Cuando oyes la frase: “El Espíritu Santo”, ¿qué te dicen esas tres palabras? ¿Qué idea tienes en tu mente? ¿Qué —o quién— es el Espíritu Santo, para ti?
Este es un fragmento de "Hablemos de... El espíritu santo", de Andrés Birch (2016, Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.
¿Quién es el Espíritu Santo?
Cuando oyes la frase: “El Espíritu Santo”, ¿qué te dicen esas tres palabras? ¿Qué idea tienes en tu mente? ¿Qué —o quién— es el Espíritu Santo, para ti?
Hay dos tipos de cristianos: (1) los que hablan demasiado del Espíritu Santo; y (2) los que hablan demasiado poco del Espíritu Santo. No, no es una broma; es una triste realidad.
La Biblia, que es la Palabra de Dios y la única fuente de información fiable sobre el Espíritu Santo, tiene mucho que decir sobre él, mucho más de lo que piensas. ¡Sigue leyendo!
Déjame que intente convencerte de que el Espíritu Santo es alguien realmente importante:
Vamos a decirlo de otra manera, pero yendo hacia atrás. Si no fuera por el Espíritu Santo...
Bueno, captas la idea, ¿verdad?
¿Entonces, quién es el Espíritu Santo? Déjame que te lo presente. Empezaré diciéndote cinco cosas muy importantes acerca de él.
1. El Espíritu Santo tiene muchos nombres
¿Cómo se llama?
Sí, ¡muchos más nombres de lo que pensabas!, ¿verdad? Sus nombres más comunes son: «el Espíritu»; «el Espíritu Santo»; «el Espíritu de Dios»; y «el Espíritu de Jehová».
2. El Espíritu Santo es Dios
Jesús dijo: «Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero» (Mateo 12:31-32). Sería difícil entender la gravedad de este único pecado imperdonable si el Espíritu Santo no fuera Dios.
¿Cuál es la gran misión de la Iglesia? «Haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19). Sería blasfemia nombrar al Espíritu Santo en una relación tan estrecha con el Padre y con el Hijo y bautizar en el nombre del Espíritu Santo (además de en el nombre del Padre y del Hijo) si el Espíritu Santo no fuera Dios.
En los primeros tiempos de la Iglesia, Ananías y su esposa Safira mintieron sobre el precio por el que habían vendido una heredad. El apóstol Pedro le dijo a Ananías: «¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo [...]? No has mentido a los hombres, sino a Dios» (Hechos 5:3-4). Si mentir al Espíritu Santo es lo mismo que mentir a Dios, el Espíritu Santo es Dios.
3. El Espíritu Santo es todo lo que es Dios
A veces repartimos los atributos de Dios entre las tres personas de la Trinidad. Pero las tres personas tienen los mismos atributos; las tres son santas y buenas; eternas e infinitas; omnipotentes, omniscientes y omnipresentes; etc.
Así que el Espíritu Santo es todo lo que son el Padre y el Hijo:
Y el Espíritu Santo participa, tanto como lo hacen el Padre y el Hijo, en nuestra salvación (Juan 3:1 y ss.; Tito 3:5; etc.).
4. El Espíritu Santo es una persona
Es verdad que la palabra «persona» no es perfecta —podría dar a entender que las tres personas divinas fueran tres Dioses y no un solo Dios—. Pero las otras opciones que se han propuesto también tienen sus dificultades, así que «persona» sigue siendo la opción menos mala.
Cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán, leemos: «Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia» (Lucas 3:21-22). En esta hermosa escena se ven las tres personas de la Trinidad juntas pero diferentes: el Padre hablando desde el Cielo; el Hijo en el agua, siendo bautizado; y el Espíritu Santo «en forma corporal, como paloma», descendiendo sobre el Hijo. La persona del Espíritu Santo se manifiesta en la forma de una paloma.
Ese texto bíblico sobre la blasfemia contra el Espíritu Santo (Mateo 12:31-32), además de ser un argumento a favor de la divinidad del Espíritu Santo, lo es también a favor de su personalidad; la blasfemia no es un pecado contra objetos inanimados, sino contra personas. Si el Espíritu Santo fuera (como algunos dicen) una mera «fuerza activa», una especie de «energía divina», ¿cómo se podría blasfemar contra tal «fuerza» o «energía»?
La noche antes de su muerte, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce [...]. El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14:16-17,26). La figura del Consolador —«otro Consolador» como Jesús, otro abogado defensor, que viene a los creyentes para ayudarles, enseñarles, guiarles, recordarles cosas, etc.— es claramente de una persona, y no de una mera «fuerza» o «energía» impersonal.
