“Cuando el hijo del hombre venga en su gloria”… entonces será este juicio que será de carácter global:
“serán reunidas delante de Él todas las naciones”. Todos serán examinados y sólo habrá dos resultados posibles: el que uno vaya en este examen a la derecha o a la izquierda del Padre. Es el único resultado previsto por Dios. Nadie va a poder eludir este examen. El test que tenemos que pasar es el de si hemos tenido una fe viva, una fe actuante, una fe que obra a través del amor, como diría después el apóstol Pablo. Este examen tiene a los pobres como centro. Está en la línea del Evangelio a los pobres.
Los que se pondrán a la derecha, aprobando el examen, serán los que puedan contestar positivamente a estas preguntas: ¿Ha movido tu fe montañas, te ha movido tu fe al servicio a los pobres, hambrientos, desnudos y sedientos, te ha implicado en la acción de ayuda al prójimo necesitado, tu fe fue tan viva como para moverte a la misericordia, al hacer y buscar justicia a los débiles del mundo… o simplemente estaba muerta? La respuesta si es positiva, nos acerca a Dios, si es negativa nos separa de Él para siempre a la condenación eterna. En el fondo de todo, están los pobres. La fuerza radical y aplastante del Evangelio a los pobres.
La radicalidad es clara y definitiva: quien no apruebe este examen perderá la salvación y pasará a la eterna condenación. No podemos apelar a la bondad y al sacrificio de Jesús en la cruz, sin tener en cuenta el concepto de projimidad, de búsqueda de la justicia, del hacer misericordia y actuar en el servicio al necesitado. La influencia del Evangelio a los pobres no queda sólo en la formulación teórica de ser un grupo o colectivo que se nombra de forma específica como destinatarios del Evangelio. El Evangelio a los pobres está lleno de recomendaciones y mandamientos cuyo incumplimiento mata nuestra fe y nos separa de Dios para siempre.
Muchas veces nos gustaría tener una fe que nos elevara hacia lo eterno, que nos identificara más con lo angélico, una fe que actúa en nosotros como un simple sentimiento de seguridad, comodidad o gozo en lo sobrenatural, una fe estática, contemplativa y de autogozo, pero la fe nos demanda otras cosas. La fe sin acción se muere y deja de existir. Los que pasen el test, serán los que hayan tenido una fe actuante y comprometida que nos convierte en las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor… Los que han entendido el Evangelio a los pobres.
El examen del juicio de las naciones, en relación con nuestro compromiso con Dios y con el hombre y, fundamentalmente, con el hombre tirado al lado del camino, es el que probará si nuestra fe ha sido genuina. La fe genuina está en línea con el Evangelio a los pobres, con la acción solidaria, con la dignificación de las personas, con la liberación de los oprimidos. El hambre que quitamos, la sed que apagamos, los desnudos que vestimos son todo el icono de una acción liberadora que busca justicia para los pobres y apaleados de este mundo. La fe verdadera no puede quedar quieta y contemplativa ante un mundo empobrecido y lleno de dolor dando la espalda al grito de los pobres del mundo. Esto es un desprecio al Evangelio de Jesús, al Evangelio a los pobres.
El tema central de todo este pasaje, en línea con el Evangelio a los pobres, es el siguiente: Por una parte, Jesús se identifica con nuestras acciones liberadoras, con las acciones solidarias de sus hijos a favor de los pobres, y se siente afectado en su sensibilidad divina por la fe muerta que omite la acción solidaria, que omite la búsqueda de justicia en el mundo. Por otra parte, Dios se identifica también con el apaleado, con el injustamente tratado, con el empobrecido y oprimido, con el despojado por la acumulación injusta y desmedida de los enriquecidos del mundo que agrandan sus graneros pensando solamente en ellos mismos.
Todo esto es así hasta el punto que en esta identificación con estas líneas del Evangelio a los pobres, ya en su forma práctica y actuante en el mundo a través de las solidaridades y el amor de sus hijos, llega a decir las expresiones
“a mí lo hicisteis”, en su forma positiva y
“a mí no lo hicisteis” en su forma negativa. Dos expresiones que dan cierto miedo cuando pensamos en el juez justo que nos va a examinar nada menos que para aceptarnos y acogernos con él para siempre, ejemplo de salvación eterna, o para rechazarnos y dejarnos en un lugar aparte en una condenación sin remedio, para siempre. En este test, tanto nosotros como la iglesia, nos jugamos la credibilidad ante Dios, el ser o no agentes de liberación o iglesias del reino.
Por tanto, en un Evangelio que tiene a Dios como centro y, en segundo lugar y en semejanza, en un Evangelio que también tiene como centro al hombre, especialmente al hombre apaleado y empobrecido, a los pobres, la nota aprobatoria del test será la siguiente: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino, porque tuve hambre y me disteis de comer… lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Has aprobado. Bien buen siervo y fiel. El suspenso, se dirá con estas palabras condenatorias:
“apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer… De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis”.
El olvido de los pobres, del hombre en su situación de sufrimiento, el ser sordo ante el grito por misericordia y justicia para con los oprimidos y empobrecidos del mundo, separa de Dios. Esa es la dureza del Evangelio a los pobres. Pero tiene su lado dulce, aprobatorio, de acogida y de salvación, para todos aquellos que, en el nombre de Dios, han acogido, alimentado, quitado la sed y vestido a aquellos que siendo nuestros prójimos, han quedado heridos y apaleados, despojados y robados de dignidad y excluidos, tirados como basura al lado del camino… cuando son criaturas o hijos de Dios.
Señor ayúdanos a comprometernos con tu Evangelio, con el Evangelio a los pobres. No nos des disfrute hasta que no nos metamos en estas líneas solidarias de servicio que demanda la visión práctica del Evangelio a los pobres.
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