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Retazos del Evangelio a los pobres (XL)
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¿Dónde estás, dónde te escondes, Señor?

“Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario”. Mateo 14:24. Texto completo en Mateo 14:22-33.
DE PAR EN PAR AUTOR Juan Simarro Fernández 19 DE JUNIO DE 2011 22:00 h

Muchos se preguntan que dónde está el Señor en los momentos difíciles que tenemos que pasar, que dónde está el Señor en medio de la noche de los pobres del mundo, de los abandonados y proscritos de la historia, de los sufrientes de la tierra. ¿Dónde estás, Señor? ¿Dónde te escondes? ¿Acaso nos has abandonado? Pareciera que, en estos casos, quisiera resurgir el grito de Cristo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, ¿por qué nos has abandonado, por qué has abandonado a tantos hambrientos, pobres y sufrientes de la historia?

Debemos tener mucho cuidado para no culpar a Dios de los hechos realizados en el mundo por los injustos de la tierra, los que desequilibran el mundo acumulando y guardando en sus almacenes como el rico necio de la parábola bíblica que nos dejó Jesús. No obstante, el pasaje de los discípulos azotados en el mar en soledad y abandono, sin la presencia del Maestro, nos hace pensar en el sufrimiento del mundo.

Este pasaje de los discípulos, azotados por las olas y las ondas del mar, podríamos tomarlo de forma alegórica y hacer de ello un simbolismo universal, una alegoría del sufrimiento humano, un icono de cuando el hombre se ve abandonado a las fuerzas del sufrimiento, un símbolo del sufrimiento aplicable a la tragedia del sufrimiento del mundo, del horror que tienen que vivir los hambrientos y los pobres de la tierra en su infravida.

Nos encontramos con la alegoría del mar, de las olas y de las ondas. La alegoría del viento fuerte y la alegoría de la noche, la cuarta vigilia de la noche. Las tres alegorías pueden acercarnos al sufrimiento humano, a las situaciones de emergencia, de conflicto. A las situaciones de angustia que tienen que vivir los desheredados de la tierra, la depresión y el sinvivir de los excluidos del mundo, de los robados de dignidad.

Los pobres del mundo, los sufrientes y los abatidos, los marginados y excluidos, pueden clamar con el salmista: “Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí”. Los pobres buscan misericordia esperando en el Señor, pero, en el mundo, el trigo y la cizaña crecen juntos y hay que esperar a que el Señor separe esta cizaña del trigo para quemarla y que se produzca la auténtica liberación y la auténtica justicia. Mientras, nosotros tenemos que ser las manos y los pies del Señor intentando justicia para el mundo injusto.

Jesús parece que no está. Las olas nos azotan. Nos sobrecoge el temor y la angustia, el hambre, la escasez de agua potable, la falta de medicinas... Situaciones terribles en donde parece que el Señor se ha escondido, nos ha abandonado. La alegoría del viento fuerte que nos zarandea. El viento nos es contrario. Hay injusticias, opresiones, despojos, acumulaciones injustas... El hombre azotado y llevado de un lado a otro, a la deriva, ante la mirada insolidaria de los que llenan sus graneros inmisericordemente. Muchos azotados, sin dirección, por vientos agresivos.

Vidas que se derrumban y que se quedan en la infravida, en el no ser de la marginación, por el azote de los vientos de maldad o de injusticia... y la noche. La cuarta vigilia de la noche de los pobres de la tierra. El reino de las sombras, el “valle de sombras de muerte”, como dice el salmista. No es solamente “la noche oscura del alma” de los místicos, sino la noche oscura también del debilitamiento de los cuerpos, de la falta de capacitación, de lo mínimo imprescindible para vivir con dignidad. “Por la noche durará el lloro”, dice el salmista. La alegoría de la noche oscura como una amenaza de desastre y depresión.

¿Quién es suficientemente fuerte para hacer frente él sólo a las fuerzas de estos vientos y de esta noche oscura, de estas ondas y olas de la injusticia y del mal? La frágil barca de la vida no puede resistir a los embates de los injustos.... Mientras, parece que Dios está retirado y como ajeno a la tragedia del hombre. ¿Dónde está Dios en estos momentos de sufrimiento? ¿Por qué deja Dios avanzar a tantos hombres hasta la cuarta vigilia de la noche del sufrimiento humano? ¿Por qué no abate y destruye Dios a los injustos y opresores de más de media humanidad?

El sufrimiento humano es un misterio difícil de comprender. Así pueden pasar años, siglos... como si la esperanza ya no pudiera resistir. Momentos cruciales. Nadie vendrá. Dios nos ha dejado. Nadie nos ayuda. Nadie nos quiere. Nadie nos puede tender una mano. Es el momento de tensión, de hambre, de sufrimiento, de soledad. Es entonces, cuando todos nos miran como sobrante humano, como despojo innecesario, cuando el Señor aparece. Y si le preguntamos, es posible que su respuesta nos vuelva a sumir en el misterio: “Bástate mi gracia. Mi poder se perfecciona en la debilidad”.

Jesús se acerca en medio de la vigilia de la noche, del sufrimiento, de la tragedia, andando sobre las aguas, sobre las olas y las ondas de nuestro sufrimiento y nos llama para que nosotros también andemos sobre esas aguas. El problema es, cuando en medio del dolor y del sufrimiento, podemos confundir al Señor con un fantasma, como ocurrió a los discípulos en medio de su sufrimiento en medio de las olas y las ondas encrespadas.

Dios no está ausente, no se ha escondido, no se ha ocultado. Está ahí andando sobre los elementos que nos azotan... sufriendo con nosotros. Mientras, nos pide que, en fe, andemos por las aguas. ¿Quiénes podrán andar sobre las aguas para ser manos tendidas de ayuda, para vencer a los elementos injustos y asesinos de la vida de los que están en el no ser de la marginación, la pobreza y el hambre?

Atrévete a andar sobre las aguas. Conviértete en enemigo de las tinieblas, de la noche oscura. Trabaja en el “todavía no” del reino en el que estamos hasta que llegue la guadaña que corte la cizaña. Sé portador de los valores del Reino y las manos y los pies del Señor que se mueven en medio de las olas y las sombras del sufrimiento. Dios no nos ha dejado. Camina delante de nosotros por las encrespadas olas del sufrimiento humano y, cuando le seguimos y nos convertimos en manos sanadoras y diacónicas en ayuda del prójimo sufriente nos dice: “Por mí lo hicisteis”. Es entonces cuando podremos romper a llorar de gozo.
 

 


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