¿Cuando se ora con uno mismo? El contexto de la parábola está claro:
uno ora consigo mismo, cuando se está de espaldas al prójimo o, peor todavía, cuando nos comparamos con él despreciándolo. Cuando pasamos de largo de los pobres y sufrientes del mundo, de los estigmatizados o proscritos, de los que nos necesitan en un momento complejo de su vida. Se puede agravar la situación hasta extremos límite cuando, además, miramos con desprecio a aquellos ante los cuales no nos queremos parar y ser una mano tendida de ayuda. Aquí el fariseísmo se sitúa en las antípodas del Evangelio a los pobres.
En estas situaciones farisaicas es cuando se da el silencio de Dios. Es cuando Dios no nos puede justificar, no nos escucha... estamos, egoístamente, orando con nosotros mismos. Lo único que queda entonces es gozarnos en la falsa autojustificación que nos conduce a la condenación, nos aleja de Dios... y de los hombres. Desde ahí es imposible entender el Evangelio a los pobres. Es imposible entender el Evangelio de la gracia y de la misericordia de Dios. Nos fabricamos nuestro propio “evangelio” basado en la insolidaridad y en la falta de projimidad. Nos falseamos y perdemos la autenticidad de la espiritualidad cristiana.
Dios, que también de vez en cuando se pasea por los templos, tiene que cerrar sus oídos y sellar su boca, no dar respuesta, ante oraciones insolidarias que se hacen con uno mismo. Podemos ponernos en pie en los templos en actitud altanera, con falta de humillación y decir las palabras más preciosas... pero palabras que Dios no escucha y sólo notamos la ausencia de su respuesta: el silencio de Dios. Nos basta con escucharnos a nosotros mismos.
Supongo que Dios, en ocasiones, se siente mejor y busca su morada entre aquellos que hacen justicia al huérfano y a la viuda, que comparten con el pobre, que restituyen y dignifican al agraviado, que son solidarios y activos en la ayuda al prójimo. Con esto no quiero decir que no haya iglesias solidarias que amplían sus tiendas y su visión y que son iglesias del Reino.
Más que una crítica a la iglesia, es un aldabonazo solidario que despierte conciencias y que evite la falta de humillación, la altivez y el orar con nosotros mismos. Pretendo que os fijéis en las líneas solidarias del Evangelio a los pobres.
El fariseo quería cumplir con el ritual el templo, quería orar y buscar a Dios en su Santuario, pero su falta de amor al prójimo y su desprecio hacia él, tiraba por tierra la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana. Hacía un ritual sólo válido para su propio orgullo y autosuficiencia. No amaba al prójimo, despreciaba, se consideraba espiritualmente superior, dando simultáneamente la espalda a Dios y al prójimo. Había mutilado el Evangelio. Jamás podría entender tampoco los valores del Reino tan vinculados a los valores del Evangelio a los pobres.
Si, como el fariseo, somos sordos ante el grito del marginado, proscrito o pobre, Dios también es sordo y mudo ante cualquier tipo de súplica que le hagamos. Sólo oiremos el frío y pesado silencio de Dios. Silencio que también grita por misericordia y práctica de la projimidad. El silencio también habla.
Esto es una ley del Evangelio a los pobres: No se pueden buscar bendiciones de Dios, de espaldas al que sufre. Es una frase que se debería poner en el frontal de las iglesias en busca de compromiso para que los cristianos no entraran en las línea farisaicas, en los errores que, siguiendo la línea del Evangelio a los pobres, denuncia la parábola del Fariseo y el Publicano.
Dios no tiene por qué sufrir con nuestra insolidaridad, con nuestras alabanzas, oraciones y cumplimientos del ritual. El fariseo no estaba reconciliado con el hermano, con el prójimo. No debiera haberse atrevido a cruzar por los atrios de la casa de Dios. Para él sonaban las palabras de Jesús:
“Reconcíliate primero con tu hermano”, no entres en el templo sin cumplir esta premisa previa. El resultado de todo esto, de esta parábola y de otros textos bíblicos en esta línea es la siguiente: Hay una conexión entre el culto y nuestra solidaridad para con el prójimo sufriente. Hay una relación entre culto y prójimo sufriente. Hay una relación entre el culto y la obra social cristiana.
Según esta parábola tan en línea con el Evangelio a los pobres, cuando cortamos la relación de solidaridad y búsqueda de justicia para con el prójimo sufriente, para con los pobres del mundo, se viene abajo nuestro ritual, nuestro culto, nuestra oración, nuestra ofrenda... nuestras posibilidades de salvación. Por eso el fariseo de la parábola no salió justificado del templo a pesar de su religiosidad y su ética de cumplimiento religioso.
No sólo se da el silencio de Dios ante los injustos que dan la espalda y desprecian al prójimo, sino que éste,
Dios, se queda prendado del publicano pecador y proscrito que no se atrevía a alzar los ojos y que se golpeaba el pecho clamando: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Este hombre humillado sí hablaba con Dios. Sus palabras subían al altísimo traspasando los techos y tejados del templo. Volaban como con olor suave y fragante ante la misma presencia de Dios.
Señor, ayúdanos a no orar con nosotros mismos. Te lo suplicamos. No nos des palabras, ni frases elocuentes para que sólo las escuchemos nosotros. Danos humildad, amor y capacidad de servicio a los pobres y proscritos del mundo. Queremos orar contigo, no con nosotros mismos. Escucha nuestra oración, que no nos atruene tu silencio. Sé propicio a nosotros, pecadores.
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