Cuando comencé a escribir en este medio acordamos que se llamaría “Palabra y vida”. Fue un acierto de parte de quien me lo sugirió y a veces tengo que “reorientarme” para remitirme al título de esta página, pues con facilidad uno puede desviarse del propósito que anuncia el mismo: “Palabra y vida”. Porque uno podría compartir “palabra” y más “palabra” y olvidar la segunda parte: “la vida”, que debería ir asociada a las palabras compartidas y en el sentido en el cual habló Jesús.

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El Señor Jesús nos advirtió acerca de las “palabras ociosas” y sin provecho, sobre las cuales hemos de dar cuenta en el día del juicio (Mt.12.36); las palabras de juicio y condenación para las cuales no estamos autorizados ni habilitados para pronunciarlas (Mt.7.1-6); las palabras insultantes y/o de desprecio (Mt.5.21-22); las palabras de mentira, pero disfrazadas de religiosidad, bajo juramento (Mt.5.33-37); o palabras meramente religiosas que no por serlo tienen la aprobación del Dios del cielo y de la tierra. (Mt.6.5-13), etc., etc.

En definitiva, todo ese tipo de palabras en más o menos grado configura el lenguaje humano, en las relaciones mutuas, pero también y en cierta medida, podrían darse en nuestra pretendida relación con Dios.

Sin embargo, Jesús llamó la atención de sus discípulos acerca del verdadero “hablar”, cuyo contenido debe ser conformado  por “palabras de vida”. Así lo dijo Él con respecto a sus palabras:

“El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu, y son vida”. (J.6.63).

Daba igual el contenido y el tema de su conversación; sus palabras no nacían de un corazón no regenerado como el de los seres humanos. Ni siquiera nacía de un corazón regenerado ni renovado, dado que Jesús no necesitó de esa obra. ¡Nosotros sí! Jesús, acorde con lo que le dijo el ángel que apareció a su madre, María, era “el Santo ser” que sería llamado “Hijo de Dios”. (Lc.1.35). Así que, acorde con lo declarado por el autor de la Epístola a los Hebreos, Jesús era el “Santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores y hecho más sublime que los cielos” (Hb.7.26). Claro, el Nuevo Testamento suma nombres y títulos al Señor Jesús que ponen de manifiesto quién era Él realmente. Por tanto, también supimos que Jesús era “el Verbo de Dios”; Dios mismo que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (J.1.1,14) y como tal, era “la palabra encarnada”. Así que lo que comunicaba eran “palabras de gracia y de sabiduría” (Mt.13.54; Lc.4.22); palabras de perdón (Lc,7.47-50); palabras de consuelo y restauración (J.21.15-17) y así podríamos seguir añadiendo virtudes tanto a la forma como al contenido de la comunicación de Jesús. Así que, sus palabras eran “espíritu y vida”;  y el resultado en sus oyentes que oían con fe era vida “de arriba”, dado que Él era “el Camino, la Verdad y la Vida” (J.14.6) que  había venido “de arriba”.

Entonces, dado que los seguidores de Jesús estamos limitados o influidos por nuestra propia naturaleza caída, aunque regenerados, hemos de vigilar nuestras formas de hablar así como también los contenidos de nuestras conversaciones, porque cabe la posibilidad de que nos quedemos muy cortos a la hora de parecernos a nuestro bendito Maestro, tanto en una cosa como en la otra.

Seamos portadores de la palabra de vida

Pensando en todo lo dicho y el título del blog, me vino a la memoria que hace poco más de 25 años, estaba pasando por una gran crisis que me llevó a la depresión (¡ojo! no era la primera) en medio de la cual, como se suele decir pensé en “tirar la toalla” y dejarlo todo. Fue un tiempo bastante difícil. Mientras meditaba en todo ello, volví mi mirada hacia mi derecha, hacia atrás y en mi biblioteca vi el libro del Pastor, José María Martínez, titulado: “La España Evangélica Ayer y Hoy” (Publicaciones Andamio; Ed. CLIE, 1994). Lo abrí al azar y comencé a leer ya que después de unos dos años comprado todavía no lo había leído; pero apenas comencé a leer sin ganas. Entonces a medida que leía y vi cómo habían sido perseguidos en el pasado nuestros hermanos y lo que habían sufrido[i] sentí una especie de vergüenza que dio paso a una serie de preguntas: “¿Pero, a ti qué te pasa?”; “¿Realmente tienes motivos para estar como estás?”; “¿Dónde están tus dificultades…?” No tuve que “dialogar” mucho conmigo mismo para darme cuenta de la realidad según el punto de vista divino. -¿O era Dios mismo el que dialogaba conmigo?- Fue entonces cuando me vino a la mente el Salmo 77, en el cual el autor estaba pasando por una gran depresión por la que padecía de insomnio, además de llevarle a una gran incredulidad acerca de la fidelidad de Dios. Así hasta que cayó en la cuenta de que el problema no estaba en Dios ni en las circunstancias… sino en él mismo. Entonces resolvió recordar las obras de Dios en el pasado, obrando a favor de su pueblo (Sal.77.10-11) y en la medida que  recordaba la historia de su pueblo asistido por la mano de Dios, su depresión dio paso a la adoración y la alabanza y terminó reconociendo el cuidado pastoral de Dios sobre su pueblo Israel, ¡al cual él mismo pertenecía! En realidad, nada nuevo; las palabras de vida le libraron de la profunda depresión que estaba pasando.

De igual manera me pasó a mí. El libro del Pastor José María Martínez contribuyó a mi liberación de la depresión y el estado lamentable en el cual me encontraba. Pasadas un par de semanas, le escribí al pastor Martínez para darle las gracias por su libro y el bien que yo había recibido de su parte. A los 10 días, me contestó en una carta personal, de puño y letra, alegrándose por el bien recibido por mi parte y agregando que solo por el hecho de haberme bendecido a mí solo, mereció todo el esfuerzo realizado para escribir el libro mencionado.

Si “la palabra de vida” me vino a través de la historia pasada de los hermanos que sufrieron por su fidelidad a la “palabra de vida” que ellos recibieron, a continuación me sería añadida más “palabra de vida” por medio del salmo 77. Una experiencia insertada en la Historia Sagrada y recogida bajo la inspiración del Espíritu Santo con la finalidad de edificar a los creyentes de las generaciones venideras.

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Pero como esta humilde experiencia compartida se podría decir de otras decenas y decenas de experiencias pasadas por unos y por otros que, en el transitar de la vida cristiana, nos hemos encontrado atendiendo a otros o que otros nos han atendido a nosotros; y según la necesidad, esa “palabra” y “vida” hace la obra de Dios, ayudando a obtener de Dios el perdón de los pecados y  perdonando los pecados u ofensas a otros; confortando los corazones, exhortando a tiempo y con sabiduría; consolando los corazones; animando a los de espíritu apocado; siendo de sostén y soporte a los débiles; comunicando certeza y seguridad a los que dudan y temen perder su fe; ayudando a todo aquel que necesite ser ayudado y en la medida que podamos ayudar, etc., etc. Y es ahí y en esas relaciones con “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”  (Ro.5.5) que vemos el poder de la palabra de Dios y la vida que se manifiesta nueva, fresca, vigorosa, con sentido y propósito, contribuyendo a la extensión y la edificación del reino de Dios entre nosotros y en nuestro medio. Ese es nuestro deseo, sin dejar de ser útiles para el reino mientras vivamos en este mundo.

[i] Por supuesto, no que antes no había leído nada sobre el tema, pero en esa ocasión el Espíritu de Dios usó esa realidad para tratar con mi “depresión” y ayudarme a salir de ella.

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