La "solución" no es prohibir canciones ni otras expresiones artísticas, no es aceptar que alguien decida por nosotros qué está bien y qué no.
Crecí en unos años 80 rarunos, coloridos y horteras, que supusieron mi entrada y mi salida de la adolescencia, con todo lo que eso conlleva de tontería y descubrimiento a partes iguales.
Las habitaciones de algunos hermanos mayores de amigos eran almacenes de sabiduría, los Spotify de la época concentrados en un cubículo llenos de calcetines por los suelos; de pósters de cantantes con el pelo crepado, de Maradona o de De Niro boxeando como LaMotta o chuleando ante un espejo como Travis Bickle; de libros desgastados, o de unos incipientes ordenadores Spectrum o Commodore con menos memoria que el pez ese que viaja con Nemo. Musicalmente, mis incursiones podían ir del punk de The Clash al virtuosismo (o así lo veía yo) de los Dire Straits; del rock duro de Van Halen a los guilty pleasures en plan Modern Talking o Sandra; de la sofisticación de Talking Heads a la urgencia de los Ramones. No había criterio, solo ganas.
Pero recuerdo, especialmente, dos discos de dos grupos españoles que tomé "prestados" un día a uno de esos hermanos y que, años más tarde, descubrí que nunca devolví. Eran De un país en llamas, de Radio Futura y El ritmo del garage, de Loquillo y los Trogloditas. Han caído los dos, de la banda de Auserón y compañía, fue el tema que me sedujo de entrada: un ritmo adictivo, un tono chulesco delicioso y una letra críptica, preciosa, poética, rara, compleja, bizarra. Sí, todo eso. Una canción que hablaba de dos (¿Qué dos? Daba igual) que caían fulminados al suelo, en la misma prisión, en una guerra que nadie pudo vencer, que encontraban sentido a un enigma, dos marionetas, dos barcos sin rumbo y más, mucho más. Radio Futura fue una de las formaciones que más hizo por la interculturalidad, por fusionar estilos, por beber del rock y el pop, pero también del blues pantanoso, del flamenco y del son cubano. Rompió estereotipos musicales, acercó culturas. Y ahora, aparece en una lista de “machistas”. Pues vale.
Y luego estaba Loquillo y sus Trogloditas: rock urbano que unía a un compositor superdotado como Sabino Méndez y al propio Loquillo, un frontman tamaño pívot y de tupé imposible que sigue siendo uno de los más impresionantes que he visto en el rock hispano. De hecho, estuve en varios de sus conciertos, verdaderas fiestas de cadillacs, lindas, Barcelona, Madrid, camiones, malas reputaciones, gatos en un callejón y esos versos de “en primavera en las calles, la sangre hierve”.
Cuál fue, pues, mi sorpresa cuando leí que en un pueblo, Torrijos (Toledo), habían elaborado una lista negra de canciones que no podían sonar durante sus fiestas por “sexistas”. Y entre ellas, Corazón de tiza, de Radio Futura, y La mataré, de Loquillo. Además de alguna de La Unión (otro referente ochentero básico) y de otros que no forman parte de mi banda sonora como Alejandro Sanz o Maluma.
“Y si te vuelvo a ver pintar un corazón de tiza en la pared, te voy a dar una paliza por haber escrito mi nombre dentro”. Esta es la frase que el censor de Torrijos ha marcado con un rotulador amarillo fosforito. En el caso de Loquillo, es cierto que la letra es muy explícita acerca de un hombre que, al sentirse engañado por su pareja, desea matarla, desea “verla bailar entre los muertos”. Hace años leí una entrevista con Sabino Méndez contando cómo quiso meterse en la piel de un maltratador y narrar su sentimiento desde dentro de su cabeza, en primera persona. Así nació este tema, pero el censor de Torrijos no tiene ganas de profundizar demasiado.
