Hermosura y gravedad, Dossier Zvyagintsev (II)

2007. EL DESTIERRO

“Todo parece ir bien, pero nunca sabes qué puede pasar”

“El destierro” permanece aún inexplicablemente inédita en España. Es su película más completa, compleja, y la que sin duda mejor define sus características como autor. Contiene sus numerosas virtudes y en el caso que nos ocupa, ningún defecto. “El destierro” es una adaptación, modélica, llevada a cabo por el director junto a Oleg Negin (de quien hasta ahora no se ha separado en tareas de escritura) y Artem Melkumjan, de la novela “The laughing matter” (1953) , de William Saroyan. Y de nuevo, como ya hizo en la anterior “El regreso”, Zvyagintsev logra atrapar con imágenes lo inaprensible: una idea, un concepto.

Como ya lo era su anterior film, “El destierro” también es una gran metáfora, pero con múltiples ramificaciones y según se va desplegando el argumento, la causa de las metáforas muta, algo que suma capas de lectura e interés. Un relato de contrastes, de ambigüedad, de falsas apariencias. La dificultad, e incluso imposibilidad de amar. Llamadas películas de amor hay muchas, pero no tantas sobre el amor verdadero.

El desorden, o maldad, está presente desde el primer momento en la figura de Mark, que llega herido a casa de su hermano Alex (repite Konstantin Lavronenko protagonisto y ésta vez se hizo con el premio al mejor actor en Cannes) para que éste le quite una bala del brazo y le deje descansar en su casa, evitando hospitales e investigación policial. La influencia de Mark va a ser decisiva. Su manera de entender el mundo la vamos a conocer en una secuencia capital en la que conversa con su hermano. Ante una decisión que debe de tomar, relativiza la realidad y la moral. La vida para él es cara o cruz, tan sólo cuestión de posicionarse, “como un juego de cartas, juega con las cartas que te toca”, puedes perdonar o no, eres libre de tomar la decisión. Separado de su mujer e hijos llega a afirmar: “Yo no he perdido a mis hijos, solo me he hecho a la idea de que no existen”. Alex se baja del coche preguntando a su hermano: ¿No te estás engañando a ti mismo?

Alex y Vera, son un matrimonio con dos hijos, que van a pasar unos días a la casa familiar de campo, donde Alex pasó su niñez. Alex acaba de volver de trabajar fuera temporada. Vera se ve que está afectada por algo, no sabemos la causa pero con facilidad se le humedecen los ojos y aprovecha toda oportunidad para quedarse sola, pensativa. No tardará en hablar con Alex y reconocer: “estoy embarazada y no es tuyo”.

Fotograma de la película.

“Si no tengo amor”

Las idílicas imágenes del entorno, como en ese plano en el que la familia se apoya en un árbol y come nueces mientras el padre cuenta por donde pasaba un arroyo ahora seco, y de cómo todos colaboran adecentando la casa, invitan a pensar que el destierro no menciona una expulsión temporal, sino la permanencia del hombre contemporáneo lejos de su hábitat natural. Es en la fuerte conexión de Zvyagintsev con la naturaleza y la manera en que la emplea para expresarse, donde se aprecia su deuda con Tarkovsky. Pero el devenir de los acontecimientos no tarda en situarnos ante tres destierros: uno común, el físico (si en “el regreso” Zvyaginstsev usaba la isla para el desenlace, aquí emplea el aislamiento que ofrece el campo) a donde lleva a los personajes; los otros dos son individuales, el emocional al que se siente sometido él al enterarse de que su mujer espera un hijo que no es suyo y el moral, al que se siente sometida ella, consecuencia de un acto.

