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La España de la Transición

Se habla mucho estos días de la Transición. Fue un periodo extraño, que resulta todaví­a oscuro, incluso para aquellos que lo vivimos. Para los que nacimos en el franquismo, es parte de nuestra memoria.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 25 DE NOVIEMBRE DE 2025 10:00 h
Franco quiso en 1969 dejarlo todo atado y bien atado, pero las huelgas de los años 76 y 77 mostraban todo lo contrario.

Esta semana se recuerda en España el final de la dictadura franquista y la transición a la democracia hace medio siglo. Al volver de una conferencia en Budapest sobre el Evangelio eterno en ciudades que cambian, pasaba delante de mi casa en el centro de Madrid, una manifestación de jóvenes nostálgicos por un régimen que no conocieron, ya que todavía no habían nacido. Entre brazos en alto con el saludo romano fascista, el canto del Cara al sol y banderas preconstitucionales me llamó la atención que también llevaban la de Rusia, se supone que en apoyo a Putin.



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Venía leyendo en el avión suplementos de prensa sobre el franquismo, cuando al ver los policías que rodeaban la manifestación, me acordé de los días que veía correr a los manifestantes desde la ventana de mi casa al lado de Plaza España, perseguidos por otra policía vestida de gris, que golpeaban con sus porras a diestro y siniestro. Subían por la calle Amaniel con las motos y el que iba detrás, arrastraba del pelo a los que llevaban melena. Quien iba a una manifestación entonces, sabía a lo que se arriesgaba.



Se habla mucho estos días de la Transición. Fue un periodo extraño, que resulta todaví­a oscuro, incluso para aquellos que lo vivimos. Para los que nacimos en el franquismo, es parte de nuestra memoria. ¿Quién no sabe dónde estaba cuándo murió Franco, o hubo el intento de golpe de estado, el 23 de febrero de 1981? Muchos no habí­an nacido todaví­a, ¡claro! A mis hijos no les dice nada el nombre de Franco, aunque la televisión y los medios nos lo intentan recordar estos días.





[photo_footer]La policía española entonces, vestida de gris, golpeaba con sus porras a diestro y siniestro.[/photo_footer]



 



¿Con Franco vivíamos mejor?



Hace unos años hubo una exposición en el centro cultural que tiene el Ayuntamiento en Colón, donde uno parecía estar sentado a oscuras en la tribuna de un Consejo extraordinario del Movimiento Nacional en 1971. En esa sesión se oían las voces de algunas de las principales figuras del tardofranquismo opinar sobre la situación española. A cada grabación, la acompañaba la indicación con un círculo de la persona que hablaba en una enorme foto con su cara y su nombre. Así­ oí­amos a Blas Piñar, el principal dirigente de la extrema derecha durante la Transición, acerca del peligro de la deformación espiritual que está produciendo la Universidad, la subversión de los clérigos y el carácter indisoluble del matrimonio por derecho divino.



Algunos de los comentarios tenían que ver con la realidad católica en aquel momento. La iglesia de Roma promovía cambios en la institución española por el cardenal Tarancón en el sentido aperturista del Vaticano II. Hombres como Blas Piñar, estaban indignados por ello: “Prefiero una religión con sacerdotes, a unos sacerdotes sin religión”. En aquel tiempo habí­a pintadas en las calles que decí­an: “Tarancón al paredón”. Hoy lo que predomina en la iglesia católica-romana son movimientos neoconservadores de expresión carismática. La asociación que reúne a los teólogos más progresistas está formada por personas de edad tan avanzada, que sus encuentros parecen de un centro geriátrico.



Uno de los consejeros de Franco hablaba de la unidad de nuestro paí­s, todavía uno de los “caballos de batalla” de la derecha, diciendo: “España es irrevocable, aún en contra de la voluntad de los españoles”. La frase que abría la exposición, traducida toda ella al inglés, era la famosa declaración de Franco del año 69, esperando “que todo quede atado y bien atado”. Las siguientes imágenes de las huelgas de los años 76 y 77 mostraban todo lo contrario...





[photo_footer]La derecha católica se enfrenta al gobierno de la Transición por la legalización del divorcio en el año 81.[/photo_footer]



 



Historia de la represión



El siguiente espacio de la exposición nos llevaba a una comisarí­a franquista. Se veían negativos fotográficos de detenidos cuya identidad era ocultada, para que quedarán lógicamente anónimos, pero se podían leer sus fichas policiales. Los delitos eran verdaderamente sorprendentes. A mediados de los años 70 se citaba como antecedentes policiales, las detenciones a acusados de adulterio, blasfemias, actos homosexuales o “tenencia bibliográfica de matiz comunista”. Otros realizaban misteriosos “juegos prohibidos”, “recibían parejas”, o eran culpables de “faltas a la moral”. Algunos habían dado “gritos subversivos” o proferido “injurias contra el jefe del estado”.



Amplí­a documentación de organismos como Amnistí­a Internacional mostraba la realidad de las torturas policiales en 1979. Había fotos ocultas por telas, para que los grupos de niños que visiten la exposición no asistieran a la “cámara de los horrores” de tal brutalidad contra personas que no eran culpables más que de repartir “propaganda ilegal”, homosexualidad o “tenencia de obras comunistas”.



