Oremos para que el Señor nos ayude a entender su Palabra y a aplicarla, en primer lugar a nosotros mismos; y luego en cada situación y contexto. Que no es poca cosa.
Desde hace ya tiempo hemos venido sabiendo de la caída moral de algunos reconocidos siervos de Dios y, como siempre suele suceder, muchos se preguntan si es correcto el que vengan a ocupar el mismo ministerio que tenían antes de la caída, con el previo arrepentimiento.
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A esta pregunta que suele surgir siempre que se conoce un nuevo caso, algunos suelen contestar que si ese pastor o evangelista se arrepiente, no hay problema: el Señor perdona el pecado -o los pecados- y la persona puede ejercer nuevamente su cargo, como antes, pues Dios es perdonador y una vez arrepentido no le tendrá en cuenta su pecado.
Por otra parte, otros afirman que tal hombre podrá arrepentirse de su pecado y, sin duda, el Señor le perdonará, pero no podrá ocupar nuevamente el lugar que ocupó antes de la caída. Los que hacen esta afirmación generalmente suelen ser acusados de insensibles y de falta de comprensión de lo que es el perdón y, por tanto, son inmisericordes.
A la luz de lo dicho anteriormente, seguramente yo formo parte de aquellos “inmisericordes” que no apreciamos ni comprendemos lo que es el perdón de Dios.
Esta discusión me trae a la memoria que, en cierta ocasión, siendo yo un joven creyente de unos cuatro años convertido al Evangelio y estando fuera de mi ciudad, un misionero extranjero me hizo esa misma pregunta.
En realidad, con el tiempo yo me planteé el por qué me hizo aquella pregunta a mí, que eran un joven creyente. Sin embargo, yo le contesté de esta manera:
“Pues, yo creo que el siervo de Dios que ha tenido una caída moral, puede ser perdonado por Dios, si se arrepiente; pero no creo que deba seguir en el cargo de Pastor y, por tanto, debería dejarlo”.
Eso era lo que yo pensaba y sentía; y eso contesté, más que conforme a mi “gran experiencia” sobre lo que yo sabía de la Biblia, con lo que me decía el sentido común, ilustrado por lo poco que yo sabía de la Biblia. Porque experiencia tampoco tenía mucha.
Han pasado ya unos 55 años desde que aquel misionero me hiciera aquella pregunta, y ahora me afirmo mucho más en aquella respuesta que le di aquel día.
La idea que le compartí al misionero era que, si bien el caído podía ejercer un ministerio, este no debería ser de autoridad bajo la cual tuviera personas a su cargo.
Y como dije, ahora estoy convencido más todavía; y mucho más, cuando no ha caído una sola vez, sino que ha sido reiterativo en varias ocasiones.
¿Cuál es la base bíblica para tal convicción?
¿Pero en qué se basa una opinión así? ¿Es algo subjetivo, basado en escrúpulos personales, o hay algún sustento bíblico que la avale?
Lógicamente, las respuestas a las preguntas planteadas requieren que tengan el aval bíblico, porque de otra forma estaríamos especulando sin ningún provecho.
Precisamente, cada vez que se da a conocer una noticia de la caída de un siervo de Dios conocido, invariablemente se plantea esta cuestión.
Y siempre volvemos a asistir a las mismas respuestas para las cuales, en un caso se echa mano de la Escritura. Sí, pero a la hora de justificar la restauración del caído a su puesto, algunos aluden al pecado de adulterio del rey David y sus pecados asociados. Luego, se afirma con contundencia que “Dios perdonó a David… y lo dejó en el trono, etc.”
Pero no se cae en la cuenta de que ese caso e historia está en el Antiguo Testamento, no en el Nuevo Testamento y en relación con la Iglesia del Señor.
Así que, no deberíamos echar mano de un pasaje del Antiguo Testamento para buscar solución a un caso para el cual tenemos la solución en el Nuevo Testamento.
Lógicamente, aquello no sería aplicar una buena hermenéutica a la interpretación bíblica. Al respecto, veamos algunos principios que se desprenden del Nuevo Testamento.
1.- La elección de los diáconos en la Iglesia de Jerusalén
Ya. Ya sabemos que los mencionados en el título no eran hombres de autoridad. Ni siquiera parece ser que fueran diáconos en el sentido que aparecen en 1ªTimoteo 3.8-13.
Sin embargo, eran hombres elegidos para organizar, administrar y repartir los bienes que les eran donados y encomendados a la Iglesia para ayudar a las viudas y a los pobres.
