En los “Cánones del Concilio de Trento de 1547 se decía: “Si alguno dice que el hombre puede ser justificado ante Dios por sus propias obras (sean estas hechas por sus propios poderes naturales o mediante la enseñanza de la Ley, sin la gracia divina por medio de Jesús) el tal sea anatema” Es cierto que los teólogos católicos incluyen la gracia y la fe, pero solo como capacitadoras y transformadoras del individuo, de tal modo, que aparezca ante Dios un ser justo y recto.
El Concilio de Trento concretó mas aún: “Porque fe, sin la adición de esperanza y amor, ni une perfectamente al hombre con Cristo, ni lo hace miembro de su Cuerpo” Y el mismo Catecismo Católico de 1992 concreta mas y dice: “La justificación es concedida por el bautismo, sacramento de fe” Dicho lo cual el catolicismo no hace cristianos por la misa pero si por otros medios como el bautismo y el deseo de comenzar una nueva vida como parte de cooperación del hombre. La transformación personal, para un católico, es el medio aceptado por Dios, para ser salvo.
El cristiano evangélico tiene una visión distinta de la salvación y del nuevo nacimiento. Como el católico cree que la salvación es por gracia y por la fe, pero como dice Efesios 2, Dios no permite que el hombre se gloríe en sus obras y en su realización personal para ser aceptado por Él. Estamos a distancias galácticas de lo que es virtuoso y piadoso, de los que es justo y recto, ante Dios. En esa distancia insalvable, solo hay un Mediador entre Dios y los Hombres, Jesucristo Hombre.
En estos últimos años y ante la declaración conjunta de católicos y protestantes sobre la justificación, se ha buscado un acercamiento y una mayoría protestante y modernista ha creído ver un cambio en el catolicismo, pero creemos que desde Trento nada ha cambiado.
El pensamiento teológico católico por medio de la teología natural y la filosofía de la religión siempre ha intentado demostrar desde la razón que Dios puede ser conocido y hasta demostrado. En el armazón de la filosofía griega se ha llegado a la teología y por tanto la Biblia y la revelación en ella contenida ha quedado sujeta a la razón humana. No es que esta se desprecie pero se somete al filtro y a los dictados del pensamiento en boga. El mismo Paul Tillich elogia la filosofía y la razón como elementos esenciales del hombre que acepta la fe. Según él, no se puede saltar el este circulo en el que el conocimiento teológico se adquiere por esa relación cognoscitiva que al mismo tiempo revela el carácter existencial y trascendente del fundamento del ser. Por medio de preguntas existenciales, encontramos respuestas teológicas que exponen el contenido de la fe cristiana.
Sin embargo Karl Barth es un gran adversario de esta teología natural, porque parte de la Soberanía de Dios. Dios no es un ser medible ni encasillable en categorías humanas y filosóficas. Cuanto sabemos los hombres de Dios es por revelación y otorgamiento de su gracia. En relación a Dios los hombres solo están a la expectativa. Quizás lo mas discutido o lo que entraña mas dificultad es definir esa revelación, por cuanto la Biblia explica y resuelve a Dios, en la medida de la fe y en el derramamiento del Espíritu Santo en el creyente. La revelación es siempre progresiva de manera que cada día vamos adquiriendo un mayor peso de gloria.
Barth llega a decir algo tremendamente fuerte, sobre esta fabricación teológica y religiosa: “La religión es incredulidad, la religión es por excelencia el hecho del hombre sin Dios” Lo único que cabe en el hombre ante la trascendencia divina es una postura de obediencia y receptividad, de clamor y de petición de auxilio, pues el hombre carece de todo derecho frente a Dios. Por ello, la religión que sustituye los designios de Dios por una imagen surgida el hombre, se podría decir, como en el refrán, que si entramos en un garaje, tengamos cuidado de no convertirnos en un coche.
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