La teología del Nuevo Testamento es en esencia teología misionera.
Un fragmento de “Teología del Nuevo Testamento: Muchos testigos, un solo Evangelio”, de I. Howard Marshall (2016, Clie). Puede saber más sobre el libro aquí.
El Nuevo Testamento y la misión
En nuestro estudio será de gran ayuda tener alguna idea acerca de dónde encontrar el elemento central de los escritos del Nuevo Testamento. ¿Hay algo que los una más allá del hecho de que pertenezcan al mismo período de tiempo? La respuesta obvia es que todos ellos se ocupan de Jesús y de las repercusiones de sus hechos. Se enmarcan dentro de la literatura del judaísmo, pero constituyen un segmento especial en el que todos aceptan a Jesús como representante de Dios y su mediador para traer salvación al mundo. Ofrecen, por tanto, una teología cristiana bien diferenciada del pensamiento judío. El reconocimiento de Jesús como Salvador y Señor es, pues, lo que les da su característica común.
Sin embargo, puede ser más útil reconocerlos de manera más específica como documentos de una misión. El tema no es, como solía decirse, Jesús en sí mismo o Dios en sí mismo, sino Jesús en su papel de Salvador y Señor. La teología del Nuevo Testamento es en esencia teología misionera. Con esto queremos decir que los documentos nacen como resultado de una misión en dos partes. En primer lugar, tenemos la misión de Jesús, enviado por Dios para inaugurar su Reino, con las bendiciones que conlleva para quienes son llamados. Después viene la misión de sus seguidores, llamados a continuar su obra proclamándole Señor y Salvador, e invitando a las naciones a la fe y al subsiguiente compromiso con él. Como consecuencia de esto, la Iglesia crece. La teología surge de este movimiento que la modela y, a su vez, modela ella misma la misión que la Iglesia sigue llevando a cabo. La función principal de los documentos es, por lo tanto, atestiguar el Evangelio proclamado por Jesús y sus seguidores. Su enseñanza puede verse como una exposición completa de esa Buena Nueva. También se preocupan los autores neotestamentarios del crecimiento espiritual de los que se han convertido a la fe cristiana. Muestran cómo debería modelarse la Iglesia para la misión, y tratan aquellos problemas que constituyen un obstáculo para su avance. En resumen, quienes son llamados por Dios a la misión escriben Evangelios, epístolas y todo el material que los acompaña. Su preocupación es hacer conversos y proveer después para su nutrición espiritual, a fin de dar a luz a nuevos creyentes y alimentarlos hasta su madurez.
Lo que sucede con Lucas-Hechos puede servir de ejemplo de lo que vemos en el conjunto del Nuevo Testamento. W. C. Van Unnik propone una explicación convincente de la relación entre el Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles (1). Ve en el Evangelio el registro de las Buenas Nuevas proclamadas por Jesús de palabra y obra, y describe Hechos como “la confirmación del Evangelio”. Es un registro que narra la historia de la misión de una manera que muestra cómo, cuando el Evangelio fue proclamado por los misioneros, fue conceptuado verdaderamente como una Buena Nueva de salvación para quienes respondían a su invitación. El Nuevo Testamento narra, por tanto, la historia de la misión y enfatiza especialmente la exposición del mensaje proclamado por los misioneros (2).
Reconocer el carácter misionero de los documentos nos ayudará a verlos en una perspectiva real e interpretarlos a la luz de su intención (3). Están completamente de acuerdo entre sí, son el producto de un proceso dinámico de evangelismo y nutrición espiritual, y al mismo tiempo constituyen las herramientas para llevarlo a término. El reconocimiento de este principio organizador es lo que nos permite tener una comprensión coherente de ellos. El Nuevo Testamento es esencialmente una colección de libros que expresan el Evangelio o las Buenas Nuevas proclamadas en la misión cristiana. Así pues, David Wenham sugiere “que toda la teología del Nuevo Testamento es acerca de la divina misión en el mundo”, y argumenta que puede estructurarse como contexto, centro, comunidad y punto culminante de la misión (4).
