El año 2057 el astro solar está a punto de apagarse. Es necesario por lo tanto enviar cuanto antes una nave tripulada hacia el sol, con la misión de lanzar una bomba nuclear para reactivarlo. La
Icarus II viaja con ocho científicos astronautas, que tendrán que luchar no sólo por su supervivencia, sino por la de toda la humanidad. El capitán Kaneda (Hiroyuki Sanada) dirige la misión, acompañado del físico Capa (Cillian Murphy), la bióloga Corazón (Michelle Yeoh) y la piloto Cassie (Rose Byrne). Al llegar cerca de su objetivo, se cortan las comunicaciones con la base terrestre y reciben un inquietante mensaje de la primera nave
Icarus, que desapareció hace siete años al intentar completar la misma misión...
Capa decide ir a buscar a su predecesora y utilizar las dos bombas para asegurar la reactivación. Mientras los problemas y la tensión aumenta, hasta llegar al peligro mesiánico de “el fundamentalista talibán que nos espera a las puertas del cielo”, el capitán Pinbacker, que “quiere imponer, como dice la Biblia, una paz más allá de toda comprensión”, explica su director. El sorprendente desenlace de la película nos lleva de esa forma a la pregunta bíblica de si pertenece a la humanidad el derecho a la inmortalidad, dice Boyle. Ecos de la “ciencia-ficción teológica” de
2001, Una Odisea en el espacio y
Solaris nos llevan de nuevo a las últimas preguntas de ser humano…
LUZ, MÁS LUZ…
“Luz, más luz, fueron las últimas palabras de Goethe, antes de morir. Y luz, mucha luz, hay en la película que ha visualizado Boyle sobre el guión de Alex Garland. Como los ilustres precedentes de Kubrick y Tarkovsky,
Sunshine pretende ser una película filosófica, disfrazada de épica espacial. Este tipo de ciencia-ficción con pretensiones metafísicas, nos acostumbra llevar además a un terreno teológico, por el que Kubrick se atrevió a hablar de
2001 en 1968 como “la definición científica o la explicación racional de la existencia de Dios”. Así también el ortodoxo ruso Tarkovsky en 1972 toma la novela del católico polaco Stanislaw Lem para hablar de su fe, a pesar de lo críptico y hermético que son sus referencias simbólicas al fuego y al agua.
Boyle viene de un trasfondo mucho menos intelectual. Nacido en un medio católico al norte de Inglaterra, el director contempla seriamente su vocación al sacerdocio, alentado por su madre, hasta que un cura le desanima a ir al seminario. Boyle sigue entonces el consejo del Padre Conway y va a estudiar arte dramático en la Universidad de Bangor, al norte de Gales. Aunque dejó de ir a la iglesia a los diecisiete años, “uno cree que lo ha olvidado todo, pero todo eso vuelve”, cuenta el cineasta en una entrevista al
Washington Post. Al fin y al cabo Boyle iba a misa todos los días, tomaba la comunión dos veces cada domingo y tenía hasta una imagen de la Virgen de Fátima en el jardín de casa. Algunos intentar por eso ver una influencia religiosa en la fascinación que muestra por la violencia en algunas de sus películas.
Sunshine muestra sin embargo su lado más trascendental…
HAMBRE DE TRASCENDENCIA
Aunque esta es una historia que va más allá de la ciencia, sus autores se han asesorado con alguien que trabaja en el laboratorio de Ginebra del
Consejo Europeo para la Investigación Nuclear. Brian Cox es doctor en física y astronomía, pero es especialmente conocido en Gran Bretaña por su labor divulgativa. Su premisa sin embargo es puramente de ficción. No hay evidencias de que el sol se esté apagando, pero según algunos artículos de Cox, “esa contingencia podría darse”. La palabra luz se puede sustituir por lo tanto por “verdad”, como dice Juan Sardá en
El Cultural, “o incluso Dios”. Boyle lo explica así: “La luz como concepto y como metáfora es el elemento central de la película”.
Es “en este sentido” que “la luz elevada a su máxima potencia sólo puede conducirnos a la idea de Dios”. Para el director, eso “es lo que les sucede a los protagonistas”. Ya que “vivimos en una sociedad, me refiero a Occidente, evidentemente”, dice Boyle, “que le ha dado la espalda a la religión, pero el ser humano no ha perdido su hambre de trascendencia”. Esta necesidad de luz, lleva sin embargo algunas veces a un exceso de luz, que puede resultar cegador. Ese es el mensaje final de la película: una advertencia sobre el mesianismo y los límites de la ciencia.
CIENCIA Y FE
Una de las ideas más absurdas que mantienen algunos hoy en día, en el colmo de la filosofía barata, es que la ciencia ha acabado con la religión. Según eso, la mente científica impide creer en Dios. Los grandes científicos no dicen esto, pero es algo que la gente normal suele decir con frecuencia. Esta no es sólo una idea anticuada, ya que es más propia de la mentalidad mecanicista del siglo XIX, que de la visión de la ciencia actual, sino que incluso desconoce las propias raíces de la ciencia moderna en la cosmovisión judeo-cristiana del mundo. ¡No es casualidad que la ciencia no naciera en Katmandú! La desacralización de la realidad material es sólo posible desde la distinción entre el Creador y su creación. Cuando todo es sagrado y divino, uno no puede manipular la materia para llegar a un conocimiento científico...
La ciencia es enemiga del oscurantismo, pero no de la fe. Curiosamente, una de las ramas de la ciencia donde hay más creyentes en todo el mundo, es la astronomía. No podemos sin embargo olvidar, como nos recuerda
Sunshine, el lado oscuro de la ciencia. La fe es en ese sentido un correctivo a la ambición del ser humano. No hay duda que nos enfrentamos antes grandes amenazas, pero la verdadera fe no sólo anuncia la agonía del planeta tierra, sino también su gran futuro. No debemos caer en un pensamiento catastrofista. El futuro de este mundo está en buenas manos. Este es el mundo de Dios. Él no ha renunciado a su Creación.
Dios promete “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Is. 65:17; Ap. 21:2), pero no será un cosmos totalmente diferente, sino un universo renovado. “La restauración de todas las cosas” (Hch. 13:21), cumple las promesas por las que el hombre recibirá la tierra por herencia. Aunque la presente tierra será
“quemada” (2 Pedro 3:13), la nueva tierra no será destruida, sino que durará eternamente.
Los problemas ecológicos ya no existirán, pero ahora debemos buscar soluciones a esta situación, en la confianza que nos da la esperanza de que
“los mansos heredarán la tierra” (Mt. 5:5). ¿Quién mejor que los cristianos, puede trabajar por un mundo mejor?
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