Durante medio siglo, la falta de noticias en torno a Dreyer hizo creer a sus admiradores que sus películas eran el fruto de largos períodos de silencio. La parca bibliografía, el desconocimiento de su obra muda, la etiqueta de cineasta religioso y una vaga idea de la cultura nórdica, representada siempre con la austeridad del pietismo protestante, contribuyeron a la leyenda. Todavía hoy, puede leerse en España cómo eminentes historiadores del cine dicen que Dreyer fue “educado en la rigidez de la moral luterana por su familia adoptiva”, dando la impresión de un ambiente lúgubre y pesimista, pero ¿de dónde viene en realidad Dreyer?
Dreyer no fue educado en la rigidez de ninguna moral puritana, sino en un contexto laico. Se crió con una familia obrera y apenas llegó a la adolescencia, empezó a frecuentar círculos liberales. Asistió de forma tardía a la desintegración del movimiento reformista de Georg Brandes, que intentó modernizar la sociedad danesa durante la segunda mitad del siglo XIX. Fue aprendiz de muchos oficios. Se dedicó primero a la aeronáutica y luego al periodismo, pero encontró siempre en el cine una vía de escape a la frustrante realidad en que vivía. Hasta que Jesús se convirtió en una obsesión para él…
La fe de Dreyer se levanta por encima de toda religión en una adhesión a Cristo, más allá de todo culto o tradición . Las historias sobre él, negándole la mano a un sacerdote o empeñando su vejez en una película sobre Jesús, que nunca pudo realizar, no son ya sino parte de la leyenda de un hombre que vivió una fe más allá de las instituciones seculares que se han dado en llamar iglesias. De eso trata precisamente
Ordet, una película que tal y como decía Truffaut, habla sobre la pérdida y la recuperación de la fe. Su historia está basada en la obra de un autor llamado Kaj Munk, que fue
un pastor asesinado por pistoleros de la Gestapo en los primeros días de 1944.
EL MILAGRO DE LA FE
La Palabra nos presenta una familia que vive en medio de un bosque. Los Borgen tienen tres hijos. El primero, Mikkael está en medio de una crisis espiritual, cuando su esposa, Inge, queda embarazada. El segundo, Anders, se ha enamorado de Anne, la hija de un sastre llamado Petersen, que está enfrentado a los Borgen por cuestiones religiosas. El tercero, Johannes, atraviesa la escena como una sombra, con gran solemnidad de movimientos y una mirada perdida. Es un estudiante de teología que ha enloquecido, leyendo a Kierkegaard y ahora se cree Jesucristo.
Cuando Inge y su hijo mueren durante el parto, todo parece desmoronarse. Mikkael está a punto de perder la fe para siempre, el padre se desespera y Anders es rechazado por los Petersen. Sólo una niña mantiene la calma, confiada en las palabras de Johannes, que anuncian el milagro de la resurrección. Estamos ante el misterio de la fe, la locura de una esperanza infantil en la Palabra que hace nuevas todas las cosas.
Cuando al viudo Mikkael le brindan la consoladora reflexión religiosa de que su mujer está en el Cielo, él responde con espontaneidad y firmeza: “También amaba su cuerpo”. La espiritualidad de Munk y Dreyer es en ese sentido muy protestante. Su esperanza no está en una realidad incorpórea, como la que disfruta el alma en ese período intermedio que denominamos el Cielo, sino en la visión última de la resurrección de la carne. En la obra de Munk, de hecho la locura de Johannes tiene su origen también en la muerte accidental de su prometida. Por eso Dreyer presenta la muerte real. Y para que no haya ninguna duda, incluye insertos de certificados de defunción y esquelas, para mostrar la realidad también de la resurrección.
En la cocina del sastre le enseñan a Anders una estampa con el típico grabado sobre la resurrección de Lázaro, pero su esperanza está sobre todo en el Cielo. Por eso cuando Inge pregunta dónde está el niño recién nacido, su cara se ilumina cuando su marido responde que está con Dios. Porque Mikkael parece haber recibido la gracia de la fe, pero es al final de la película cuando irrumpe la alegría con el poder de la resurrección. El milagro es doble, en ese sentido. Pero hay otro milagro también, que es puramente cinematográfico, que es lograr que un público descreído, que jamás admitiría un milagro, en
Ordet se lo cree…
ESTILO TRASCENDENTAL
No hay en Ordet un solo detalle o elemento inexpresivo. Todo tiene una función directa o simbólica. La película ha sido filmada en exteriores o interiores naturales, como si se hubiera acotado un trozo del mundo real para moverse en él como en un escenario teatral. Allí, los personajes y la acción; aquí, nosotros, los espectadores. Su magistral utilización del tiempo, la armonía y los ritmos internos de los planos, no son sin embargo teatrales. Muestran una pura expresividad cinematográfica. Dreyer ha quitado de en medio todo lo innecesario y superfluo, para buscar la máxima nitidez del dibujo dramático. En pocas películas como ésta, se tiene la sensación de estar allí, en el lugar mismo de la acción, asistiendo al acontecimiento.
