo sin recurrir a su obra. La Cátedra cuenta entre sus objetivos el ofrecer pautas de la memoria, de la lectura incansable, del cuestionamiento y la curiosidad hiperdocumentada por lo social, del ejercicio de la crónica, el del ensayo y de la historia.1
La Cátedra surgió para promover el estudio de la vida y obra del investigador Monsiváis, quien de forma perseverante y atenta indagó en el siglo XIX muchas de las razones del comportamiento del México de su momento.
También abordó, ya en el siglo siguiente, la cultura en sus expresiones más prestigiosas y clásicas, además de la cultura popular, acerca de la cual se volvió uno de los más notables expertos.
Entre 2003 y 2010, agrega Barjau, Monsiváis coordinó el Taller del Libro, es decir, un espacio en el que se leerían los best-sellers del siglo XIX: “las más populares lecturas que informaron la tradición conservadora mexicana” (p. 17). Porque si algo lo fascinó, aunque estuvo siempre en contra de esas posturas ideológicas, fue el “festín cultural” de la derecha en varias de sus manifestaciones.
En el taller mencionado se revisaron las más diversas temáticas: “los procesos de secularización, la generación de los modernistas, las crónicas de José Martí, los imaginarios colectivos en la formación de la nación”, entre otras.
Su visión de la identidad propia, resume Barjau, bien podría asociarse al Protágoras platónico y al poema “Tabaquería”, de Fernando Pessoa.
Cronista de toda la vida, desarrolló un estilo que a muchos se les indigesta (y que ha hecho muy difícil su traducción a otros idiomas). Al abarcar la crónica política, la crítica y el análisis literario de autores nacionales y extranjeros, sus diferentes registros “son de consulta obligada para la comprensión del desarrollo sociocultural en la historia reciente” (p. 22).
En última instancia, Monsiváis dio continuidad a la obra de autores como Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio, Guillermo Prieto, colosos de la corriente liberal en el México del siglo XIX, a quienes admiró profundamente, y de otros más recientes como los Contemporáneos, Salvador Novo (especialmente), Efraín Huerta, José Revueltas, y quienes fueron sus estrictos contemporáneos, Sergio Pitol y José Emilio Pacheco, amigos suyos muy cercanos.
Toda esta exposición de Barjau desemboca en la explicación de la elección de Juan Villoro (nacido en 1956) para ser el encargado de “esbozar con preclara objetividad la naturaleza intelectual, política y social” del autor homenajeado (p. 24).
Villoro fue escogido porque, en cierto modo, es “heredero de su acción y obra, de su paradigma moral y de su ética reivindicatoria”. La conferencia magistral que presentó Villoro, en efecto, cumplió con creces la encomienda, pues demostró el conocimiento que tiene de la obra monsivaiana y las afinidades que ha desarrollado en su propio trabajo escritural.
De ahí que la primera parte del libro concluya con un apunte biobibliográfico sobre el conferencista de la pluma de María Asunción Esquembre, profesora de la Universidad de Alicante.
El tono del texto de Villoro se mueve, efectivamente, en las coordenadas del cronista Monsiváis, puesto que inicia con el sabor costumbrista de quienes, al buscarlo directamente en su casa, se sumaban a una amplia cohorte de seguidores incondicionales con los más diversos fines y motivos, desde solicitar una entrevista hasta tratar de venderle algún objeto antiguo para alguna de sus colecciones.
El “rango de gurú” que alcanzó Monsiváis, tan cuestionado por varios de sus detractores (señaladamente Luis González de Alba y René Avilés Fabila), lo convirtió en un auténtico imán para quienes buscaban su atención o su apoyo. Lo mismo firmaba una carta abierta que se sumaba a los proyectos más disímbolos, eso sí, no sin antes externar la primera impresión que le venía a la mente.
