“Hágase tu voluntad, así en el cielo como en la tierra”, es la tercera petición de la oración de Jesús para enseñarnos a orar. Cuánto falta, Señor, para que esta petición de tu oración modelo se cumpla en la tierra, para que, en el cumplimiento de esta tercera petición del Padre nuestro, el cielo y la tierra se abracen besándose la justicia y la paz, no sólo en el cielo, sino en medio de los focos de conflicto de la tierra, en medio de tanta pobreza y exclusión social. Yo creo que los cristianos no siempre trabajamos como debemos para que tu voluntad, la voluntad que se cumple en el cielo, se cumpla también en la tierra. Mucho hay que trabajar en la línea del Evangelio a los pobres, para que esta petición se encaje en el “ya” del reino. Úsanos, Señor.
No debemos pensar en el cumplimiento de la voluntad de Dios para el más allá, sino que la petición nos baja el cielo a la tierra, en nuestro aquí y nuestro ahora, los funde dentro del objetivo de establecer la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra.
En toda esta petición hay un trasfondo importante: el de la renuncia a imponer mi voluntad para que se pueda cumplir la voluntad de Dios… la voluntad de Dios para con los pobres. No somos nosotros los quijotes ni los héroes humanos que vamos a arreglar el mundo, que vamos a imponer nuestra voluntad férrea. El hacer esta petición es un acto de humildad y de reconocimiento de la soberanía del Señor y de que la justicia en el mundo, la eliminación de la opresión o el Evangelio a los pobres, no se impone sólo con nuestras fuerzas humanas.
Es el proyecto de Dios al que nosotros nos unimos renunciando a mucho, a muchos objetivos humanos que nuestra voluntad quisiera conseguir. Todo lo que somos y lo que tenemos, lo ponemos a disposición de Dios y de los necesitados de la tierra, de los sufrientes del mundo. Si no, ¿dónde está el cumplimiento del concepto de projimidad tan fuerte que nos dejó Jesús?
“Hágase tu voluntad”, es una petición que implica renuncia. Y en esta renuncia hay mucho a favor de los otros, de solidaridad humana, de projimidad, de no buscar nuestra propia relevancia, de valores del Evangelio a los pobres. El
“hágase tu voluntad” implica decir: Señor, úsame y usa todos los medios que tengo a mi alcance, todos mis bienes y todas mis capacidades. No yo, sino tú. El prójimo como yo mismo. Nos convertimos, así, en personas con una voluntad al servicio del Señor. Es un poco el acercarnos a la expresión del Apóstol Pablo:
“Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. No hay mayor forma de aceptar la voluntad de Dios en nuestras vidas y en el mundo.
Ante esta petición, nuestros intereses humanos pasan a un último lugar como ocurre con el concepto del Evangelio a los pobres: Lo primero, lo último. Es el trastoque de valores del Evangelio. Nuestros intereses pasan a ser los intereses de todos nuestros hermanos, los intereses de todos los hijos de Dios. Aceptar la voluntad de Dios significa que se dé prioridad a los planes de Dios, no a los nuestros… y la voluntad de Dios es que el hombre viva con dignidad, el que nos paremos en medio del camino para tender una mano al herido, al despojado, al apaleado y dejado en la exclusión en los márgenes de nuestra historia persona, de la historia personal y única de tantos pobres y hambrientos del mundo. El que acepta la voluntad de Dios, se ve convertido en un vocero del Creador, en un denunciador de la injusticia, en un redentor del hombre en nuestro aquí y nuestro ahora. Lo hacemos por ti, Señor… con él y en él.
Aceptar y orar esta petición, es ponerse bajo autoridad. Es su voluntad la que se ha de cumplir y dejamos que Él nos use… aunque muchas veces no sepamos dónde vamos, aunque el camino nos parezca estrecho y los que están instalados en los valores del mundo se rían de nosotros y piensen que hemos perdido el juicio… Hemos perdido el juicio por amor. Hemos perdido el juicio humano a favor de que se cumpla la voluntad divina: Que el amor al prójimo sea semejante al amor a Dios.
Cumplir estas peticiones en la línea del Evangelio a los pobres, puede costar dolor. Es posible que haya momentos en el camino en el que sintamos deseos de rebelarnos, de vivir a favor de la corriente del mundo, de conformarnos a este siglo. Es posible que, a veces, pienses que no vas a poder. Te puedes acordar de los ajos y de las cebollas de Egipto, como le ocurrió a su pueblo. Es posible que, en ocasiones, tengamos que llorar al dejar cosas del mundo que nos gustan. Al final del camino, experimentarás la felicidad del dar, de la entrega, de ver a alguien rescatado del despojo y con sus heridas curadas.
Porque si no estás dispuesto a servir, ni a dejar comodidades… ni a nada en esta línea del Evangelio a los pobres; si no estas dispuesto a dejar a Dios que te use, es mejor que no hagas esta oración. Como hemos dicho, búscate tus propios ídolos o dioses. Inclínate ante el oro del mundo. Quizás encuentres algún disfrute pasajero, aunque el final sea de muerte.
Jesús sigue siendo el modelo para esta tercera petición del Padre nuestro. Ante su muerte deseaba que pasara de Él ese trago tan doloroso… pero necesitaba ser experto en sufrimiento. Al final tuvo que decir:
“Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Así, hacer esta petición de que en el mundo se haga su voluntad, es alinearse con Jesús, con el experimentado en quebranto, para que el Padre pueda cumplir su voluntad y renunciemos a la imposición de la nuestra.
Señor, ayúdanos decir “hágase tu voluntad como en el cielo así también en la tierra”. Que tu voluntad celeste impregne este mundo. Y a nosotros, no nos des ningún disfrute cuando nuestra voluntad quiera imponerse de espaldas a la tuya. Concédenos esto, Señor.
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