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Leopoldo Cervantes-Ortiz
 

Crimen y castigo de Dostoievsky en un nuevo (y eficaz) soporte narrativo

Existen algunas obras literarias ante las cuales cada nuevo abordaje, ya sea de edición, traducción o adaptación provocan enorme respeto y veneración.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 02 DE SEPTIEMBRE DE 2016 07:40 h
Escena de la novela gráfica

Leer un libro de Dostoievski es penetrar en una gran ciudad, que ignoramos, o en la sombra de una batalla.Jorge Luis Borges



No cabe duda de que existen algunas obras literarias ante las cuales cada nuevo abordaje, ya sea de edición, traducción o adaptación provocan enorme respeto y veneración. Eso mismo hace que se les trate como monumentos, en vez de entablar con ellas diálogos que pueden resultar entrañables.



El caso de las obras de Dostoievksi, y de Crimen y castigo, es un caso paradigmático, pues la forma en que se cita o refiere el trabajo literario del gran autor ruso, más bien tiende a alejar a los potenciales lectores que a enamorarlos y a provocar que se acerquen, así sea mínimamente, a ese océano humano, existencial y artístico.



 



Dice Diego Rosales. “Sobre Crimen y castigo, de Dostoievski es muy difícil no repetir lugares comunes. Tal vez porque ahí fueron creados”.1 En efecto, la densidad narrativa y las dificultades que siempre plantea una novela rusa del siglo XIX puede ser un obstáculo insalvable para quienes, sobre todo en estos tiempos, buscan una historia que no les exija demasiado como decodificadores veloces de textos. En ello, ciertamente, no puede haber negociación alguna con este autor fundamental, porque penetrar en su vasto territorio artístico reclama una actitud que vaya más allá de la mera curiosidad, a fin de quedar atrapados en la red de su riqueza estética para no salir de ella más que renovados y con ganas de nuevos desafíos para la imaginación.



Para muchos, nuevamente según Rosales, “es la mejor novela jamás escrita y para otros no es sino un bloque enorme y aburrido, pesado, de divagaciones psicológicas ininteligibles para un lector de hoy”. Y como el mismo comentarista refiere, acometer la tarea de leer esta y otras obras dostoievskianas reclama “todas las fuerzas y los músculos intelectuales” de un lector, tarea tal vez impensable para algunos aficionados a los libros ligeros.



Si el material con que trabajó el novelista ruso, de hondo calado, fue “la estructura metafísica del ser humano”, asomarse a su interior puede ser una intensa provocación para autoanalizarse en profundidad y preguntarse por las motivaciones centrales de la existencia personal de cada quien. Así de contundente fue el proyecto de quien sigue siendo considerado como un indagador casi absoluto de la naturaleza humana. Porque algo similar acontece con varias de sus demás obras maestras: Los hermanos Karamazov o El idiota, por ejemplo, sin olvidar las Memorias del subsuelo, o aquellos relatos que sin duda influyeron en alguien como Juan Rulfo.



Borges se refirió a esta novela con palabras memorables: “Como el descubrimiento del amor, como el descubrimiento del mar, el descubrimiento de Dostoievski marca una fecha memorable de nuestra vida. Suele corresponder a la adolescencia, la madurez busca y descubre a escritores serenos. En 1915, en Ginebra, leí con avidez Crimen y castigo, en la muy legible versión inglesa de Constance Garnett. Esa novela cuyos héroes son un asesino y una ramera me pareció no menos terrible que la guerra que nos cercaba”.2



“La anécdota de Crimen y castigo es clásica, pero vale la pena volver a recordarla: Raskólnikov, a quien todos llaman Rodia, es un estudiante cuyas reflexiones filosóficas de vez en cuando aparecen publicadas. Un día decide un que va a asesinar a la usurera local para poder financiar sus estudios y así librar a su familia de sí mismo. Pero, a pesar de que está convencido de que los hombres extraordinarios tienen el derecho de romper las reglas en algunas ocasiones, el proyecto de asesinar a una anciana lo corroe y los desespera”.3



 



Eduardo Molina

Acaso por todo lo anterior, resulte más que encomiable que algunas empresas actuales, como Axial, realicen enormes esfuerzos por traer de nuevo a la vida editorial, en nuevos formatos, obras como la que nos ocupa, con el propósito de renovar la visión que hay sobre ellas y, por supuesto, de conseguir nuevos lectores que pasen de la narrativa gráfica a la narrativa original sin mayores complicaciones, pero con notables efectos en la manera de percibir las dimensiones artísticas de los autores universalmente aceptados como “clásicos”, pero que al momento de llegar hasta estos tiempos, parecería que han perdido su eficacia para conmover y dialogar con los lectores.



El lenguaje que aporta la narrativa gráfica (sin ánimo alguno de entrar en disquisiciones teóricas o analíticas sobre este “género anfibio”) para traducir a imágenes esta obra es capaz de vehicular, gracias a la agilidad en los trazos y en la perspicacia eminentemente “cinematográfica” de Edu Molina (La Plata, Argentina, 1969; vive en México desde 2002 e ilustró también El mexicano, de Jack London), el profundo conflicto humano implícito en el acto de asesinar a una persona y cargar psicológicamente con esa muerte hasta llegar a los bordes de la demencia. A medida que avanza la trama, el personaje principal, un habitante de los barrios bajos de la conciencia, va hurgando en las oscuridades de su personalidad como un descubridor de antigüedades olvidadas.



Particularmente dura es la escena del crimen, en la que el adaptador llega al clímax narrativo acompañando la intensidad del texto original con su manejo de la imagen y de los claroscuros inevitables para semejante obra. El atisbo de bondad y esperanza con que cierra la novela tal vez no alcanza a atenuar el viaje al purgatorio que ha significado todo lo precedente. Pero al narrador gráfico también hay que acompañarlo hasta el final.



En el prólogo, aprovechando la cercanía de los 100 años del nacimiento de José Revueltas, autor dostoievskiano donde los haya, se asocian ambos nombres en la búsqueda de un ideal narrativo anclado en las mazmorras del devenir de seres humanos oscuros y aletargados moralmente por la situación vital que enfrentaron. Ambos, desde su respectiva trinchera estética, cuestionaron la ética establecida hasta sus mismas raíces.



Por eso las palabras del autor de Dios en la tierra, resultan tan efectivas y describen muy bien lo que Dostoievski es y representa hasta estos días: “Son las contradicciones crueles, los amores satánicos y desdichados, el continuo quebranto y el pecado, que lo rodean como una malla, que lo oprimen como tenaza de fuego y hacen de él un espejo de la humanidad, grande, penoso, donde todos los hombres pueden contemplarse”.4



Quizá sólo otro eslavo, como Krzysztof Kieslowski puede compararse a los alcances de esta obra en su magistral interpretación del mandamiento en No matarás (1988), parte de su Decálogo imprescindible.




1 D. Rosales, “No se llora nunca en vano”, en Centro de Investigación Social Avanzada, http://cisav.mx/no-se-llora-nunca-en-vano/





2 J.L. Borges, prólogo a Los demonios, en https://anticongresodeliteratura.files.wordpress.com/2015/08/borges-procc81logo-a-los-demonios.pdf.





3 “Crimen y castigo ilustrado”, en Correo del Libro, www.correodellibro.com.mx/libro_de_la_semana/crimen-y-castigo/





4 J. Revueltas, “Sobre Tolstoi y Dostoievski”, 1939.



 

 


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