Y se escandalizó de la respuesta... y se marchó triste... Se quedó con su riqueza, pero también con su tristeza. ¡Eso sí que es un escándalo humano!
Cuando alguien pregunta qué más me falta, como hizo el joven rico en el relato del Evangelio, es que cree que ya lo tiene casi todo, o piensa que lo tiene todo, pero desea confirmarlo para estar totalmente seguro. Era la actitud del joven rico: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud”. La pregunta “¿Qué más me falta?” se puede interpretar como si preguntara si el Maestro creía que aún le faltaba algo además de sus cumplimientos religiosos... y se escandalizó de la respuesta... y se marchó... triste.
Lo que pasaba era que el joven rico estaba mal orientado en su busca de vida eterna, de una espiritualidad premiada, pero orientado de manera unidireccional. Estaba unidireccionado. De ahí que llegó a escandalizarse e irse con su riqueza y con su tristeza.
Unidireccionado verticalmente hacia la vida eterna, hacia el cielo. Quería poseer también las riquezas del cielo. Así, el problema era que esta unidireccionalidad no era acepta a los ojos de Jesús. Era la búsqueda de una espiritualidad descompensada, unidireccionada que echaba fuera la otra dirección, la otra línea direccional que es la de la relación y el compromiso con el prójimo. Al no tener compromiso con el prójimo necesitado, se escandalizó.
Y es que la vida cristiana está mutilada y prácticamente anulada cuando no es bidireccional: dirigida hacia Dios y la vida eterna, por una parte, y hacia la práctica de la projimidad, hacia el prójimo en necesidad, por otra. Muchos cristianos hoy también se escandalizarían de la respuesta de Jesús al joven rico.
A este joven rico le faltaba la dirección horizontal, de acogida y ayuda al prójimo, en la vivencia de la espiritualidad y relación con la vida eterna que buscaba. Pensaba en Dios y en la vida eterna, pero era insolidario para con el prójimo, situación que nos dice Jesús que es imposible para la vivencia de la auténtica espiritualidad. La vivencia de la auténtica espiritualidad puede escandalizar a muchos de los hoy llamados cristianos.
“¿Qué más me falta?”, fue la pregunta que este joven rico hizo a Jesús, pero su pensamiento y los deseos de su corazón era algo unidireccional. Todo se dirigía a qué cosas, qué bienes, qué prácticas en relación con una religiosidad en donde el prójimo estaba ausente, una religiosidad vacía, de búsqueda de detalles de ritual. Él quería cumplir el ritual o la norma para heredar la vida eterna.
En su concepción religiosa, si Jesús le hubiera pedido hacer cincuenta genuflexiones, o que recitara los mandamientos cien veces, o que visitara el templo día y noche, o que hiciera decenas de oraciones, él lo habría hecho. Quería cumplir moviéndose en la línea del ritual, de las observancias religiosas y del conocimiento de la ley que también quería cumplir y decía haber cumplido “todo”.
Él dice a Jesús que ha cumplido e insiste: “¿Qué más me falta?”. Entonces es cuando Jesús se decide a mostrarle la línea de cumplimiento o de observancia que le faltaba. Una línea necesaria e imprescindible para heredar la salvación. La línea de la vivencia y el compromiso con el prójimo. La línea que aún hoy puede seguir escandalizándonos.
Lo que suena duro en el relato o parábola del joven rico, es la contundencia y radicalidad que Jesús tiene al decir al rico que practicara la projimidad. Jesús muestra a este joven que necesitaba una reestructuración de su vida en donde entrara como factor necesario el amor, la acogida y la ayuda al prójimo. La respuesta que completa y complementa al joven rico en lo que le faltaba, parece una exageración, una radicalidad difícil de entender incluso desde nuestros parámetros cristianos de hoy. Un escándalo.
Así -dijo tajantemente Jesús al joven rico-, debes complementar lo que te falta: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. Ese era el complemento que le faltaba. Un complemento de una radicalidad que muchos hoy no podrían aceptar y dejarían el seguimiento de Jesús... escandalizados.
No debes centrarte sólo en la búsqueda de tu vida eterna, diría Jesús, sino, también, en la acogida y la ayuda al prójimo sufriente. El centrarse sólo en una perspectiva es un escándalo para el Evangelio.
Por tanto, tal y como lo muestran también los profetas, la relación con el prójimo, con el hombre sufriente, con los pobres y oprimidos del mundo, condiciona nuestra relación con Dios. Si dices que amas a Dios y buscas la vida eterna, pero sólo lo haces pensando en ello de forma insolidaria, de espaldas al dolor de los hombres y al grito de los pobres de la tierra, eres mentiroso, dice la Biblia. Es un escándalo para el Evangelio. Si no puedes amar a tu hermano necesitado a quien ves sufrir, si no puedes compartir con él el tiempo, los bienes, el pan y la Palabra, ¿cómo puedes decir que amas a Dios deseando sólo las riquezas de la vida eterna de forma insolidaria? Es imposible.
¿Nos atreveríamos a hacer la pregunta a Jesús que le hizo el joven rico? ¿Qué más me falta, Señor? ¡Qué cosa le pide Jesús al rico! Que se vuelva al hombre sufriente y que comparta de forma radical y total. ¿Qué tiene que ver esto -pensaría el rico-, el pobre y el sufriente, con mi deseo de heredar la vida eterna? El rico se equivocó y se fue triste, escandalizado. Como he dicho, se quedó con su riqueza y con su tristeza. No pudo ser discípulo de Jesús.
Por tanto, cuando preguntemos a Jesús por nuestra salvación o vida eterna, es muy posible que Jesús nos redireccione, que nos dirija hacia el mandamiento de práctica de la projimidad, que nos oriente hacia el prójimo que nos necesita. Jesús puede pedir renuncia y compromiso: “vende todo lo que tienes y dalo a los pobres”. Era eso, algo tan radical, lo que le faltaba al joven rico, aplicable a todos nosotros en su radicalidad. No nos escandalicemos. No te escandalices.
Esto que asusta y escandaliza, puede impedir el seguimiento a Jesús. Y no es que prediquemos la depauperación de los creyentes. Quizás yo no me atrevería a decir la frase radical de Jesús. Él es Dios, yo no. Lo que sí está claro es que hay que cumplir con el deber de projimidad, compartir tanto la vida, como los bienes, como el pan, como la Palabra... Es la consecuencia de vivir una fe viva y activa. Lo otro sí que es un verdadero escándalo.
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