Hagas lo que hagas, por favor, no dejes de buscar en el establo donde está ese Niño de la promesa. Es allí donde la esperanza desafía la oscuridad, la bondad rompe el miedo, y el amor se convierte en fuerza indestructible.
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“Noche de paz… campana sobre campana… pero mira cómo beben los peces en el río… a vint i cins de desembre, fum, fum, fum ”. Estas y otras canciones escuchamos cada diciembre, recordándonos la Navidad, tanto en su versión tradicional como en la anglosajona que hoy domina nuestras casas, calles y comercios.
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Supongo que las personas que están trabajando y que escuchan diariamente estas melodías desearán que pasen pronto las Navidades con todas sus fiestas hasta Reyes. Algunos odian estos días que solo les traen recuerdos melancólicos de otras épocas pasadas que tal vez fueron mejores, o no, y las han idealizado.
Siempre me ha fascinado esta época del año; el bullicio vibrante de tantas actividades concentradas en unas semanas que las vivía desde la fe cristiana y con expectativas de renovación personal.
Era una llamada de atención, no solo por el mensaje de la Navidad, sino también por el Calvario. Sin Calvario no hay Navidad. Calvario como parte fundamental de ejemplo de Jesús hasta la muerte en la cruz.
En mi tradición de fe, entendí la Navidad como celebración de una gran luz que llega al mundo en el momento oportuno, en el tiempo de Dios; de la esperanza que supera la profundidad de la oscuridad, de algo bellamente redentor que aparece en los momentos más insospechados.
En la llegada de una bondad inconcebible naciendo en la noche, en el desamparo, en medio del establo, con olor a estiércol, como sábana un montón de paja, y con el calor de los animales cercanos.
La Navidad era la respuesta que surge cuando todo parecía menos probable.
Necesito esa Navidad ahora. Más que cualquier otra Navidad de mi vida adulta, porque hay una sensación pesada de tensión, temor, escalofríos que presionan esta época del año.
Si alguna vez hubo un momento para abandonar la alegría, los villancicos, los regalos, es ahora, en este tiempo histórico que estamos sufriendo en nuestras carnes . Nadie me culparía por rendirme ante la oscuridad tan densa que me rodea y que me contagia el corazón y arruga el alma. Y, sin embargo, necesito negar el consentir caer en ese pozo.
No voy a permitir que la oscuridad robe la Navidad. Reclamo con todas mis fuerzas su espíritu. Tengo que reconocer la verdad de los hechos: la maldad que habita entre nosotros, lo malos que podemos ser, lo terribles que son algunas cosas y la magnitud de todo lo que hay que lamentar. Sin embargo, no voy a permitir que este pensamiento negativo me domine, y promoveré que el espíritu verdadero de la Navidad prevalezca.
No sé cuál es tu perspectiva de fe, pero eso no importa; tampoco era la misma de la familia de Jesús, ni la de aquellos Magos de Oriente, y, sin embargo, llegaron hasta el lugar donde pudieron entregarle sus dones.
No sé cuál es tu estado emocional, tu situación económica o las circunstancias de tu familia. No tengo ni idea de cómo ni dónde te llegan estas palabras hoy, ni de los obstáculos que tienes en tu camino. Todo lo que sé es que, en estos días más cortos del año, donde la oscuridad dura mucho, necesitamos personas desafiantes que planten cara, que permanezcan valientemente y rompan la oscuridad de la manera en que solo la bondad de los pastores pudo hacerlo.
Baja de la montaña, rápido, y ve al portal de Belén y verás a la persona indicada, en el lugar correcto que te dará esperanza, aunque tengas que mirar más allá de tantas cosas que te pueden despistar y que te tientan a perder el horizonte.
Descubre las cosas bellas que hay atrapadas bajo los escombros del portal, con malas noticias y fealdad, incluso si requiere más energía de la que crees tener.
Las cosas bellas existen todavía, hay que buscarlas en esta Navidad. Y allí, en ese lugar, encontrarás a Jesús, quien te recordará por qué vives y te dirá: abraza a los que amas, da alegría y no disgustos. Ríe en plenitud y entrega todo lo que tengas para dar, lo que nazca desde lo más profundo de tu corazón.
Pero, hagas lo que hagas, por favor, no dejes de buscar en el establo donde está ese Niño de la promesa. Es allí donde la esperanza desafía la oscuridad, la bondad rompe el miedo, y el amor se convierte en fuerza indestructible.
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