La reacción de Alex al conocer la noticia es la de salir corriendo, pero da la impresión de que lo hace hacia ninguna parte. Es este un cine en el que cuando parece que no ocurre nada relevante, es cuando realmente está teniendo lugar el verdadero significado, como ocurre en la vida misma. Al otorgarnos lo que parecen tiempos muertos en el relato, el director nos da una posibilidad de reflexión y posicionamiento, al mismo tiempo en que lo hace el propio protagonista. Alex parece ser alguien que parece lo que tiene que hacer, lo que está bien y lo que está mal. Lo que es justo y lo que no lo es. Pero también sabe de la facilidad con la que se romper las reglas en algún momento y cómo el afrontar las consecuencias, lo que hagamos con ellas, es lo que nos va a posicionar. La soledad de Vera ya no es nunca sinónimo de calma, ni consigue encontrar paz, tan solo tristeza y desasosiego.

Los dos manifiestan tener miedo de hablarlo, pero saben que deben afrontarlo y lo hacen en varias conversaciones. El llega a decir: “Saldremos adelante. Tú serás la madre y yo seré el padre”, pero ese amago de perdón se acabará condicionando. Él está dispuesto a olvidarlo, pero finalmente pide que se deshaga del niño, para poder empezar ellos de nuevo. Ella le contesta que haga lo que quiera, que ella no se arrepiente de nada. Y como no podrá ser de otra manera, el perdón condicional siempre es preludio de consecuencias.

El aborto se lleva a cabo en la clandestinidad, por un médico amigo de su hermano Mark, que sin duda ha ayudado a convencer a Alex de semejante decisión. Mientras, sus hijos, que se han quedado a pasar la noche en casa de unos familiares, escuchan desde la cama la lectura de la mejor definición del amor puro que se haya escrito, la que escribió el apóstol Pablo a la iglesia en Corinto. Es estremecedor el montaje en paralelo de, por un lado la angustia de Alex mientras se lleva a cabo el asesinato de embrión, y por el otro escuchar las palabras de San Pablo: “si no tengo amor, no soy nada”.

“No quiero dar a luz a la muerte”

Aunque el doctor confirma que todo ha salido bien en la operación, el aspecto de Vera dormida no transmite buenas sensaciones. Alex se preocupa y comienza a ahogarse en remordimiento. Vera no volverá a despertarse. Alex se derrumba sabedor de haber matado a su mujer, aunque para Mark tan sólo sea un accidente. La pérdida es irrecuperable, intentó solventar a su manera un acto, tapando un error con otro.

Pero la intención de Zvyagintsev va mucho más allá de la del cronista que relata hechos que por sí solos puedan ayudar a entender el por qué de las cosas, va más allá del analista que estudia y reflexiona sobre los acontecimientos. La intención del director ruso es la de adentrarse en esos hechos, aislarlos y demostrar que aunque se conozcan y se sabe por qué ocurren y aunque queden reflejados de mil maneras en el acervo cultural del hombre, seremos incapaces, con nuestros propios medios, de comportarnos de otra manera.

Una carta póstuma de Vera revela que nada ha ocurrido como parecía. Estaba embarazada de su marido, Alex. Pero ella, como llamada de atención ante el trato que ofrece Alex a su familia: “Nos quiere solo porque sí, como objetos. Llevo años viviendo así. Si él sigue así todo se acabará”, decide decir que no es suyo el niño o niña que tanga, porque así es como lo siente: “Es suyo, pero no es suyo, de la misma manera que nuestros hijos no son nuestros. En realidad no son solo nuestros. Igual que no solo somos padres de nuestros hijos. No solo suyos”. Vera quiere “hacerle ver y comprender lo que está haciendo” y está dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias en su intento porque se materialice el concepto de amor puro. Al solicitar el aborto su marido, toma la decisión de, mientras esperan que ella despierte de la operación, tomar unas pastillas para acabar con su vida. El destierro emocional lo estaba viviendo ella, del que no consigue regresar. El destierro moral, lo estaba viviendo él, aunque no fuera consciente de ello.

El hombre que parecía una víctima, el más inocente, resulta ser el verdadero culpable de lo acontecido. Al no saber amar como debiera, con dedicación y tiempo, incondicionalmente. Viviendo como si todo estuviera bien. Un hombre en el que todo espectador se verá de alguna manera reflejado y nos incomodará su pregunta: ¿no te has engañado a ti mismo?