La adopción de esta propuesta orientadora implica que no cometeremos el error de entender la teología del Nuevo Testamento como principalmente eclesiástica o eclesiológica, es decir, que no pensaremos que el interés central es la Iglesia, su vida y sus estructuras, aunque esto no sea del todo erróneo. El reconocimiento de la orientación misionera del Nuevo Testamento nos dará más conciencia de una visión más dinámica de la Iglesia como instrumento de la misión, en lugar de la concepción estática que a veces tenemos. Tampoco es la cristología en sí el interés principal del Nuevo Testamento, sino más bien la función de Cristo como representante de Dios para conseguir la reconciliación de los hombres con su Hacedor. Esto hará también que se pueda evitar la imposición unilateral de ver al Espíritu Santo como instrumento de santificación, y hará que prestemos más atención al papel del Espíritu que capacita y dirige a la Iglesia para su misión y crecimiento.
En otros lugares y en más de una ocasión observaremos la importante y muy útil clasificación de tres aspectos que hace Stauffer. Señala las facetas doxológica, antagónica y soteriológica de los eventos, los elementos de glorificación de Dios, la victoria sobre el mal y la salvación de los perdidos (5). Existe una tendencia natural a dar primacía a lo doxológico, porque la actividad más elevada de los seres humanos es glorificar a Dios, dado que Dios trabaja para aumentar su gloria. Es una actitud correcta, desde luego, pero dado que glorificar a Dios debería ser el fin supremo de toda nuestra actividad, el énfasis en la glorificación podría dejar de expresar lo que es específicamente característico del Nuevo Testamento, es decir, que el modo propio con que Dios es glorificado se realiza a través de la misión. El principal interés del pueblo de Dios debería ser fundamentalmente glorificarle, pero el reconocimiento de esta obligación no exige que este sea el tema principal del Nuevo Testamento; más bien trata acerca de la misión de Dios y del mensaje asociado a ella. De manera similar, el motivo antagónico es, evidentemente, de gran importancia. Aunque la humanidad vaya a ser rescatada de los poderes del mal y de la muerte, que deben ser vencidos, esta victoria no es un fin en sí misma: el triunfo del Crucificado debe proclamarse a los seres humanos y hacerse realidad para ellos mediante la misión. Si la atención se centra solamente en la obra de Cristo como si fuera un fin en sí misma, la soteriología volvería a entenderse de manera parcial e incompleta. Es significativo que en Pablo la reconciliación conseguida por la muerte de Cristo y su proclamación por parte de sus mensajeros (que conduce a su aceptación por los hombres) sean inseparables, como las dos partes esenciales e integrales de la acción salvadora de Dios.
Identificar así la razón fundamental subyacente del Nuevo Testamento no declara lo que debería considerarse una presuposición arbitraria a estudiar. Es más bien una tesis que debe ser comprobada por la investigación, una proposición que debe probarse para ver si los resultados del estudio la justifican o si no es más que un lecho de Procusto en el que intentamos acomodarlo todo sin tener en cuenta dónde encaja. El lector debería, por lo tanto, entender que esta sección de la introducción se escribe (como toda buena introducción debiera hacerse) tras concluir lo esencial del libro y cuando los resultados del estudio son cada vez más claros.
(1). W. C. van Unnik “The Book of Acts’, the Confirmation of the Gospel”, NovT 4 (1960):
26-59.
(2). Aun a riesgo de distanciarnos de nuestros colegas de estudio del Antiguo Testamento, sugeriríamos que esta forma característica del Nuevo Testamento lo distingue del Antiguo, donde, aunque el motivo misionero no está ausente en absoluto, no se puede generalizar diciendo que su influencia sea decisiva sobre la acción.
(3). Llámeselo intención del autor o intención del texto, como mejor parezca.
(4). En su contribución a George Eldon Ladd, A Theology of the New Testament (Grand Rapids,
Mich.: Eerdmans, 1974; 2ª ed., 1993, ed. D. A. Hagner), pp. 712-13 – existe edición castellana:
Teología del Nuevo Testamento (Terrassa: CLIE, 2002). Para una historia de los primeros cristianos específicamente como la historia de la misión, ver Eckhard J. Schnabel, Early Christian Mission, 2 vols. (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 2004).
(5). Stauffer, New Testament Theology, p. 28 y passim.
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