Luis Vidart pasa a la historia, no por haber sido comandante de artillería sino por su libro
La Filosofía española; indicaciones bibliográficas, que publicó D. Luis Vidart en 1866 y que según Menéndez y Pelayo es una colección de apuntamientos acerca de nuestros filósofos, apreciable como ensayo, no bibliográfico, según impropiamente se intitula, sino
expositivo, y más aún que expositivo,
crítico”.
Para Menéndez y Pelayo la figura de Vidart, al que considera su amigo, la considera enigmática y compleja en su heterodoxia pues “D. Luis Vidart, católico entonces, aunque con puntas de católico liberal, y luego decididamente impío
(El panteísmo germano-francés).” (HHE) y mas tarde dirá que es Krausista o protestante liberal con algunas incursiones en la filosofía budista y que finalmente, también según Menéndez y Pelayo que se inclina al
pesimismo de Hartmann y Schopenhauer.
Sin duda que el Krausismo español supuso un despertar del pensamiento y todas las cuestiones científicas comprendían la enorme trascendencia de la cuestión religiosa, desde el espiritualismo del protestante francés Guizot y del angloamericano Chaning, los cuales insistían que la creencia en un orden sobrenatural es la base de toda verdadera filosofía, como lo haría la teoría de incognoscible expuesta por el pensador anglicano Herbert Spencer . Todos estos nombres citados tuvieron mucho que ver con el pensamiento de Luis Vidart, como los tuvieron en Miguel de Unamuno del que Patrocinio Rios tiene un sorprendente libro en el que afirma que Unamuno quiso ser el Lutero español.
Una catalogación de la fe de Vidart es siempre un riesgo, no solo porque la fe es personal, sino porque cuando se viene del catolicismo y bajo el paraguas de la iglesia, cuesta mas el definir la espiritualidad. En el epistolario de Laverde a Menéndez y Pelayo se repiten las mismas ideas sobre su filiación, empezando por impugnar a Renan, hacerse luego protestante liberal o krausista español y luego como un santón laico afiliado al budismo, cosa que hoy no estaría mal vista pero entonces bastante criticable para una mente como la de Don Marcelino. Sin embargo tenia que reconocer a Laverde que “este Sr. que es amigo mío: vive en Madrid y es comandante de artillería retirado: sus ideas no son muy ortodoxas, pero es persona bondadosa y atenta, que mandará a Vd. de fijo su libro y le comunicará otros datos”.
Llama la atención esta frase de Joaquina de la Pezuela a Don Marcelino, en la que nos afianza mas en la idea de que su protestantismo era no solo intelectual sino militante pues las abjuraciones no se hacían en aquellos tiempos por ser budista, sino por protestante, lo cual suponía un triunfo público del catolicismo nacional. Dice: “Habíamos visto en los periódicos la muerte del pobre Sr. Vidart; pero no que hubiera abjurado sus sandeces, y se hubiera confesado, de lo que me alegro mucho; pues aunque no le conocía yo personalmente, me daba mucha pena, que el infeliz se condenara, por sandio, siendo tan excelente persona por lo demás como todos dicen”. Las confesiones a un moribundo irredento eran clásicas en el clero del XIX, que abolida la Inquisición no quería dejar de ser el guardián de la fe aunque fuesen tiempos revueltos en lo político, en la intelectual y en lo religioso.
Sin embargo Vidart no solo es filósofo, ni un amargado en el pesimismo schopenhaueriano, sino que lo vemos implicado en las conferencias relacionadas con la abolición de la esclavitud y es elegido como vocal de la Junta directiva en 1870 junto con el protestante y gran orador Antonio Carraco que en 1871 daba conferencias con el tema “La esclavitud y el cristianismo”.
Y en su especialidad, creo interpretar bien su filosofía si resumimos con sus mismas palabras, la necesidad de la religión como guía de la problemática científica y no caer, como ocurre hoy, en un materialismo cientifista. Dice: “La filosofía novísima ve claro que el empirismo del
Novum organum scientiarum y el psicologismo del
Discurso sobre el método, no son suficientes para resolver todos los problemas científicos, y por una reacción justa y razonada busca en la lógica y en la ontología, menospreciada durante largos años por desatentados novadores, los únicos diques indestructibles que pueden detener el fanatismo de la razón objetiva, cuyo término es el materialismo escéptico y el opuesto fanatismo de la razón subjetiva, cuyo término es el idealismo dogmático”.
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