En la fórmula del bautismo (Mateo 28:19), si el Padre y el Hijo son personas, ¿cómo se podría asociar con ellos no una tercera persona, sino una «fuerza activa» o «energía divina», para bautizar a los nuevos creyentes en «el nombre» de dos personas y de una mera «fuerza» o «energía»?
Se ve que el Espíritu Santo es una persona en su dirección de los misioneros cristianos en sus viajes evangelísticos: «Les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia [...]. Intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió» (Hechos 16:6-7). ¿Qué impresión nos dan estas intervenciones del Espíritu Santo: de ser impersonales o personales?
En Romanos capítulo 8, uno de los capítulos más conocidos y más queridos de toda la Biblia, el apóstol Pablo tiene esto que decir sobre el Espíritu Santo: «El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; [...] el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Romanos 8:26). ¿Acaso nos podemos imaginar una «fuerza» o «energía» divina ayudándonos así, intercediendo por nosotros «con gemidos indecibles»? Y además, la palabra «interceder» implica ponerse uno entre otros dos (o más); ¿entre quiénes se pone el Espíritu Santo cuando intercede por nosotros así?: entre nosotros y el Padre, se supone. Es otro indicio más de que el Espíritu Santo es una persona.
En la enseñanza del apóstol Pablo sobre los dones espirituales (1 Corintios 12), el autor de los dones y el que decide qué dones dar a cada creyente es el Espíritu Santo: «Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere» (1 Corintios 12:11). Aquí se ve la voluntad soberana del Espíritu Santo en el reparto de los dones espirituales.
Al igual que en la fórmula del bautismo, hay otro texto bíblico donde se une la persona del Espíritu Santo a las del Padre y del Hijo: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (2 Corintios 13:14). Si en esta doxología tanto «Dios» como «el Señor Jesucristo» son personas, ¿cómo no lo va a ser también el Espíritu Santo?
Y el apóstol Pablo escribió a los creyentes en Éfeso: «No contristéis al Espíritu Santo de Dios...» (Efesios 4:30). Por mucho que se diga que se trata de una forma de hablar metafórica, el sentido más natural de esta frase es que el Espíritu Santo, al igual que el Padre y el Hijo, es una persona divina que siente tristeza ante nuestros pecados.
En la mayoría de estos textos, por no decir en todos ellos, si intentamos sustituir cualquier alternativa impersonal, como «fuerza activa» o «energía divina», por el Espíritu Santo como persona, ¡hacemos violencia a la Palabra de Dios y la reducimos a un texto incomprensible, contradictorio e incluso blasfemo! No, el Espíritu Santo es una persona, ¡una persona divina!
5. El Espíritu Santo es una persona diferente
Cuando Jesús fue bautizado (Lucas 3:21-22), había tres personas distintas en el escenario: el Padre en el Cielo; el Hijo en el agua; y el Espíritu Santo en el aire. Lucas distingue entre las tres personas.
En las palabras de Jesús a sus discípulos en el aposento alto: «El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre...» (Juan 14:26), también vemos tres personas distintas: (1) el Padre, quien enviaría al Espíritu Santo en el nombre del Hijo; (2) el Espíritu Santo, a quien el Padre enviaría en el nombre del Hijo; y (3) el Hijo, en cuyo nombre el Padre enviaría al Espíritu Santo. En otras palabras, el Espíritu Santo no solo es una persona divina; es una persona distinta del Padre y del Hijo.
En la fórmula del bautismo de Mateo 28:19 hay un solo nombre pero tres personas distintas. Casi nadie discute que el Padre y el Hijo son dos personas distintas; por lo tanto, es lógico pensar que el Espíritu Santo es otra persona distinta del Padre y del Hijo. Si no fuera así, la fórmula perdería el paralelismo entre las tres personas.
Lo mismo ocurre con la doxología de 2 Corintios 13:14: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros». Si el Espíritu Santo no fuera una persona distinta del Padre, en este texto nos encontraríamos ante el improbable resultado de tres bendiciones: gracia, amor y comunión, impartidas por solo dos personas: el Hijo y el Padre.
Conclusiones
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
Estudiamos el fenómeno de la luz partiendo de varios detalles del milagro de la vista en Marcos 8:24, en el que Jesús nos ayuda a comprender nuestra necesidad de ver la realidad claramente.
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