“Monsiváis fue un personaje escapado de sus libros” (p. 32) afirma Villoro y lo demuestra al referirse a ese mercado que rodeaba la puerta de su casa en determinados momentos. “Nadie ha leído sus obras completas por la sencilla razón de que no se han publicado”, agrega.
Y en ese tono continúa para pintar, progresivamente, el retrato del cronista de la colonia Portales de la Ciudad de México. En la sección “Todas mis primeras decisiones son póstumas” revisa los orígenes familiares y religiosos de Monsiváis, algo que éste nunca ocultó y que, en buena medida, le proporcionó una especie de “orgullo cultural”.
Su protestantismo, siempre reivindicado y exhibido al lado de sus saberes bíblicos inescapables, le hace recordar a Villoro lo dicho por el autor de Principados y potestades (su primer libro de crónicas, de 1969) en una conferencia de 1965, que cita ampliamente:
De los participantes de este ciclo, soy el único que admira la labor del Ejército de Salvación. Esta declaración no pedida es la sutil manera de indicar que nací, me eduqué y me desenvuelvo en el seno de una familia tercamente protestante. Firmes y delante, huestes de la fe. Aprendí a leer sobre las rodillas de una Biblia, a cuya admirable versión castellana de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera debo la revelación de la literatura que después me confirmarían La institución de la vida cristiana [sic] de Juan Calvino (traducido por De Valera), El paraíso perdido, de Milton y las letras, no siempre felices, de la himnología bautista, metodista y presbiteriana (pp. 35, 37).
Como comenta Villoro: “Este pasaje sugiere un contacto devocional con la cultura” (énfasis agregado) que demuestra, también, el enorme apego que Monsiváis tuvo hacia esa versión de la Biblia, que nunca abandonó, citándola y parafraseándola hasta el hartazgo. Asimismo, el autor encuentra relación entre esa orientación religiosa y Nuevo catecismo para indios remisos (1982), el único libro de ficción de Monsiváis, donde “hace una peculiar adaptación de la hagiografía cristiana a la sociedad del espectáculo”, y en el que “lejos de toda beatería, el autor […] era un moralista”.
Esa visión religiosa transfigurada no lo dejó nunca y en buena parte de sus textos reaparece para dotar su escritura de una dimensión crítica y satírica que no siempre fue bien entendida.
Tal vez por ello decía que algunos de sus amigos protestantes siempre lo invitaban “a cosas serias”, porque como recordó Mario Édgar López Ramírez, luego de su muerte: “A Carlos, como a muchos evangélicos que se disponen a traspasar fronteras intelectuales, el protestantismo le imprimió ‘una estructura moral que, con sorprendente malevolencia, vuelve a mí en los momentos menos oportunos’: éste es el sino constante de los protestantes casi en cualquier parte del mundo”.2
1 J. Villoro, El género Monsiváis. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2017, p. 16. Este título proviene de un comentario de Octavio Paz, quien definió en 1978 a Monsiváis como un género literario aparte. La cita completa es como sigue: “Carlos Monsiváis me apasiona. No es ni novelista ni ensayista, es más bien cronista; pero sus extraordinarios textos en prosa, más que la disolución de estos géneros, son su conjunción. Un nuevo lenguaje nace en Carlos Monsiváis: ¿el lenguaje de un muchacho callejero de la Ciudad de México? Un muchacho que ha leído todos los libros, todos los cómics, ha visto todas las películas. Monsiváis es un nuevo género literario” (cit. por Sergi Doria, en www.barcelonametropolis.cat/es/page.asp?id=22&ui=89&prevNode=35&tagId%20=Sergi%20Doria).
2 M.É. López Ramírez, “Los protestantes siempre me invitan a cosas serias”, en Folios, Instituto Electoral y de Participación Ciudadana del Estado de Jalisco, año III, núm. 20, otoño de 2010, www.revistafolios.mx/www.revistafolios.mx/los-protestantes-siempre-me-invitan-a-cosas-serias.
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