Dios es el Dios que hace justicia al huérfano, a la viuda y al extranjero, como prototipos bíblicos de los sufrientes y oprimidos del mundo, justicia a aquellos que por su debilidad, pueden ser abusados e injustamente tratados por sus congéneres. Sin embargo, la justicia para los hombres se reduce a aplicar la legalidad humana, pero no es lo mismo lo justo que lo legal.
¿Quién ha hecho las leyes humanas que pretenden hacer justicia? ¿Quién y con qué objetivo se han dictado? ¿Habrá influido en algo egoísmo de los hombres? ¿Habrá influido la ambición de los pueblos más poderosos? ¿Se ha tenido en cuenta la auténtica promoción humana, la ética, la moral, la igualdad en el reparto de los bienes del planeta tierra, la eliminación de las acumulaciones? ¿Quizás se trabaja por mantener los privilegios adquiridos, el dominio de unos hombres para con otros? Son muchas preguntas. ¿Qué es hacer justicia?
Hacer justicia en el mundo, a los hombres, es algo más que aplicar las legalidades que se han dado los hombres y las sociedades. Lo legal no siempre coincide con lo justo, ni siquiera con lo ético o con la moral de los evangelios. Si la justicia humana es
dar a cada uno lo suyo, dejamos de lado a muchísimos seres humanos que no tienen nada. Los jueces defienden como justo lo escriturado aunque exceda lo lícitamente acumulable, aunque caiga en la necedad del rico acumulador de la parábola.
Los pobres del mundo, los hambrientos, los que viven con menos de un euro diario para todos sus gastos... no van al notario. Los jueces humanos no pueden hacer justicia con ellos. Dios es el que promete hacer justicia y, aunque estamos en este “todavía no” del Reino, esa justicia no va a fallar.
Lo de dar a cada uno lo suyo debería tener un sentido menos notarial. Lo suyo, lo de todos, debe ser la posibilidad de realizarse como persona, el tener lo necesario para vivir con dignidad. El notario, entre
“lo suyo”, no cuenta con devolver la dignidad robada los que no tienen documentos notariales, a los que no tienen nada. Dios si. Toda persona tiene derecho a encontrar en esta tierra los medios de subsistencia para ella y para sus hijos.
Por eso, la propiedad privada, cuando supera lo necesario para vivir con dignidad, cuando acumula robando a los que tienen derecho a participar de los bienes de la tierra, es una propiedad privada maldita, es una maldición para la tierra, aunque la justicia humana, defendiendo lo legal, crea que está defendiendo lo justo. El derecho a la propiedad privada no puede dividir al mundo en dos: La de los que poseen todo tipo de bienes, una minoría que dice que lo ha ganado, que lo ha escriturado, que lo ha legalizado y que es
“lo suyo”, y una gran mayoría que están despojados y viven en la laceración de la pobreza.
Es verdad que, entre medias, hay otros que poseen lo imprescindible para vivir dignamente sin decantarse en la acumulación ni en la pobreza absoluta. Ahí se mueven también muchos cristianos que, aunque no siendo de los acumuladores del mundo, tienen que clamar por el compartir, por la justicia en su amplio sentido, por el liberar de la opresión, por la denuncia de los acumuladores del mundo y de las estructuras injustas de poder que oprimen y marginan a tantos. Tenemos que concienciarnos los cristianos, sensibilizarnos, influir con la Palabra sobre todos los hombres, para que seamos la voz de Dios, la voz de denuncia que Dios pide de los suyos. Necesitamos profetas en el mundo.
El mundo necesita jueces que no se dediquen exclusivamente a administrar legalidades humanas que no tienen en cuenta a los que no tienen nada. Muchas legalidades, desgraciadamente, están amparando las grandes injusticias del mundo. Los acumuladores del mundo viven aferrados a la legalidad para conservar
“lo suyo”, aunque sea una acumulación tal que empobrece a millones de personas. Eso no es justicia.
Por eso la legalidad, en muchos casos, nada tiene que ver con la justicia. ¡Señor, danos jueces que administren justicia! Envíanos jueces que no se dejen llevar por legalidades creadas o movidas por intereses humanos, sean estos políticos, económicos o diabólicos. Clamamos por justicia -porque todos los hombres son iguales y destinatarios, por ser personas, de los más elementales derechos humanos- y no tanto por legalidad. Queremos lo justo, no tanto lo legal.
El mundo pobre necesita justicia y no tanto que se les aplique la legalidad humana. Si esta legalidad humana quiere dar a cada uno lo suyo, los pobres no tendrían derecho a nada. No tienen nada, no tienen derecho a nada, no son propietarios ni guardan sus escrituras en mesas de despacho. La escasez del pobre está en las mesas de los ricos. Lo que sobra a los ricos no puede ser lo suyo, es lo de los pobres, de los oprimidos e injustamente tratados.
Si lo mío fuera
“lo mío” desde la vivencia de la fe, desde la enseñanza de los evangelios, no debería tener grandes sobras. Lo que me sobra es más de los empobrecidos del mundo que
“lo mío”. Igualmente con
“lo suyo” de los acumuladores. Lo que les sobra les está pesando como el producto de la rapiña... han quitado el alimento y las posibilidades de vida a otros. Se necesitaría un cambio de valores en donde todos intentáramos trabajar, hacer empresa y producir riqueza de forma solidaria, para todos... somos criaturas de un mismo Padre.
“Lo mío”, desde la fe, tiene que ser de todos.
“Lo suyo” desde la vivencia de la espiritualidad cristiana, debería ser compartido.
“Lo mío” o
“lo suyo”, desde la simple legalidad y no desde la perspectiva de la justicia, puede ser un despojo de los débiles, un problema para el mundo, una injusticia que mantiene el escándalo y la vergüenza humana que es la pobreza.
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