Muchas veces, en las líneas que buscamos para la vivencia de la espiritualidad cristiana, nos olvidamos de la crudeza con que Jesús narra el deber del siervo.
Es verdad que están los textos en los que Jesús se muestra como nuestro amigo, pero los deberes del servicio, del ser siervos ante la grandeza y autoridad de Dios, siguen ahí vigentes. No las hemos de rechazar. Servimos a Dios, cuando servimos al prójimo. Yo creo que es mucho más fácil entender el servicio desde los parámetros del Evangelio a los pobres, un evangelio encarnado en nuestra historia, que desde los espiritualismos que nos elevan por encima de los sufrimientos de los demás mortales. Debemos hacer un esfuerzo por captar el concepto de servicio que es central tanto para la vivencia auténtica de la espiritualidad cristiana, como para el seguimiento a Jesús desde su exposición del Evangelio a los pobres.
Un problema es que intentamos servir al Señor, no desde los parámetros del siervo, del esclavo, sino desde una líneas de vivencia del Evangelio en donde el deseo de búsqueda de felicidad propia, el deseo de gozarnos en una relación espiritual con Dios, un tanto mística, el deseo que a veces tenemos de sentarnos rápidamente a la mesa con el Señor y escuchar sus parabienes es tan grande, que hace que nos olvidemos de la importancia del papel de siervos y buscamos el gozo espiritual de forma pasiva e insolidaria, de forma un tanto contemplativa sin querer enredarnos demasiado en el servicio al Señor y en su semejante, el servicio al prójimo. Preferimos el descanso, la comodidad, la pausa en el trabajo… queremos sentarnos al lado del Señor.
Pero el texto bíblico es duro:
“¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa?”. La idea del texto es que hay que seguir sirviendo. No hay tiempo para el descanso. Las tareas que nos esperan en el mundo son tan arduas e importantes, el grito de los pobres y sufrientes es tan desgarrador que no es posible aún el sentarse al lado del Señor, del amo, del dueño de vidas y haciendas. La necesidad de poner en práctica el Evangelio a los pobres es tan urgente y necesaria, que los seguidores de Jesús, sus siervos, no debemos todavía desear sentarnos a descansar y a comer junto al Maestro, no se nos es permitido todavía olvidarnos ni un momento del servicio.
Muchos pueden pensar: Señor, he arado, he apacentado, he labrado los campos… necesito descansar, quiero sentarme contigo a la mesa. Pues bien, el Señor nos dice:
“Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido”. Nosotros podríamos decir: “Señor, ¿desde cuando te tengo que preparar la cena, y ceñirme para servirte hasta que comas y bebas?”. Y el Señor nos puede responder en la línea del Evangelio a los pobres:
“En cuanto lo hiciste a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hiciste”. El siervo no debe buscar descanso mientras haya tantos hambrientos que necesitan de una cena preparada, mientras haya tantos sedientos y tantos necesitados que necesitan de personas ceñidas para el servicio.
El texto del deber del siervo está compuesto por palabras duras de Jesús, palabras de urgente necesidad, palabras de ánimo para trabajar sin descanso por el servicio a los que nos necesitan. Ser cristiano es también ser siervo de Dios y de los hombres, sin pausa, ni descanso. El sentarse relajadamente a la mesa, no podremos hacerlo mientras haya gritos de auxilio, demandas de ayuda urgente y desesperada.
A veces podemos acudir al Señor, cansados y rotos después del servicio, con hambre y sed y con la tendencia de sentarnos con él a la mesa. Queremos sentarnos con él, de brazos caídos para escuchar palabras de aprobación. Pero las palabras de aprobación:
“Bien, buen siervo y fiel”, aún no llegan. El Señor, ni siquiera después de haber arado, apacentado, labrado y trabajado los campos duros en donde se tiene que hacer realidad el Evangelio, el Evangelio a los pobres, nos invita a sentarnos a su mesa para comer y descansar. No. Cuando lleguemos cansados del servicio nos podremos aún encontrar con los imperativos del auxilio a los otros:
“Prepárame, cíñete, sírveme…”.
Yo creo que estos parámetros no se explican bien en el seno de las congregaciones. Es por eso que nos parecen demasiado radicales, demasiado autoritarios, demasiado urgentes. Necesitamos ser entrenados en las líneas del Evangelio a los pobres. Nuestro trabajo en el servicio es suave frente al sufrimiento de muchos de los excluidos, los necesitados y los hambrientos del mundo, los despojados de sus bienes y de su dignidad, los que desde sus bocas nace un grito de auxilio que se extiende por toda la tierra.
Por eso, en la línea del servicio, en los parámetros del Evangelio a los pobres, hemos de olvidarnos de que, el ser o llamarnos siervos del Señor, nos va a llevar rápidamente a la aprobación de Dios y a que éste nos dé las gracias. Nos gustaría oír rápidamente las aprobaciones de Dios. Aprobaciones como “has sido un héroe de la fe, un siervo ejemplar… te mereces un amplio y bonito descanso”. Pero, en su lugar, nos encontramos con las duras y radicales palabras del Evangelio:
“¿Acaso el Señor da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no”. El Señor lo que busca de nosotros es que siempre estemos ceñidos, preparados y sirviendo. No busquemos, pues, tan rápidamente, las alabanzas, aprobaciones de Dios y los descansos. El deber del siervo es servir.
¡Qué interesante son estas palabras de Jesús sobre el deber del siervo para el seguimiento de las líneas marcadas por Jesús en el Evangelio a los pobres! Así, pues, no busques méritos ni recompensas… ni descansos estériles.
Busca el ser útil, el mantenerte ceñido y preparado para el servicio al Maestro que, por semejanza en el amor, es el servicio a los más necesitados, al prójimo apaleado y tirado al lado del camino.
Señor, no nos dejes deleitarnos nunca en las aprobaciones y parabienes del mundo. No nos dejes sentarnos a tu mesa hasta haber acabado el servicio… cuando ya estemos contigo para siempre.
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