Hace no mucho tiempo, regalé uno de mis libros “Inmigrantes, el multiforme rostro de Dios”, a un misionero norteamericano amigo mío. Lo estuvo viendo y, al cabo de unos días, me dijo: “En los Estados Unidos esto no tendría éxito”. No lo dijo en forma crítica, sino que parecía que lo decía de una forma realista ante la manera que tienen, al parecer, de vivir el cristianismo algunos evangélicos norteamericanos.
Quizás sea la generalidad, porque yo sé que también en los Estados Unidos hay creyentes comprometidos con los pobres, los inmigrantes desarraigados y desclasados, con los proscritos y excluidos de la tierra. También se puede hablar de los valores del Reino en los países ricos… aunque haya incomprensiones, dificultades y extrañezas. Los seguidores auténticos de Jesús están esparcidos por toda la faz de la tierra.
Sin embargo
es posible que en los países ricos y consumistas, allí donde la riqueza se considera como prestigio, en aquellas iglesias en donde exigen o quieren que sus pastores vayan vestidos de forma impoluta, dando la imagen de triunfador, sea difícil entender la figura de Jesús cercana a los pobres, a los pecadores, a los marginados, a las prostitutas, a los ladrones, a los extranjeros como eran los samaritanos, a los ignorantes, locos, poseídos o enfermos. En muchos ambientes cristianos, o denominados cristianos, esto sigue pareciendo una locura.
En el ambiente que rodea a Jesús, están los antihéroes, los que no tienen poder mundano, los fracasados y desprestigiados, los desheredados y todos aquellos a los que, incluso desde los sectores religiosos, se les negaba todo tipo de esperanza. ¡Qué difícil es entender al Jesús histórico desde algunos sectores del mundo rico, desde las iglesias que, hartas y nadando en la abundancia, viven cómodamente los valores antibíblicos de una sociedad injusta y maldita en muchos aspectos!
El ambiente que rodeaba al Maestro, al Hijo de Dios Humanado, a Jesús de Nazaret, era muy diferente que el ambiente de las iglesias de los cristianos ricos en medio de un mundo de pobreza. A Jesús le seguían, por la esperanza que transmitía a los desheredados de la tierra, todos aquellos pecadores, pobres, publicanos, rameras, desclasados y proscritos de la época. Jesús transmitía esperanza a gentes sencillas, a los ignorantes considerados malditos por los sectores religiosos que pensaban que estos malditos ignorantes no podrían cumplir nunca la ley.
Jesús, así, se rodea de la gente menos representativa, más molesta para los puros de la época, agobiados, “trabajados y cansados”, cargados, minusvalorados, de fama sospechosa y mal vistos por la sociedad, enfermos, incultos, ladrones… y come con ellos, comparte con todos estos desheredados la vida, el pan y la Palabra.
Los religiosos de la época cerraban las puertas de la salvación a todos éstos. Se convertían en guardianes de las puertas del Reino de los Cielos que sólo abrían a los puros, a los carcomidos por la hipocresía y una santidad fingida que les convertía, según Jesús mismo, en sepulcros blanqueados por fuera cuyo interior es putrefacción en la que deambulan los gusanos inmundos.
Por eso hoy, habría que gritar a las iglesias de los ricos autoconsiderados puros: ¡No cerréis las puertas de los cielos a estos pequeños, no sea que estéis clausurando para siempre la posibilidad de poder cruzar vosotros hacia los atrios del Dios vivo!
Con Jesús no sólo irrumpe en el mundo la comunicación de que el Reino de los cielos ha llegado, la comunicación de que el Evangelio es predicado, sino la comunicación de que el Reino de Dios se ha acercado, ha llegado a los pecadores, excluidos y marginados, que el Evangelio es predicado a los pobres.
Esto sigue escandalizando.
Las prioridades de Jesús son una interpelación tan grande a tantos cristianos de espaldas al dolor de los hombres que muchos llamados seguidores de Jesús no pueden aguantar estas interpelaciones… y vuelven su mirada hacia arriba, hacia los ángeles, hacia el trono de Dios ante el cual se quieren gozar y sentirse bendecidos y privilegiados. Pero el mensaje sigue sonando desde el trono del altísimo: El reino de Dios se ha acercado a los pobres, a los desclasados, a los marginados y excluidos, a los proscritos… y se nos cierra la visión del trono de gloria hasta que no nos paseemos por los focos de conflicto, hasta que no nos convirtamos en agentes de liberación de los sufrientes de la tierra.
Así, los pobres son los preferidos del Señor… No por ninguna especie de superioridad moral o espiritual de los marginados y excluidos de la tierra, de los empobrecidos del mundo, sino porque Jesús viene investido de la propia bondad y amor de Dios el Padre que los acepta y los acoge destruyendo y haciendo saltar en pedazos todo tipo de exclusión y todo tipo de prepotencia basada en consideraciones de pureza por razón de estatus social, acumulación de riqueza o de sabiduría mundana.
Jesús, en su bondad y amor, reflejando las características del Padre, ofrece acogida y salvación a todos aquellos marginados, olvidados, humillados, excluidos y robados de dignidad por los que los autoconsiderados puros, por los religiosos que sólo miran al cielo y a su autogozo y deseos de bendición, sea ésta económica o de otro tipo.
Jesús no fue neutral ante las injusticias del mundo, no fue neutral ante el desamor, ante la exclusión y empobrecimiento de las gentes sencillas, de los huérfanos, las viudas y los extranjeros, como prototipos de las personas marginadas, empobrecidas y excluidas de todas las épocas… Nosotros, los cristianos, tampoco debemos ser neutrales.
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