Bien, entonces para eso era necesario que esos hombres (hoy día, también mujeres) fuesen de un carácter y una condición que les serviría para guardarse a sí mismos de no llevarse “bajo cuerda”, nada de aquello que les era encomendado. Ya sabemos que es muy fácil “echar mano” allí donde hay abundancia y cogerlo para sí.
Al fin y al cabo “nadie se va a dar cuenta”. El mundo de la política está lleno de tanto pillo, ladrón y corrupto como sabemos por los distintos medios de comunicación.
Aunque el político no es el único contexto. Pero además, aquellos hombres tampoco debían hacer favoritismo entre los pobres. Sin embargo, y antes de ser elegidos, ¡otros sí lo habían hecho! (Hch.6.1-7).
De ahí la necesidad de que los elegidos fueran “varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría…” (Hch.6.3).
El “buen testimonio” hablaba bien de la persona ante los demás por sus palabras y por sus obras; el “ser lleno del Espíritu Santo” nos muestra a hombres cuya “condición” era esa precisamente y por lo cual, eran sensibles hacia el mal de la mentira, la injusticia y la corrupción.
Y no nos quepa duda de que la “sabiduría” que les acompañaba (¡Tan necesaria en la vida cristiana!) se derivaba de ese vivir en y por el Espíritu Santo. Esa era la condición de aquellos hombres. Así se podría actuar en verdad y en justicia y se guardaría el buen testimonio de la Iglesia.
Ahora, ¿Qué hubiera ocurrido si pasado el tiempo se hubiera descubierto a alguno llevándose a casa parte de los bienes que tenían bajo su cuidado? ¿Qué hubieran hecho los Apóstoles, una vez denunciado y conocido el caso? A mí no me cabe duda de lo que hubieran hecho ellos.
Ciertísimamente, le hubieran dado de baja de forma inmediata de su “cargo” y lo hubieran puesto en disciplina. Aunque fue algo especial y único, solo basta leer la historia de Ananías y Safira y cómo terminaron ellos por querer robar, engañar y comportarse de forma hipócrita delante de la Iglesia (Hch.5.1-11).
Pero que nadie piense que todo el que hubiera pecado en esos días tenían que acabar como aquel matrimonio. Por supuesto, que no. Lo que quiero decir es que los puestos de responsabilidad en la Iglesia primitiva se elegían con mucho cuidado y no se dejaba pasar el pecado de engaño, robo, fraude, soborno, o de cualquier otro tipo, de forma ligera.
2.- La elección de ancianos/obispos/pastores (1ªTi.3.1-7; Tito, 1.5-10)
Aquí tenemos el caso, ahora sí, de pastores, que por el carácter y naturaleza del ministerio era aun mucho más serio que en el caso anterior.
A éstos, lo mismo que se les llama “ancianos” –presbíteros- también se les llama “obispos” –epískopos- y también pastores –poimén- (Ver Hechos 20.17,28; Ef.4.11).
En realidad, son términos diferentes que identificaban a las mismas personas señaladas y llamadas por Dios para “apacentar la grey que él Señor ganó con su sangre” (Hch.20.28; 1ªP.5.1-3).
Pues bien, aparte de una lista de requisitos que tienen que ver con el carácter del candidato a “obispo”, “anciano” o “pastor” hay algo que se dice, como a modo de resumen, de lo que son estos hombres, tanto hacia dentro (la Iglesia) como hacia afuera (la sociedad en general):
“Es necesario que el obispo sea irreprensible…” (1Ti.3.1-2); “Que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (1ªTi.3-7).
Ahora bien, cuando dice: “Es necesario que sea irreprensible” no quiere decir que sea perfecto. Nadie es perfecto aquí en esta tierra, sino que no tenga nada en su carácter ni en su comportamiento que traiga descrédito sobre él ante la iglesia o ante la sociedad. Pero aquí hay que aclarar que ese ser “irreprensible” se entiende desde que la persona ha sido convertida a Cristo.
Esto quiere decir que no se aplica a su vida pasada de inconverso, aludiendo a que el candidato fue un ladrón o un mafioso, o un adúltero. No es aplicable a su vida pasada cuando vivía por y para el mundo. Pero una vez que vino a Cristo Jesús, lo que aplica son las palabras del Apóstol Pablo:
“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ªCo.5.17).
