El punto de partida para éste drama McDonagh no lo esconde y nombra a Georges Bernanos, escritor francés, dedicado a plasmar en su obra su percepción infausta del cristianismo, especialmente las relaciones que se establecen entre el hombre de fe y su entorno.
Tras el éxito del “El irlandés” (2011) era de esperar que el cineasta irlandés John Michael McDonagh siga contando (tanto para éste trabajo que nos llega con algo de retraso, como para el siguiente ya en marcha) con la presencia del enorme actor irlandés Brendan Gleeson como principal atractivo.
McDonagh confirma en “Calvary”, su segundo largo, su arrolladora personalidad tras la cámara y sobre el papel. Características (humor negro, reflexiones del propio autor en cuanto al propio guión en boca de los protagonistas, descaro mostrándose políticamente incorrecto) que comparte, aunque de manera más moderada y equilibrada con su hermano Martin McDonagh (“Escondidos en Brujas” (2008); “Siete psicópatas” (2012)). Es un director John Michael que se muestra directo y práctico. Elige una idea y escribe hasta dar con algo que considera válido para ofrecer su visión sobre el tema. Como algunas de las prendas de ropa que se han puesto de moda, no le importa si el espectador ve las costuras, el impacto de sus imágenes, siempre muy trabajadas, logra transmitir la fuerza y complejidad de los seres de ficción que pueblan sus obras. Sin duda la mayor virtud del mayor de los McDonagh es su trabajo con los intérpretes, siempre bien escogidos, a los que sabe dar el mejor texto posible y que éstos se sientan realmente cómodos. Inolvidable Gleeson en esta ocasión encarnando al Padre James Lavelle.
El punto de partida para éste drama McDonagh no lo esconde y nombra a Georges Bernanos, escritor francés, dedicado a plasmar en su obra su percepción infausta del cristianismo, especialmente las relaciones que se establecen entre el hombre de fe y su entorno. Conocido sobre todo por su novela “Diario de un cura rural” (1936) que adaptó nada menos que el genial Bresson en 1951. Si algo es de agradecer de “Calvary”, es lo alejado que está su director de cualquier pretensión trascendental, algo que imposibilita las comparaciones.
Lo que consigue en “Calvary” es un fresco sobre la fragilidad humana en todos los ámbitos: espiritual, moral, física… el Padre Lavelle recibe en el confesionario una amenaza de muerte, dándole de plazo una semana para que ponga sus cosas en orden. “Lo voy a matar a usted, Padre. Lo voy a matar porque usted no ha hecho nada malo. Lo mataré porque usted es inocente”, le dice el agresor en el confesionario, dando a entender que para que tenga sentido su “venganza”, es necesario que un “inocente” muera por ello. La reacción de éste peculiar sacerdote será la de enfrentarse a su personal camino al calvario sin descuidar su trabajo pastoral en la pequeña comunidad en la que vive. Se irá encontrando ante el espectador con una serie de personajes que van aportando todo tipo de desórdenes (la mujer adúltera, el joven rico…) que señalan cómo somos y nos podemos llegar a comportar, sin excepción. Diferentes razones por las que llegamos al desapego e incluso desarraigo con nuestra propia vida. Una permanente crisis existencial colectiva que el clérigo solo acierta a combatir, más que con el espíritu santo y la palabra de Dios, como si de un activista de una ONG fuera, con qué facilidad se agotan sus respuestas. Pero en algo si tiene razón, cuando afirma que “Dios es grande y los límites de su misericordia no han sido fijados”.
Jesús, el único hombre plenamente íntegro que ha pisado la tierra, cuando en el aposento alto dijo palabras como “yo soy el camino, la verdad y la vida”, lo hizo delante de quien lo iba a traicionar (Judas), de quien lo iba a negar repetidas veces (Pedro), de alguien que parecía no creer demandándole que les mostrase el Padre (Felipe), de alguien que dudaba qué camino tomar (Tomás) y sabiendo Jesús, que lo que le esperaba era la Cruz.
El Señor a pesar de todo, continúa mostrando amor a sus discípulos, continúa enseñándolos. Jesús (Dios), sabe qué es necesario, conoce perfectamente nuestra condición e incapacidad, lo que somos, lo que sentimos y lo que alberga nuestra mente y corazón, y aún así nos sigue amando.
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