En las iglesias cristianas en general, los asistentes o miembros captan más el mandamiento de amar a Dios, de darle culto, de practicar el ritual, de mirar hacia arriba…, que el mandamiento de amar al prójimo, de servirle, de hacerle justicia. En las iglesias todas se predica más el amor a Dios que su semejante: el amor al prójimo, el amor al hermano. Menos aún se predica el amor al hermano pobre, excluido, injustamente tratado… No se predica bien la projimidad. Es la gran tragedia de las iglesias cristianas. No siguen bien al Maestro al que dicen servir. Le siguen cercenando y mutilando muchas de sus enseñanzas. ¿Les escandaliza amar al hermano pobre en una relación de semejanza con el amor a Dios mismo?
Por eso, cuando se ven a personas que se confiesan cristianos y viven el ritual y dicen que se gozan con el amor de Dios y olvidan al prójimo en necesidad, le ven tirados al lado del camino de la vida y pasan de largo, se puede decir: ¿Qué mentira es ésta? ¿No es un escándalo? NO me extraña que se escandalicen de las enseñanzas de Jesús.
Cuando vemos a tantos que se regocijan en la práctica del ritual, que quieren vivir de cara a Dios, pero viven de espaldas a los sufrientes del mundo, de espaldas a los excluidos de los bienes de esta tierra y robados de dignidad, se puede uno preguntar: ¿Qué desatino es éste? ¿Cómo se puede vivir la espiritualidad cristiana en tal mentira? ¿Qué mentira es ésta? El escándalo humano que se da debería avergonzar a todos los cristianos.
También, hablando del amor a Dios y al prójimo, se podría hacer la pregunta: ¿Qué amor es éste? ¿Qué amor es éste que se reduce a un sentimiento un tanto egoísta en búsqueda de goces pseudoespirituales, pero que se reduce a un sentimiento pasivo sin que pase a la acción y se convierta en el motor de la fe y en la fuerza que mueve las obras de la fe? ¿Qué amor es éste que digo profesar a Dios y que me permite pasar de largo ante los apaleados de la historia? ¿Qué amor es éste que no me lanza a practicar el concepto de projimidad que nos dejó Jesús? Podemos, así, volver a la pregunta de inicio: ¿Qué mentira es ésta? ¿Qué mentira es ésta en la que muchos viven pensando que están moviéndose dentro de la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana? ¿Qué mentira es ésta? ¿Acaso es porque se escandalizan de las enseñanzas de Jesús?
Muchas veces las iglesias se convierten así en consoladoras y adormecedoras de conciencias, separándose años luz de la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana y del Dios al que dicen servir. ¿Qué desatino es éste? Al buscar fardos de adormideras que nos producen cierto placer pseudoespiritual, estamos olvidando el centro de la vivencia cristiana, lo importante que nos dejó Jesús: La justicia, la misericordia y la fe. Una fe que actúa por el amor produciendo las obras de la fe. No se puede amar a Dios y dar la espalda a tus coetáneos sufrientes, desentenderte de aquellos que te rodean que han sido robados, apaleados y dejados tirados a los márgenes del camino de la vida. Eso es un escándalo para Dios mismo.
La vivencia de la espiritualidad cristiana no es un estado de ánimo placentero. Amar a Dios es ponerse a su disposición para que Él haga su voluntad en nosotros, ponernos a su servicio, vivirle desde su voluntad. Centrarse en él para ser sus manos y sus pies en medio de inmundo de dolor. Amar al prójimo, no es un sentimiento de pensar en los sufrientes del mundo cuando hacemos una oración por los alimentos abundantes que tenemos -muchas veces de forma escandalosa-, sino centrarse en él o en ellos para servirles. Se les sirve con la acción asistencial, siendo la voz que a ellos les falta, denunciando, buscando justicia en el mundo, intentando cambiar los valores marginantes y excluyentes por los valores del Reino. No os escandalicéis de esto.
Que la religión que se nos da desde las iglesias no nos embarulle. Que sus muchas normas y reglamentos no nos distraigan. Que sus costumbres no sean una trampa para olvidar lo esencial de la ley: La justicia, la misericordia y la fe. El amor al prójimo que está verificando el amor a Dios. Que las muchas normas, costumbres, predicaciones que adormecen las conciencias, no nos separen del núcleo central de todo el Evangelio: El amor a Dios y al prójimo que deben estar en una relación de semejanza. Escandalizarse de esto es errar el camino del seguimiento. Si no amamos al prójimo de forma semejante a como amamos a Dios, rompemos el núcleo del Evangelio, lo partimos, lo mutilamos. Es entonces cuando hay que volver a la pregunta del inicio: ¿Qué mentira es ésta? Esto sí que es un escándalo.
¿Qué religión es la que es capaz de callarse ante el sufrimiento y la injusticia del mundo? ¿Qué religión es la que se calla ante el hambre de tantos millones de personas, ante la exclusión de más de media humanidad? ¿A qué Dios sirve? ¿A qué Maestro sigue? ¿Qué mentira es ésta? Son escandalizados de la doctrina de Jesús que, a su vez, escandalizan. La única definición de religión que se da en la Biblia, comienza así: “Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones…”. Recordemos que los huérfanos y las viudas eran los prototipos de los marginados en el Antiguo Testamento, unido a otro grupo de mucha actualidad entre nosotros hoy: los extranjeros, los inmigrantes.
El amor a Dios debe generar en nosotros una fuerza y una dinámica activa a favor del prójimo, una dinámica imparable de misericordia que nos lleve a amar al prójimo de forma semejante a la que debemos amar a Dios mismo. Si no es así, la pregunta volverá de forma insistente machacando nuestras mentes y nuestros corazones: ¿Qué mentira es ésta? ¿Qué mentira es ésta, hablar de un amor a un Dios que nos separa del amor a los sufrientes del mundo, que no nos compromete y nos lanza al servicio, a la denuncia y a la búsqueda de justicia? ¿Qué mentira es ésta? Estáis escandalizando al mundo. Os estáis escandalizando de la auténtica doctrina de Jesús.
El ritual salta hecho pedazos ante la falta de amor y servicio a los necesitados, a los hermanos pobres o sufrientes del mundo. La falta de un amor al prójimo, de semejante al amor a Dios, es lo que nos hace ser egoístas, acumuladores, servidores de Mamón, el dios de las riquezas. Es el gran escándalo del mundo, el escándalo de la pobreza, de los desequilibrios económicos y de la opresión.
El hombre se hace humano y, a su vez, roza la divinidad, cuando sabe vivir la espiritualidad cristiana amando a Dios y al prójimo de forma semejante. El hombre se hace realmente hombre cuando actúa, cuando sirve, cuando acompaña, ayuda…cuando ama. También, con la práctica de este amor se hace un tanto divino. Dios es amor y amar es participar de la naturaleza de Dios. Es la única forma de no escandalizarse de las doctrinas de Jesús.
No te conformes con el ritual, con los goces adormecedores, sino busca el verdadero núcleo que te hará vivir la auténtica espiritualidad cristiana: El amor a Dios y al prójimo de forma semejante. Si no, plantéate la pregunta: ¿Qué mentira es ésta? Nunca te escandalices de las enseñanzas del Maestro.
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