A pesar de tanto progreso, el mundo se ha mostrado incapaz de equilibrar el mundo. Hemos generado amplios sectores de pobreza que abarca a más de media humanidad, han crecido el número de hambrientos en el mundo, hemos sido incapaces de cumplir con la más simple justicia social o redistributiva de la riqueza, hemos roto el equilibrio ecológico, hemos contaminado la creación, hemos colaborado al cambio climático. Estas crisis ecológicas y climáticas han afectado al uso de la energía, a la producción de alimentos, a las aguas... La pobreza, el hambre y la exclusión social hacen que el grito de los hombres se una al grito de la creación como algunos pensadores han dicho.
Sólo prosperan unas minorías insolidarias de espaldas al dolor de los hambrientos y sufrientes del mundo. Plantan sus pies, sus calzados de lujo, sobre las espaldas de los pobres a los que humillan y a los que les roban su dignidad. Se yerguen sobre ellos y miran desafiantes como si fueran los dueños del mundo al que someten y oprimen... Hay que cambiar estos valores.
No hemos podido conseguir un capitalismo de rostro humano. El rostro del capitalismo actual es tanto ecocida, como homicida. Tanto la creación y la ecología, como el hombre con los desequilibrios sociales en los que se mueve, muestran la faz de un capitalismo asesino. ¿Quién podrá cambiar la situación del mundo? ¿Hacia dónde nos debemos dirigir los cristianos cargados con los valores bíblicos integradores, que rescata a los últimos y los pone en un primer lugar? ¿Hacia dónde nos debemos dirigir con los valores del Reino?
Creo que en la actual situación del mundo sólo queda una alternativa: ver la posibilidad de frenar la cultura de la riqueza como prestigio y comenzar a valorar la pobreza en positivo. Y no hablo de la pobreza como depauperación indigna de los seres humanos, sino la renuncia voluntaria a todo tipo de excesos de consumo, a la renuncia de los niveles de posesión y acumulación desmedida. Compartir lo superfluo y seguir compartiendo con los que más lo necesiten incluso de lo necesario. Esa sería una visión de la pobreza de todos en positivo.
Quizás esa pobreza sea la auténtica riqueza humana. Riqueza humana en la que estén garantizadas las necesidades básicas de todos y que nos conduzca a nuevas formas de trato de la naturaleza y de los hombres con los que tenemos un Padre y un Creador común: Dios mismo.
Para la dignificación del mundo y de los hombres, habría que romper esa dinámica de opuestos en lucha como es la riqueza y la pobreza. Eso rompe y elimina la dignidad del ochenta por ciento de la humanidad. El pecado del enriquecimiento que deja en la exclusión y muerte a tantas personas, debe ser un pecado que se ponga de una forma clara en relevancia. Como lo hicieron los profetas que clamaron contra la opresión y el abuso de los débiles.
Hay que volverse a Dios clamando por justicia. Cuando hablamos de la pobreza o trabajamos en la dignificación de los pobres y en su humanización, debemos clamar también por su contrapartida, por las causas de ese empobrecimiento: la acumulación y enriquecimiento de los que empobrecen, excluyen y marginan. Esto es bíblico y esto hicieron los profetas y Jesús mismo. Los cristianos no han sido lo suficientemente valientes para recoger este reto de la Biblia y de Jesús mismo.
Debemos dar prioridad al ser que al poseer. La Biblia ya nos advierte que
“la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. La vida humana es otra cosa. Yo creo que Jesús vino para proclamar su deseo de que el hombre tuviera vida y vida abundante, tanto para el más allá, como en la realidad del Reino en su aquí y su ahora, ese Reino que ya está entre nosotros.
Si los cristianos tomáramos en serio estas palabras de Jesús, nos esforzaríamos por buscar nuevas de forma de vida más justa, más plena para todos. Nos esforzaríamos por ver nuevas formas de cultura y civilización en donde hubiera un anclaje de los valores del Reino. ¿Qué hemos hecho con esos valores? ¿Por qué los hemos exculturado? ¿Cómo han colaborado los llamados cristianos a marginar estos valores sabiendo que, a su vez, esta exculturación de los valores bíblicos han llevado a la exclusión de millones y millones de seres humanos.
Hay que buscar que la relación con Dios y la aceptación de sus valores, nos relaciones horizontalmente con dos líneas humanizadoras y dignificadoras: La relación humana con los hombres buscando la dignidad de todos y la relación, también humana, con la creación de Dios. Esas líneas humanizadoras exigen que se rompa para siempre esa relación de opuestos como es la riqueza y la pobreza. Si todos tenemos que ser un poco más pobres, será una pobreza positiva: pobreza positiva que se convierte en la mayor riqueza humana y humanizadora. Porque la pobreza es un escándalo y una vergüenza humana.
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