También se puso al lado de los marginados como los extranjeros despreciados. Ese era el caso de los samaritanos. Igualmente se puso al lado de los proscritos y excluidos, de los tildados de pecadores, de los ignorantes que eran considerados malditos… todo ello agravado por el hecho de que la enfermedad que reducía a la pobreza era considerada una maldición de Dios que les excluía de la sociedad y de los círculos religiosos de los autoconsiderados puros. Jesús se pone a su lado y puede decir su bienaventuranza: Bienaventurados los pobres.
Esta bienaventuranza se completa con la bienaventuranza a los hambrientos, la bienaventuranza a los que lloran, a los aborrecidos y privados de dignidad, a los perseguidos… De alguna manera Jesús se muestra como parcial, con una discriminación positiva y amorosa hacia los que sufren y padecen injusticia, hacia los despojados y empobrecidos a causa de los acumuladores que ampliaban sus graneros reduciendo al sufrimiento y a la miseria a tantas criaturas de Dios.
Jesús se da cuenta de que en el mundo existen dos parámetros en los que encajan las personas: el del rico Epulón -una minoría en el mundo hoy- y el del pobre Lázaro en el que los pobres se agrupan por legiones. El Epulón acumulador y malgastador que omite la ayuda, que no se preocupa de la dignificación del pobre y sólo le deja que coma de las migajas que caen de su mesa, y el pobre Lázaro excluido y al que sólo los perros se compadecen de él y les lamen sus llagas… Y Jesús se pone al lado de Lázaro a quien lleva al seno de Abraham. Sin duda que Dios también se pone hoy al lado del pobre.
Para entender bien las bienaventuranzas hay que verlas en paralelo o en oposición a las malaventuranzas que Jesús da. ¡Qué pocas veces se oye hablar desde los púlpitos de nuestras iglesias de hoy de las malaventuranzas o ayes que se dan en paralelo o en contraposición a las bienaventuranzas! Quizás porque estas malaventuranzas o ayes parece que nos quitan el gozo que, a veces de forma egoísta e insolidaria, buscamos en los atrios del Altísimo. Yo creo que no espiritualizaríamos tanto las bienaventuranzas si las examináramos junto a las malaventuranzas o ayes que se dan en el Evangelio de Lucas en el mismo contexto, como si formaran un todo conjunto en donde no debería haber separaciones de conceptos.
Así, la expresión
“Bienaventurados los pobres”, se entiende mejor desde la malaventuranza
“¡Ay de vosotros ricos! Porque ya tenéis vuestro consuelo”… pero nos da miedo contemplar la bienaventuranza junto a los ayes, junto a las malaventuranzas. Es posible que prefiramos ver a los pobres y a la pobreza como algo natural y no vinculada a la acumulación y derroche de los ricos. Pero esta acumulación y riqueza es, bíblicamente, la causa incontrovertible de la pobreza.
“La escasez del pobre está en la mesa de los ricos” es la dura verdad que afirma la Biblia.
La bienaventuranza que afirma
“Bienaventurados los que ahora tenéis hambre”, se comprende también mejor desde la malaventuranza que aparece en el mismo contexto de Lucas y unos versículos más abajo:
“¡Ay de vosotros los que ahora estáis saciados! Porque tendréis hambre”. Cuando se habla de hambre de justicia, parece que aplacamos tanto la bienaventuranza como la malaventuranza, pero el que tiene hambre de justicia ya se sitúa en la línea de la malaventuranza para los injustos y acumuladores.
Lucas se sitúa en el hambre física a secas en contraposición a los saciados. ¡Cuánto nos debería hacer reflexionar todos estos conceptos de las malaventuranzas o ayes a los cristianos del primer mundo… porque no debemos callarnos, sino que debemos proclamar la bienaventuranza a los pobres junto a la malaventuranza que suene como denuncia profética en contra de la injusticia y de la acumulación. A veces nos parece fácil hablar del pecado en contextos más o menos espiritualistas, pero nos parece difícil y nos negamos a hacer la labor profética de anunciar las malaventuranzas o ayes.
Lo mismo ocurre con la bienaventuranza
“Bienaventurados los que ahora lloráis”. Se entiende mejor desde la malaventuranza:
“¡Ay de vosotros los que ahora reís! Porque lamentaréis y lloraréis”. La vivencia del cristianismo no sólo aporta risa y gozo insolidario. Aporta preocupación por los pobres, por la justicia, por los sufrientes del mundo. Aporta la necesidad de comprometerse con un compromiso que puede llegar a doler y a llevarnos a llorar con los que lloran.
La bienaventuranza no alcanza a los que triunfan según los parámetros del mundo… y existe el peligro de que en los templos entren los valores antibíblicos que mezclen lo agrio con lo dulce y lo bueno con lo malo. La bienaventuranza es para los que son aborrecidos, para los que son marginados y la gente se aparta de ellos, para los vituperados… para los estigmatizados y privados de dignidad… por causa del Hijo del Hombre que se identificó con los pobres y vino a buscar y salvar a los perdidos, los rechazados y tildados de pecadores por los autojustificados que no tenían necesidad de médico divino. También esta bienaventuranza se entiende mejor desde la malaventuranza que se da en el mismo contexto:
“¡Ay de vosotros cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Porque así hacían sus padres con los falsos profetas”.
Yo creo que la reflexión sobre las bienaventuranzas y las malaventuranzas o ayes nos puede llevar a un mayor compromiso con los pobres siguiendo los pasos de Jesús. Los pobres del Evangelio son los pobres reales de la historia, los empobrecidos por las estructuras injustas de poder, por las estructuras de pecado, por los acumuladores y ricos insensatos que se dan en nuestra historia, tanto pasada como presente.
A nosotros no nos queda más que actuar confiando en la justicia divina, porque Dios
“juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y será la justicia cinto de sus lomos…”. Es entonces cuando se cumplirán tanto las bienaventuranzas como las malaventuranzas. El escándalo y la vergüenza humana que representa la pobreza en el mundo habrá pasado. Es entonces cuando el Señor dirá a los que han sido solidarios con los pobres:
“Por mí lo hicisteis”. ¡Bienaventurados!... y se oirán amplificados los gemidos de los malaventurados llevados por el viento a todos los rincones de la creación
“porque tuve hambre y no me disteis de comer” ¡Malaventurados, malditos de mi Padre!
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