Lo curioso de este joven rico es que no se encontraba satisfecho con el uso exclusivo de sus riquezas. Quería tener nuevas perspectivas. El joven rico de la parábola se fue triste. El Evangelio a los pobres, adjudica la felicidad a los menesterosos:
“Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Para el rico de la parábola no hubo felicidad. Dice el texto bíblico:
“Oyendo el joven esta palabra, se fue triste porque tenía muchas posesiones”. Se fue insatisfecho, notaba un vacío existencial que quería llenar, pero el peso de las riquezas era tan grande sobre él, que prefirió seguir con ese peso, ese vacío, y no perder ninguna de sus riquezas temporales. Se dejó atrapar por las riquezas que le conducían a un cierto sinsabor en la vida, a un vacío que le lleva a preguntar:
“¿Qué más me falta?”.
La parábola, en la línea del Evangelio a los pobres, nos enseña no solamente que la riqueza no da la felicidad, sino que puede llegar a entristecer, aislar, impedir tener la vida que uno desea tener. Las riquezas también ahogan las raíces de la vida y conducen a la infravida… aunque hay otros ricos satisfechos, sin inquietudes que ni siquiera intentan el camino del seguimiento. Espero que la tristeza del joven rico, le acercara en otro momento a Jesús. Sería deseable que este vacío existencial que llevaba a este joven a la búsqueda, afectara a todos los ricos del mundo, que la tristeza planeara sobre ellos hasta hacerles dar un giro existencial para poder asumir los valores del Reino.
Notar que algo nos falta, no es algo estrictamente de los ricos del mundo. Debería ser también un sentimiento de muchos de los cristianos cumplidores en el ámbito de las iglesias. Los religiosos cumplidores y los ricos, pueden tener problemas similares. Así, los religiosos que se acercaron a Jesús estaban más en la línea de los ricos que de los pobres. El Evangelio a los pobres da un toque también a los religiosos presos de la ética del cumplimiento, presos de los rituales y celosos de cumplir las jotas y las tildes de una religión teórica.
Hay muchos cristianos que comparten la inquietud o la satisfacción que hemos comentado de los ricos de este mundo. Así, muchos cumplidores religiosos se encuentran cómodos con su ética de cumplimiento religioso y sin compromiso con el prójimo sufriente. Hay muchos cristianos que su conciencia no les dice que algo les falta. Pueden pensar que incluso tienen méritos suficientes acumulados. Ni siquiera sienten la necesidad de preguntar al Señor:
“¿Qué más me falta?”. Comparten los cumplimientos del joven rico, pero sin la inquietud. Así, leen la Biblia, oran, alaban, cumplen con todos los servicios religiosos.
No estaría mal que muchos de estos cumplidores religiosos sintieran al menos la inquietud del joven rico, que pensaba que algo le faltaba. Por eso este joven lo veo con algo de simpatía y espero que, movido por su profunda tristeza y su vacío existencial, volviera a Jesús en arrepentimiento.
El fomentar esta inquietud en los ricos y en los religiosos cumplidores, pero insolidarios con el prójimo, es positivo. No creo que este joven rico buscara solamente una forma de perder el tiempo con Jesús. Su vacío existencial y religioso le presionaba.
“¿Qué más me falta, Señor?”.
El problema es que la respuesta de Jesús, en su radicalidad, puede dar miedo. Si el joven rico, presa de la tristeza existencial, no volvió después a Jesús, fue por el miedo a la radical exigencia de Jesús. Por eso no es fácil el seguimiento para los ricos. La respuesta desde la línea del Evangelio a los pobres que nos deja Jesús sigue estos parámetros: haz, da, vende y reparte, comprométete, cuida, sirve… y sígueme libre de todas estas cargas y todas esas marañas económicas o religiosas que pueden perjudicar tu vivencia de la espiritualidad cristiana.
“Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo”. ¿Creéis que la respuesta de Jesús impacta a los ricos hoy? El joven rico pudo pensar: Señor, aquí en esta vida he heredado mucho, soy joven y tengo casi todo. Quiero heredar también la vida eterna… pero no puedo aceptar el precio.
Yo creo que el joven rico se debió de quedar frío delante de Jesús. Helado. Sorprendido. ¿Cómo puede afectar esta repuesta a los ricos del mundo hoy? ¿Tanto vale el tesoro en el cielo que me puede costar el tesoro en la tierra?
A los ricos, en la línea del Evangelio a los pobres habría que decirles: Perder el tesoro en la tierra en forma de compartir y eliminar sufrimiento; perder el tesoro en la tierra por dar vida, por sacar a personas de la infravida; perder el tesoro en la tierra por seguir el concepto de projimidad de Jesús, no es tal pérdida. Todo es ganancia. Habrás eliminado tristeza y experimentado la felicidad del dar: “Es más feliz dar que recibir”.
La respuesta de muchos ricos es: No, Señor, no. Yo quiero ambos tesoros. El de la tierra y el del cielo. La respuesta viene desde lo alto, desde el megáfono del Dios que nos dejó el Evangelio a los pobres: ¡Imposible!
El desprenderse de las riquezas para compartirlas, no es un precio alto si, a cambio, te va a dar felicidad y eliminar tu vacío existencial y religioso. Si todo lo acaparas egoístamente para ti mismo, el halo de tristeza que te va a embargar, afectará a todo el mundo, afectará al rostro de Dios mismo, de Jesús.
No te quedes con tu riqueza y con tu tristeza… aunque tengas poco. Comparte, sirve. Cuando llegues delante del Señor, si quieres seguir tus cumplimientos religiosos insolidarios, te darás cuenta que el que va a ser recibido en el seno de Abraham, siguiendo el concepto de la parábola del rico y Lázaro, no va a ser el que más alabe, el que más lea la Biblia, el que más haya cumplido con el ritual religioso… sino el que más haya servido.
Mantennos en cierta tristeza, Señor, una tristeza que sea un aguijón que nos inquiete hasta llegar a comprender todas estas líneas del Evangelio a los pobres.
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