Entonces, es su vida de cristiano desde su conversión lo que cuenta a efectos de “tener buen testimonio”. Tampoco valdría poner ejemplos como algunos hacen al decir que “Pedro negó al Señor y Él le restauró a su ministerio”. No se aplica porque cuando Pedro negó al Señor lo hizo antes de la cruz, de la resurrección y de la venida del Espíritu Santo.1
Por tanto, la obra de la cruz (el Nuevo Pacto) aun no se había establecido todavía y Pedro no disponía de las “herramientas” que le permitirían actuar como debía.
Sin embargo cuando Cristo resucitó y los discípulos recibieron el Espíritu Santo actuaron consecuentemente; y aunque su vida estaba en peligro continuamente no tuvieron temor de testificar del Señor Jesús. Negar al Señor después de haber sido llamados y enviados por el Señor y una vez habiendo recibido al Espíritu Santo, les hubiera invalidado para ejercer su ministerio.
Es, por tanto, teniendo en cuenta estas verdades escriturales que, como decíamos antes, también leemos: “También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (1ªTi.3.7).
El “buen testimonio” deja de “ser bueno” y se “cae en descrédito” cuando se trasgreden los principios éticos y morales y vienen a ser de conocimiento público.
Entonces el “hombre de Dios” deja de tener “crédito”; ya no es “irreprensible”. Por supuesto, recibe el perdón de Dios para sus graves pecados y la salvación no la pierde; pero ha perdido la confianza divina y la humana para ejercer un ministerio de autoridad sobre otras personas, mediante la enseñanza, la guía y el pastoreo con todo cuanto eso significa.
Ya no ha lugar a aquel ministerio que había desempañado todo el tiempo que duró hasta su caída. Y no es solo por su caída, hay otros aspectos relacionados con esa autoridad que el Señor le delegó para que la usara en beneficio de las personas puestas a su cargo, pero que la usó para manipular, abusar y propiciar que otra/as personas tropezaran y cayeran en el pecado.
Cierto que esas personas son responsables ante Dios; pero nunca hemos de olvidar que las personas que, de alguna forma están bajo autoridad de otros, suelen ser más vulnerables a las posibles manipulaciones de los que ejercen dicha autoridad.
Por supuesto, unas son más vulnerables que otras. Pero el que tiene la autoridad espiritual (en el caso de los pastores) es más responsable ante “el Príncipe de los Pastores” (1ªP.5.4) debido a que se impone el principio del Señor Jesús, que dice:
“Porque a todo aquel a quien se le haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lc.12.48).
Entonces, después de expresar todo lo anterior, lo mejor sería –en todo caso- que el caído se adelantara y tuviera una visión clara de lo que ha hecho y, si realmente cae en la cuenta y está profundamente arrepentido, no será necesario que nadie le diga nada.
Juntamente con su confesión a quienes corresponda, habrá tomado la decisión de dejar todo lo relacionado con el ministerio. ¡Y eso, por mucho que le duela!
Y eso, por mucho que afecte a su propia “rentabilidad” económica. ¡Y eso, por mucho apoyo que encuentre en algunos miembros de su propia iglesia que, quizás sean guiados más por elementos afectivos que por la propia Palabra de Dios y por el Espíritu Santo.
Pero esa actitud no solo hablaría del verdadero arrepentimiento del caído, sino que ahorraría mucho sufrimiento y contribuiría a esclarecer la situación del caído de cara a su restauración completa y la nueva orientación que ha de tomar –nunca mejor dicho- “en el Señor”.
También ayudaría a la Iglesia misma, la cual no sale del todo ilesa de una situación así. Lamentablemente, en la mayoría de los casos de los pastores caídos, ellos nunca toman la iniciativa para confesar y ser consecuentes, como hemos dicho antes. No. Generalmente, suelen ser descubiertos por terceros. Y eso no favorece para nada el proceso de restauración de todos los daños causados.
Luego, estamos seguros de que habrá aspectos relacionados con las consecuencias negativas a terceras personas. Pero ese es otro tema que, aunque está estrechamente relacionado con lo expuesto, necesita ser tratado aparte.
El asunto no se resuelve solo con la restauración del caído, sino que se han de tener en cuenta los daños causados a terceras personas, los cuales no siempre son fáciles de tratar y sanar.
De momento, oremos para que el Señor nos ayude a entender su Palabra y a aplicarla, en primer lugar a nosotros mismos; y luego en cada situación y contexto. Que no es poca cosa.
1. De igual manera, los apóstoles se manifestaron antes de la cruz, como egocéntricos, vengativos, sectarios, etc. Algo que no se podría concebir después de la cruz y teniendo al Espíritu Santo en ellos mismos.
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