O sea, biologizan la pobreza, la ven como producto natural de la pobre personalidad de los miserables... culpan a los humillados, pobres y excluidos de su propia exclusión, miseria y pobreza. Así, a los pobres, en lugar de víctimas, los quieren convertir en culpables. Yo os digo que no. Las causas de la pobreza son otras y están en el corazón del mercado capitalista.
Así,
muchos integrados en el sistema ven en la pobreza un simple fatalismo contra el que no se puede luchar. Todo lo ven desde una visión individualista y privatizada en donde cada cual lucha por lo suyo sin preocuparse del destino de los otros. Si pasamos esto al terreno de los cristianos podríamos decir que se pierde la dimensión de la projimidad, perdemos la dimensión social de la fe, sólo nos interesa lo privado, lo nuestro.
Perdemos así, la dimensión de lo social, de lo público y con ello eliminamos toda posibilidad de entroncar con los profetas y con todo lo que fue su denuncia profética, perdemos la posibilidad de entroncar con Jesús como el último de los profetas y que se une a la búsqueda de lo justo, trabaja por la exposición de unos valores del Reino que buscan justicia, restauración y eliminación de todo tipo de opresión y quebranto. Quedamos presos de nuestro individualismo y pendientes de agrandar nuestros graneros como el rico necio de la Parábola. La conversión, la fe liberadora que actúa a través del amor, con tantas consecuencias sociopolíticas que arrastra, queda desdibujada y se pierde el compromiso social tan importante en la práctica del Evangelio.
Nos movemos en un mundo de muchas interdependencias. En el mundo que hemos creado, dentro de este sistema de cosas, se mueve necesariamente toda una densa red de flujos económicos, influencias políticas, sistemas culturales, incluso flujos religiosos, que actúan e interactúan bajo el sistema capitalista y la ley del mercado creado por el propio sistema. El capital, las grandes acumulaciones y todos los que acumulan riquezas de forma desmedida y antisocial, se elevan, se encumbran y meten bajo sus pies a muchas otras posibilidades sociales más igualitarias y justas.
Explicar hoy la pobreza hablando de las características personales de los pobres, como un fatalismo humano, es una sinrazón, una infamia, una injusticia más. Como si hubiera pueblos o naciones de primera y de segunda, como si algunos pueblos fueran más torpes que los otros. No existe este fatalismo, aunque algunos intenten dar la imagen de que puede ser así y de que los pobres son los culpables de su propia pobreza.
Pasamos, así, muchas veces, de largo e indiferentes, como malos prójimos, ante la creación de desigualdades, ante las grandes exclusiones que se dan en el mundo hoy y que dejan como muy pequeñas a la opresión y a la explotación de las personas de los siglos XIX y XX, dejando al mundo con un sobrante humano, el mundo de los prescindibles, que estarían felices si pudieran ser explotados u oprimidos con tal de poder dar de comer a sus hijos. Dejamos también al mundo, de forma acrítica, indiferentes ante las grandes acumulaciones y los olvidos de los pobres del mundo. No reflexionamos suficiente como para asumir que la pobreza y los pobres del mundo son creación de las disfunciones del propio sistema de cosas en el mundo, de lsa insolidaridades del propio sistema capitalista.
Eso de que el mercado crea riqueza y que, quizás, cuando rebose también les llegará a los pobres, es una falacia. Este tipo de mercado crea riqueza sólo para algunos. En este sistema, el enriquecimiento de pocos crece en una espiral imparable, pero, a su vez, el empobrecimiento de muchos, genera espirales de empobrecimiento a los no integrados en este dios mercado y a todos aquellos que se quedan desconectados de esta creación de riqueza.
Constatación: El mercado neoliberal y el capitalismo salvaje son incapaces de meter dentro de sus procesos económicos a toda la humanidad. Sólo mete a una pequeña parte, al veinte por ciento de los habitantes del planeta tierra.
El otro ochenta por ciento quedará en pobreza en mayor o menor medida hasta llegar a los hambriento de la tierra, a los que se mueren nada más nacer o tienen que vivir en la infravida de los basureros o de los niños abusados en muchos sentidos. Ahí está la causa última de la pobreza en el mundo, en las injusticias, los desiguales repartos, la desregulación de los flujos de capitales que se mueven en búsqueda de beneficios sin generar infraestructuras, ni empleo estable, ni ningún beneficio para la humanidad pobre.
Es por eso que hoy, en plena efervescencia del capitalismo, tenemos unos niveles de exclusión total, el mundo está lleno de prescindibles, de sobrantes, de personas que no tienen cabida en el sistema capitalista.
Si lo que digo es verdad y, al menos en parte, se corresponde con la realidad, más que buscar nuevos sistemas políticos, los cristianos deberíamos comenzar olvidándonos de individualismos egoístas y de una fe que se mueve en los ámbitos privados, y dar lugar a la fe que quería el apóstol Pablo:
“La fe que actúa a través del amor” o a la fe del apóstol Santiago que tenía que mostrarse por obras solidarias para no morirse y dejar de ser. Lo demás comenzará a venir por sí sólo. Los sistemas del mundo comenzarían a cambiar y la solidaridad se abriría paso entre los muros del sistema con la fuerza de una catarata de agua.
Los cristianos tenemos una responsabilidad ante la pobreza y ante el sistema de cosas de este mundo al que no debemos adaptarnos, sino nadar contracorriente no conformándonos a este mundo, no tomando la forma que el sistema nos quiere imponer. Debemos retomar la parábola del Buen Samaritano y condenar a los religiosos que caminan a sus rituales de forma insolidaria sin sentirse movidos a misericordia.
La imagen de los cristianos del mundo, como buenos samaritanos, podría comenzar a comunicar al mundo que hay esperanza, que no todos estamos presos del sistema sociopolítico y económico que excluye a más de media humanidad. Comenzar a comunicar con gestos, actos y palabras, que esos excluidos del sistema y hundidos en la pobreza son nuestros prójimos. Que con ellos también estamos excluidos nosotros.
Hay prójimos que esperan la extensión de los valores del Reino que irrumpe en nuestra historia con la figura de Jesús, y la mano comprometida de los cristianos que les quieren ayudar a romper el círculo infernal de la exclusión que les reduce a ser ese sobrante humano. Como si Dios se hubiera olvidado de sus criaturas, y a tantos millones de personas las considerara prescindibles. Pero no es así: la pobreza es un escándalo y una vergüenza humana.
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