No negaré que hay algunas letras de grupos reggaetton que cuestan de digerir (y mucho), pero el problema es saber dónde situar el listón. ¿Aceptarán en Torrijos representar obras de Shakespeare plagadas de asesinatos, celos, incesto, traición y engaño? ¿Tolerarán una canción de amor del Dúo Dinámico, pulcros y sonrientes ellos, dedicada a una niña de 15 años? ¿Pincharán algo de Paquita la del Barrio, con sus rancheras demoledoras como Rata de dos patas? ¿O algún tango arrabalero de venganza y honor en un callejón? ¿Proyectarán películas con psicópatas varios? ¿Renegarán de las murder ballads, basadas en el cancionero popular americano, de Nick Cave? ¿O del Ojalá de Silvio Rodríguez, para buscar un ejemplo que se pueda vincular con el imaginario más progre, un tema de desamor crudo, directo y acusado de machista? ¿Permitirán una charla sobre arte clásico con estatuas mostrando cuerpos desnudos? ¿O cuadros con violencia explícita de Goya? Hasta el Every breath you take, uno de los temas más asequibles de Police, ha sido acusado de machista y posesivo.
Hoy ya no están en boga, pero los mismos Payasos de la Tele (ya saben, Gaby, Fofó, Miliki y esa retahíla inacabable del clan Aragón) cantaban aquello de la niña que no podía jugar porque tenía que planchar. Y ya no entro en algunas canciones y portadas de grupos como Scorpions, Guns’n’Roses y otras bandas del ámbito del hard rock y hasta del heavy, ya que al censor de Torrijos le darían las tantas dilucidando y tachando. Y de Eminem o de Public Enemy ya ni le hablo, que el pobre hombre no duerme en semanas.
Este verano, un cine de Memphis (Tennessee) retiró de su programación la película Lo que el viento se llevó (1939) tras recibir quejas que calificaban el film de racista y de homenaje al supremacismo blanco. Que sí, que la peli retrata una especie de relación idílica entre amos y esclavos en el Sur de los Estados Unidos. Que no, que la peli no hace crítica a ese sistema y ni siquiera muestra los abusos que sufrían. Y sí, opinión personal cinéfila, es una peli algo cansina y sobreactuada, pero ¿Hay que prohibirla?
Y si Radio Futura no suena en Torrijos, tampoco pasa nada. Ellos mismos acabaron disolviendo el grupo cuando vieron que su creatividad quedaba condicionada por la industria musical del momento. Hasta Santiago Auserón cambió su nombre artístico por el de Juan Perro para adentrarse en la investigación acerca de la música tradicional cubana y en la composición y producción vinculadas a otros estilos. Un músico en toda regla, vaya, que llegó a publicar un ensayo sobre el influjo negro en la canción española, pero que para el señor o señora toledano no es más que un machista. Viva la simplificación.
A ver, ¿y si resulta que todo pasa por nuestro criterio y nuestra responsabilidad? Dios nos da ese criterio, esa capacidad de ver, escuchar, leer y saber separar lo bueno de lo malo. Siempre será un posicionamiento subjetivo, dirán algunos. Pues sí, faltaría más. Nos da discernimiento para atacar y condenar la violencia, el machismo, el racismo, la intolerancia, el acoso o cualquier otro tipo de abuso e injusticia social. Nos lo da, sí. A cada uno de nosotros. ¿Necesitamos, entonces, a un señor o señora en Torrijos pensando por nosotros, dictando sentencia contra Auserón por usar la palabra paliza en una discografía de decenas de obras de arte? Por cierto, la mejor forma de condenar lo que consideramos injusto no pasa por expresarlo, pasa por implicarse, por ser parte activa, por no ser testigo silencioso (una actitud que no hace más que convertirnos en cómplices), por ser parte de la sociedad, no mirarla "desde fuera hacia el mundo". Pero la "solución" (entrecomillo la palabra, ya que no acabo de encontrar la adecuada) no es prohibir canciones ni otras expresiones artísticas, no es aceptar que alguien decida por nosotros qué está bien y qué no, y menos pensando en nuestros hijos como coartada. Ahí entra la educación, la educación en casa, nuestra responsabilidad.
En Filipenses se nos anima a “escoger lo mejor” para ser “puros e irreprensibles para el día de Cristo”. Y en el Salmo 119 encontramos: “Enséñame buen juicio y conocimiento, pues creo en tus mandamientos”. Pensemos, cavilemos, meditemos, reflexionemos, concentrémonos, estudiemos y, entonces, opinemos, proyectemos, decidamos. Sí, discernimiento. Con luz. Con la Luz.
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