Hay que tener cuidado con la construcción egoísta de estos graneros espirituales insolidarios que no son precisamente graneros de fe, que espiritualizan todos los términos bíblicos y que puede llevarnos a posturas farisaicas de decir del hermano pobre y deteriorado por las circunstancias de la vida:
“Gracias, Señor, porque no soy como éste”. Es la espiritualidad farisaica que sólo mira al cielo y que deja tirados al lado del camino a los que, despojados, se arrastran por la tierra buscando alguna posibilidad de vida. Estos ampliadores de graneros espirituales propios, estos avaros de riquezas espirituales, sólo hablan de Dios en graves tonos de espiritualidad, con formas solemnes y prolijas, con tradiciones y pronunciamientos que muchos de los pobres del mundo no pueden entender… y largas oraciones.
La parábola de los graneros citada nos dice:
“Necio. Esta noche vienen a pedir tu alma y lo que has almacenado, ¿para quién será?”. Ese tipo de espiritualidad insolidaria y desencarnada de la realidad se suman al conjunto de riquezas terrenales. Son falsas espiritualidades que buscan tener todo en el cielo además de intentar también tener todo en la tierra… como el joven rico de otra de las parábolas de Jesús que no quiso repartir sus riquezas con los pobres y, así, tener una espiritualidad auténtica de seguimiento del Maestro: Se quedó con su riqueza y con su tristeza.
Son buscadores de disfrutes de esperanzas de salvación preciosa y abundante, buscadores de coronas escatológicas con muchas y grandes perlas, pero buscadas al margen de la lucha por la justicia, al margen de la misericordia y el amor, al margen del compromiso de acción práctica y solidaria que busca el Evangelio.
Se necesita reflexión sobre las características de la espiritualidad cristiana, se necesita vivir la espiritualidad en el encuentro con el hermano, con el prójimo que, en el fondo, es el compromiso de projimidad que hace que podamos realizar en nuestras vidas el aserto de Jesús de que el amor a Dios y el amor al prójimo son semejantes.
La auténtica espiritualidad cristiana no se puede vivir de espaldas al grito de los pobres, de espaldas a sus sufrimientos, de espaldas a su despojo de bienes y robo de dignidad. Jesús, el ejemplo en el que nos debemos mirar, no lo hizo así. La auténtica espiritualidad se da junto al concepto de projimidad, concepto tan central en la enseñanza de Jesús.
La espiritualidad vivida al margen de la acción de misericordia para con el prójimo sufriente, la espiritualidad que no nos sirve para ser una mano tendida de ayuda al prójimo empobrecido y sufriente, es la espiritualidad falsa que emana de una fe muerta que no actúa a través del amor. Produce avaros espirituales insolidarios cuyos rituales y cuyas alabanzas no pasan de techo de las iglesias, no se elevan al altísimo ni son escuchadas por él. Le son molestia.
Para muchos acumuladores de espiritualidad que no se involucran en la lucha por la justicia al huérfano, a la viuda y al extranjero, como prototipos de los pobres en el Antiguo Testamento, que no pueden convertirse en agentes de liberación ni en destructores de la opresión que hunde a los pobres en la desesperanza, toda defensa de los pobres les parece sospechosa, no la entienden, no la escuchan, les molesta. Para ellos, muchos seguidores del Maestro, comprometidos con él en la defensa de los valores del Reino y su justicia, les parecen sospechosos, manipuladores de conciencias, creadores de sentimientos de culpabilidad que se alejan del concepto de espiritualidad que ellos están acumulando.
No se quieren sentir llamados hacia la tierra, hacia lo humano, sino solamente hacia lo divino, lo celestial, la búsqueda de salvación insolidaria… Sus graneros están rotos, cisternas rotas que no valen para nada a pesar de tanto esfuerzo por acumular riqueza espiritual.
Estos avaros de espiritualidad no pueden entender a Dios desde el lugar que él ha buscado en la historia humana: Jesús se puso al lado de los pobres y sólo desde allí, desde la solidaridad comprometida con los débiles, los pobres, los despojados, los proscritos y desclasados, sus mensajes de salvación pudieron llegar a muchos. El Evangelio a los pobres, en el fondo es el Evangelio desde los pobres que puede llegar a todos, incluyendo a los acumuladores de riquezas humanas o espirituales, siempre que éstos, en sencillez, compartan y se bajen del tren de la espiritualidad insolidaria a la arena de la realidad en donde se escuchan los gemidos de los pobres del mundo.
Así, la espiritualidad cristiana tiene que estar ligada a los valores del Reino, valores reivindicadores de los últimos que deben pasar a los primeros planos de la realidad y llegar a ser los primeros. Tiene que estar vinculada a la parábola de los obreros de la viña en la que los más débiles y peor preparados son finalmente contratados y pagados los primeros y de forma igualitaria con los más fuertes que han sido contratados desde las primeras horas del día. Solidaridad con los desempleados, solidaridad ante los salarios injustos, solidaridad ante los pobres a los que nadie piensa invitarles al banquete del Reino, pero Jesús manda buscarles por los caminos de la vida en donde están tirados y abandonados y ordena traerlos al banquete del Reino en lugar de los integrados, avaros espirituales insolidarios e inhumanos. Solidaridad con los injustamente tratados, con los que no pueden disfrutar de unos mínimos de dignidad.
La espiritualidad cristiana emana, junto a otros textos proféticos y de solidaridad bíblica con los pobres del mundo, de las parábolas del Reino, el gran proyecto de Jesús. Parábolas que se gestan, se pronuncian y se ponen como ejemplo a seguir, en contacto con la dura realidad de la pobreza y la marginación, en contacto con los sufrientes del mundo.
Por eso no hay espiritualidad auténtica, verdadera y verificable bíblicamente, que no se vincule también a la tierra en donde se escuchan los gemidos de los pobres del mundo, que no se arrastre por ella en un abrazo de projimidad en donde se dé juntamente la comunión y la búsqueda de la justicia. Abrazo en una auténtica espiritualidad que une al cielo con la tierra. La acumulación de espiritualidad insolidaria es también un escándalo y una vergüenza humana.
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