La mesa compartida, además de tener todas las características muy especiales en aquella época, va mucho más allá del hecho necesario y solidario de dar de comer o el hecho de la acogida incondicional sin establecer divisiones entre puros e impuros, ricos y pobres, integrados o desclasados. Jesús también es ese pan que se ofrece para ser compartido en cualquier situación, en los focos de conflicto, en medio de los hambrientos del mundo, fuera del templo, en las casas, en las fábricas, allí donde los hombres son oprimidos, excluidos y despojados de su dignidad.
Por eso el tema de la mesa compartida va mucho más allá del hecho del deber de compartir el pan con los excluidos o estigmatizados, con los pobres y los que son rechazados como impuros.
Jesús es el Mesías del pan compartido. Hay una trascendencia que nos lleva a considerar la búsqueda de la justicia en el mundo, el trabajo por una mejor redistribución de los bienes del planeta tierra, la dignificación de las personas y la acción social cristiana, la Diaconía, como temas impregnados de unos valores transcendentes. Es por eso que se puede hablar de la Teología de la Acción Social, la Teología de la búsqueda de la justicia, la Teología de la liberación de los oprimidos, la Teología de dar de comer a los hambrientos.
En el ejemplo de Jesús, en el ejemplo de su mesa compartida, hay pan para todos a la vez que Él mismo se ofrece como pan compartido. Su milagro no consiste solamente en la multiplicación de los panes y los peces, sino que también, en sus comidas compartidas, nos deja los retazos de lo que debe ser la vida cristiana, los retazos del Evangelio a los pobres. Multiplica el pan y acoge en su mesa, a la vez que, ofreciéndose como pan compartido, rompe todo tipo de ataduras que hace que unos hombres sean esclavos de otros. Jesús con sus comidas es liberador. Hace pedazos las normas y las leyes de pureza de los judíos religiosos que, considerándose puros, excluían a los más débiles haciendo divisiones sociales entre puros e impuros, integrados y excluidos.
Cuando Jesús reúne a las personas en torno a su mesa, cuando se ofrece como pan compartido, rompe toda barrera que separa a los hombres y que les clasifica entre dignos e indignos. En la mesa compartida, nadie se queda fuera ni pasa hambre, pero, a su vez, se encuentra con la figura de Jesús como pan compartido en una especie de banquete de encuentro humano en donde no se distingue el rico del pobre, porque en su presencia no puede hacerse divisiones entre ricos y pobres, entre proscritos e integrados, entre oprimidos y opresores. El pan es para todos, se da de forma gratuita. En la figura de Jesús como pan compartido, se muestra el Mesías de la acogida universal en donde se acogen a los últimos y excluidos y se les pone como los primeros, como los integrados y acogidos en los brazos del Maestro.
Cuando no redistribuimos los bienes de la tierra con equidad, estamos apartando de nosotros al Mesías del pan compartido, no le seguimos aunque estemos visitando su templo día tras día; cuando estamos haciendo grupos y separaciones entre grupos humanos, dejando a muchos en la estacada, tirados al lado del camino, no lo estamos haciendo como seguidores del Jesús de la mesa compartida; cuando estamos considerando como exitosos a los acumuladores del mundo y rindiendo pleitesía a los que adoran al dios de las riquezas, envidiando sus éxitos, estamos olvidando al Jesús de la mesa comunitaria; cuando pasamos de largo ante el grito de los pobres, hambrientos y marginados del mundo, nos estamos autoexcluyendo como invitados al banquete del Reino.
Sólo cumpliendo nuestros deberes de projimidad, de atención al prójimo apaleado y tirado al lado del camino, podremos entender y seguir al Mesías del pan compartido, de la comida universal, del banquete del Reino. Siguiendo a este Jesús es la única manera de que nosotros también aprendamos a multiplicar el pan, a no hacer divisiones entre grupos, a ser solidarios y serviciales con el prójimo necesitado, buscadores de justicia y agentes de liberación de un Reino que nos necesita para expandir sus valores en un mundo desigual e injusto. Sólo siguiendo a este Jesús como el pan compartido, podremos nosotros también formar nuestra mesa comunitaria en la tierra en donde nadie debe ser excluido, donde nadie debe ser marginado.
En la mesa compartida, el que tiene debe dar al que no tiene. El que sigue al Maestro debe ser como un promotor de justicia, de una humanidad más justa y con una mejor redistribución de los bienes del planeta tierra, debe ser acogedor del otro, del que está en una situación de rechazo, pobreza o exclusión. El Jesús del pan compartido se nos muestra como modelo a seguir, como ejemplo de acogida, transmisor del modelo que debe seguir todo discípulo del Maestro: el del pan y la mesa compartida en la que también se comparte la palabra y el amor que debe reinar entre todos los hombres de la tierra.
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