Cuando la verdad llama a la puerta de la Navidad

Mi esposa y yo habíamos preparado con ilusión varios regalos para nuestros sobrinos nietos. Poco a poco fueron pasando por casa, hasta que llegó el día en que Ismael y Maryam, de 8 y 10 años, vinieron a recoger el suyo, que les esperaba debajo del árbol.

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— ¡Mirad lo que os ha traído Papá Noel! — les dije. La respuesta fue inmediata y contundente:— Papá Noel no existe. Quedé mudo. No supe qué decir con rapidez.

Mi esposa se adelantó con serenidad y respondió: — Es cierto, no existe. Es una forma de decir que nosotros os hemos comprado esos regalos porque os queremos.

Insistir en que los regalos de Navidad proceden de un ser que viene de un país lejano —¿cuál?— o de tres Reyes Magos de Oriente, no deja de ser una forma de engañar a los niños.

Es eludir una respuesta honesta y, cuando finalmente descubren la verdad, provocar una desilusión innecesaria tras años de alimentar una fantasía.

La Navidad es el tiempo perfecto para dejar a un lado irrealidades y mentiras, y decir la verdad a los niños y a todo el mundo.

La verdad de que somos los adultos quienes compramos los regalos. La verdad de que hay muchos niños que no reciben ninguno, no por culpa suya, sino porque los adultos fallamos, nos equivocamos y, a veces, destrozamos vidas.

Este escrito va dirigido a quienes desean construir un mundo mejor sin mentiras. A quienes reconocen que somos imperfectos y que vivimos, muchas veces, atrapados en una cárcel de fantasías frustrantes que no aportan nada bueno.

El año 2025 ha sido duro en muchos sentidos: especialmente para mujeres maltratadas, inmigrantes sin techo o en situación irregular, enfermos terminales, matrimonios rotos por la violencia, y personas honestas que desean trabajar dignamente sin depender ni abusar de subsidios.

Es momento de plantearnos un cambio de actitud: dejar la soberbia, la altanería, la manipulación y el afán de control en el que se sienten enpoderados.

La batalla del 2026 se acerca y los mismos espíritus negativos ya están actuando, no para construir, sino para destruir; no para sanar, sino para enfrentar.

Basta con mirar los medios: guerras, invasiones, bombas, drones… y también palabras cargadas de odio que humillan y aplastan a los agredidos escupiéndoles a la cara .

¿Quién ganará la batalla en 2026: el bien o el mal? Desgraciadamente, el mal crece, avanza, se apodera de territorios —no solo físicos, sino también mentales—, corrompe conciencias y destruye valores.

Para ganar esta guerra no bastan grandes discursos: hacen falta muchas pequeñas victorias cotidianas. Y esas solo se logran cuando entendemos que los pequeños actos y decisiones pueden cambiar la vida para bien.

Es ahí, en ese lugar donde nadie nos ve, donde pueden comenzar los verdaderos cambios. Para ello hace falta conversión. Dios no siempre nos conduce por caminos de gratificación; a veces permite desiertos en nuestra vida.

Y esos lugares, aunque duros, son profundamente significativos: en ellos aprendemos a luchar, a resistir y a discernir. Al final, la guerra siempre es la misma: virtud contra vicio, bondad contra maldad, intolerancia contra longanimidad , tacañería contra generosidad, discreción contra postureo.

La pregunta es clara: ¿nacerá Cristo en ti o dejarás morir tu fe? Muchas actitudes pequeñas devoran las buenas ideas.

La conversión parece sencilla, pero es profundamente exigente, porque comienza con un reconocimiento personal y un compromiso de cambio. Muchos no están dispuestos a dar ese paso porque implica salir de la cómoda zona de confort.

Esta Navidad quizá has decorado la casa y preparado comidas especiales. Pero la pregunta es otra: ¿has invitado a Jesús a tu mesa? Tal vez no lo sepas, pero en esos días grises que has tenido este año —los de cansancio, tristeza o mal humor— tú sí has tenido un lugar en la suya, pero estaba vacío . Y también lo tendrás en el año que está a punto de comenzar.

Quien se sienta a comer con Él jamás se levanta igual. Tú y yo, no importa lo que hayamos hecho, siempre tenemos un sitio disponible si deseamos vivir una vida basada en el arrepentimiento. No esperes ser perfecto para amar a Dios, porque entonces nunca lo harás.

La decisión es tuya. Esa es tu libertad.

Que Dios te bendiga en el nuevo año que está a punto de comenzar.

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