Cuando se emitió por televisión en ¿Qué grande es el cine!, produjo una gran impresión en cientos de miles de personas, a las que teóricamente debiera haber aburrido. Porque Ordet es una película que se siente. Y su capacidad de emocionar la percibe cualquier tipo de espectador. La sensación de quietud que produce, da la impresión de que la cámara ha permanecido inmóvil a lo largo de toda la película, cuando es justamente lo contrario. Sus movimientos son imperceptibles, pero constantes. Lo que ocurre es que su lenguaje está en las antípodas del cine norteamericano. De alguna forma hemos llegado a creer que no hay otro estilo narrativo que el norteamericano. Por eso cuando alguien se aparte de él, como Dreyer, dicen que eso no es cine. Lo que pasa en su caso, es que alcanza tan altas cotas en su arte, que nadie se atreve a cuestionarlo, diciendo que es demasiado lento.
Su camino como creador, es de hecho tan singular que cuando estaba preparando su proyecto sobre Jesús, que acarició durante más de veinte años, llegó a estudiar hebreo y griego, cómo era la medicina en los tiempos de Cristo, las costumbres de los judíos y la situación político-religiosa de Palestina. Así también al hacer
Ordet, Dreyer utiliza muebles y objetos cedidos por granjeros de la zona. Por lo que el brillo de los sillones, los retratos y cacharros que Inger maneja, revelan la huella de un uso cotidiano. No utiliza siquiera maquillaje para los rostros. Sólo destaca la luz, la blanca luz de esperanza de una fe que renace, frente al poder de la muerte…
LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA Todos sabemos que hay una creencia social o tradicional que no se basa en una fe personal , ya que es algo que conocemos muy bien en nuestro país.
Pero hay una fe basada en una teología, que niega la misma realidad sobrenatural sobre la que la fe se sustenta. Y ésta ha arraigado en muchos países de tradición protestante desde el siglo XIX. Su ejemplo más claro es el pastor que aparece en Ordet. Un hombre que a la muerte de Inger, tiene
que traer su mensaje obligado, pero que ya que no cree en una vida después de la muerte, sino que niega la realidad de Jesús, tal y como aparece en los Evangelio, espiritualizando sus milagros.
Otros, como el grupo del sastre, viven esa fe como una opresión, que hace de su religión algo triste , porque no creen realmente que haya lugar para la humanidad en la redención que logra Cristo por su resurrección.
Los únicos que creen, para Dreyer, son el loco y la niña. Viene entonces a nuestra mente la primera epístola de Pablo a los corintios. Una carta que comienza con la locura de la predicación, que trae una fe basada en la Palabra, pero que acaba con ese impresionante capítulo quince sobre el corazón mismo de nuestra esperanza: la resurrección de la carne. Dreyer se convierte así en un evangelista, que nos recuerda que si los muertos no resucitan, vana es entonces nuestra fe. Ordet es por eso la apología de una fe genuina, abierta al milagro. Vista desde el silencio sobre Dios, que caracteriza nuestra cultura hoy, la película abre un encuentro con la Palabra, nos invita a asistir al cine a la luz de la eternidad.
“Yo soy la resurrección y la vida”, dice Jesús: “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. Por lo que “todo aquel que vive y cree” en Él, “no morirá eternamente” (
Juan 11:25). Así que si creemos en Jesús como nuestro Señor y Salvador, aunque muramos, seguiremos viviendo. Porque “esta es la vida eterna”, conocer al “único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien ha enviado” (17:3). Una vida que empieza ya en la tierra y que no nos será arrebatada, ni siquiera temporalmente. Es una vida para siempre, eterna, cuya redención incluye la liberación de nuestro propio cuerpo, un nuevo cielo y una nueva tierra (
Apocalipsis 21-22). La resurrección de Cristo nos da así una esperanza viva (1
Pedro 1:3)
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