Como quiero comentar el
“Padre nuestro” completo, ya que está muy en la línea de lo que estamos rastreando en los escritos de los cuatro evangelistas sobre el Evangelio a los pobres, voy a comentar la primera petición:
“Santificado sea tu nombre”.
Pudiera parecer que esta primera petición se escapa de la línea de Jesús tan comprometida con los pobres, pero, si la analizamos en profundidad, como vamos a intentar hacer, veremos que puede parecer así por tener, en muchas ocasiones, un concepto de “santo” y de “santidad” que no se corresponden con el concepto bíblico. Máxime para nosotros los españoles en un contexto católico en donde el nombre
“santo” se ha dado y usado de una forma muy limitada, fundamentalmente en los ámbitos populares.
“Santificado sea tu nombre”, es la primera petición, la que fundamenta todas las demás que, claramente, como vamos a ir viendo, están en línea con el Evangelio a los pobres.
En la profunda preocupación de Dios con los sufrientes del mundo, en la identificación que Jesús hace con los pobres con su expresión
“por mí lo hicisteis”, en la calificación que Isaías da al Siervo Sufriente como
“experto en sufrimiento” o
“experimentado en quebranto”, no cabe la posibilidad de que “el nombre del que es” sea santificado en la tierra, si los seguidores del Maestro están de espaldas al sufrimiento de los pobres, al grito de los marginados y excluidos. Así, la petición “santificado sea tu nombre”, carece de sentido para los insolidarios, acumuladores e injustos.
En el contexto católico español nos hemos acostumbrado a llamar “santo” a algunos elegidos y privilegiados, a un sector particular de canonizados. Esto ha estropeado el concepto de santidad. No es ese el sentido de
“santo” o de
“santidad” que nos dan los Evangelios, que nos da la Biblia. Estos conceptos, desde el punto de vista evangélico y bíblico, son globales, generales, aplicables a todos aquellos creyentes que, estando en relación con Dios, están llamados a vivir un tipo de vida de especial compromiso con Dios y con los hombres. Quien no tiene compromiso con los hombres, carece de compromiso con Dios. No puede orar con esta primera petición.
Así,
cuando decimos “santificado sea tu nombre” no tenemos más remedio que ponernos en línea con todo el Evangelio, con el Evangelio a los pobres. No se trata de de ninguna beatificación, de ningún análisis de Dios, de ninguna idea de canonización. Santo es todo aquél que ha sido separado de todo lo impuro, malo o profano... santificar el nombre de Dios es mantenerlo en la tierra sin hacerlo cómplice de la injusticia, ni de la impureza, ni de la maldad, pero mostrando que es un Dios que se implica en el servicio a todo lo justo, a las víctimas de la injusticia... implicándose y actuando a través de sus hijos santificados.
Los que santificamos su nombre somos también santos, es decir, separados para el servicio a Dios y a los hombres, fundamentalmente para con los más débiles, manteniéndonos sin mancha en el mundo. Esta separación para el servicio, esta santidad, este santificar el nombre de Dios, se coloca sin duda en la línea del Evangelio a los pobres. Somos santos y separados para servir, para ser manos tendidas de ayuda, para ser las manos y los pies del Señor en medio de inmundo de dolor. Así, santificamos a Dios porque lo hacemos por él.
“Por mí lo hicisteis”, dice el Señor.
Santificar el nombre de Dios, ser santos, no es una actitud interior, más o menos mística, de elevación espiritual vivida solamente en la verticalidad de la relación con Dios. A esta actitud interior, para santificar el nombre de Dios, hay que añadir también, de forma imprescindible, una conducta adecuada en relación con el hombre, con el prójimo apaleado y tirado al lado del camino, una conducta comprometida con la justicia y la dignificación de las personas. No hay posibilidad de poder decir esta petición
“santificado sea tu nombre”, fuera de estos parámetros. Quien no se separa para servir a Dios y al prójimo, quien no se aparta para practicar la solidaridad, será apartado y separado de Dios. No es santo. No puede santificar el nombre de Dios.
Santificar el nombre de Dios no es sólo algo que se haga desde cualidades o experiencias meramente ontológicas, es decir, en el ámbito del ser, sino que es algo que se debe dar inexcusablemente en el ámbito del hacer, en el ámbito de la moral, de la ética, de la práctica de la projimidad... de la ayuda a los pobres y sufrientes del mundo. Esta forma de santificar el nombre de Dios nos enlaza con todas las líneas y parámetros del Evangelio a los pobres.
Santificar el nombre de Dios no es sólo querer o buscar algún pietismo, alguna búsqueda de pureza. Era el problema de los religiosos de la época del Jesús que se autoconsideraban
“puros”, pero fueron rechazados por Jesús como
“sanos que no necesitan médico”. Santificar el nombre de Dios afecta a toda una ética de la conducta y del compromiso de los creyentes en relación con Dios y con los hombres. En relación con la dignificación de las personas, con la liberación de los pobres del mundo.
Santificar el nombre de Dios no está solamente en la línea de la verticalidad de la vivencia cristiana, sino también, y de manera necesaria para no mutilar el Evangelio, en una línea de vivir la espiritualidad cristiana en la dimensión horizontal en relación con los hombres, especialmente con el hombre empobrecido y sufriente del mundo.
En la primera epístola del apóstol Pedro se nos dice: “Sino como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en vuestra manera de vivir”. Es imposible santificar el nombre de Dios de espaldas al prójimo, de espaldas a los colectivos sufrientes del mundo. Es una burla pedir
“santificado sea tu nombre”, si no somos movidos a misericordia con el prójimo sufriente, si no cambiamos nuestra manera de vivir poniéndonos en línea con los valores del Reino, con las líneas del Evangelio a los pobres. No pasaremos de ser simples religiosos desconectados de Dios, como ocurrió con el sacerdote y el levita de la parábola del Buen Samaritano... y seremos condenados por faltar al mandamiento de projimidad, separados de Dios para siempre por no separarnos, en santidad, para el servicio a Dios y al prójimo necesitado.
Señor, ayúdanos a santificar tu nombre. Para ello cambia nuestra manera de vivir, nuestros compromisos, nuestros actos y prioridades.Si no somos capaces de vivir en compromiso, en el servicio y en la búsqueda de la justicia misericordiosa de la que tú nos diste ejemplo, no pongas nunca esta petición en nuestros labios. Pero queremos hacerla. Santifícanos para poder santificarte, para santificar tu nombre en medio del mundo.
“Santificado sea tu nombre”, Señor. También en la tierra, entre los que sufren, entre los pobres y oprimidos. Haznos santos, Señor, también en nuestra conducta, estilos de vida solidarios y compromiso con los empobrecidos de la tierra.
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