Más de cincuenta mil personas fueron procesadas por estas cosas ante el Tribunal de Orden Público, o directamente bajo la jurisdicción militar. Cuando uno ve lo que entonces se consideraba delito, se da cuenta que habí­a leyes contra todo. Las personas que añoren una sociedad donde la inmoralidad se persiga, tení­an desde luego en el franquismo su particular paraí­so. Casi todo estaba prohibido.



 



¿El mito de la transición?



Es cierto que son muchos los enigmas polí­ticos que todaví­a quedan por resolver de la Transición. Algunos hablan ya de ella incluso como un mito, puesto que hoy en dí­a sabemos que sus principales artí­fices estaban fuertemente comprometidos con la dictadura. Todaví­a me acuerdo la sorpresa que tuve al empezar a estudiar Periodismo a principios de los 80, cuando descubrí­ que los principales responsables de los medios que entonces se consideraban progresistas o de izquierdas, tení­an un claro pasado franquista. ¿Quién podí­a imaginar que uno de los principales accionistas de El Paí­s era Manuel Fraga? ¿O que alguien tachado de estalinista como Haro Tecglen, había escrito loas a José Antonio?



Se hablaba mucho entonces del “cambio de chaqueta”, por el que alguien que hubiera llevado en la época de Franco la camisa azul de la Falange, podí­a ser luego de centro democrático y acabar en un partido de izquierdas. Como muchos hoy fueron del Partido Comunista en aquel entonces, para hacerse luego socialistas, y acabar formando parte del Partido Popular.



Está claro que no hay ningún mérito en mantener una misma postura por coherencia, toda tu vida, cuando uno descubre que estaba equivocado. El problema es que muchas de esas personas cambiaron según el gobierno que habí­a en cada momento. Era famosa la frase de Pí­o Cabanillas, cuando le preguntó la prensa quién iba a ganar las elecciones. Y contestó: “Todaví­a no sabemos quiénes hemos ganado”.





[photo_footer]En los 80 hubo una explosión de libertad, hoy inimaginable.[/photo_footer]



 



Una España diferente



Más allá de quienes fueran realmente los artí­fices del cambio, no hay duda de que, como decía el vicepresidente Alfonso Guerra, “a España no la iba a reconocer, ni la madre que la parió”.  La transformación social que ha vivido este país desde la educación, la familia, el arte y la cultura, ha sido tan grande que parece otra nación. Las ideologí­as se mezclaron y los partidos se refundan sobre nuevas bases, que no tienen ya nada que ver con el paí­s que habí­a antes de la guerra civil. Incluso aquellos que nos criamos en familias que no querí­an saber nada de polí­tica, fuimos influenciados por una época en que todo cambiaba.



Se pasa del mono al estéreo; del blanco y negro al color; de la Sección Femenina al destape; del caldo de gallina al “porro”; del nacional catolicismo al divorcio; de los Coros y Danzas al “punk”. Y todo de golpe. Yo estaba terminando la educación secundaria a finales de los 70, mientras las calles se llenaban de propaganda polí­tica y los quioscos de prensa empezaban a exhibir portadas de revistas con desnudos. Todo en España, parecí­a que iba con diez años de retraso. Lo que en otros paí­ses ocurrí­a en los años 60, aquí­ llega en los 70. Y en los 80, todo era posible. La libertad de expresión y costumbres que hubo entonces es hoy inimaginable.  



Era una época convulsa, ¡eso sí! Cuando llegué a la Universidad a principios de los 80, la juventud ya no quería saber nada de polí­tica. Lo importante ahora era la música y la moda. La pregunta entonces era si estabas en un grupo de música, o te dedicabas al diseño. Todos parecí­an ser creativos entonces. Tení­amos más artistas por metro cuadrado que en una Academia de Bellas Artes. Aunque el sexo y la droga seguí­an siendo para la juventud, el principal tema de interés desde los años 70. ¿Y la religión?



 



Crisis espiritual



Para aquellos nos criamos en un medio protestante, la Transición abre nuevas perspectivas de libertad religiosa, que hasta ahora no habí­amos podido soñar. Misioneros se desplazan de todo el mundo, para aprovechar este momento histórico y abrir nuevas iglesias por toda España. El desencanto, sin embargo, no se hace esperar. La Iglesia católico-romana ya no tiene el poder que tení­a antes, pero la gente no quería saber nada de religión. Ahora no se habla tanto del diablo, la parapsicologí­a o los platillos volantes, como en los años 70, pero el ocultismo y el orientalismo parecen ser la única forma de espiritualidad que sobrevivió en la Transición. Lo que nadie quería saber nada, es de ningún tipo cristianismo, aunque no fuera católico.



Las iglesias evangélicas empiezan a dividirse cada vez más a partir de los 70. Y hay una actitud critica que cuestiona la dirección de las iglesias, donde no se habla más que de la necesidad de cambios. Cuando entré en los Grupos Bí­blicos Universitarios a principios de los 80, no quedaba más que un par de estudiantes en Madrid que todaví­a estuvieran comprometidos con una iglesia evangélica. Los que todaví­a iban al culto, parecí­an tener un pí­e dentro y otro fuera. Todo era descontento y crí­ticas. Muchos, hací­a años ya que no querí­an saber nada del mundo evangélico, donde se habí­an criado o llegado por supuesta conversión.



Los cambios provocan en muchos además una reacción conservadora, que se opone a todo lo que sea diferente a lo que ha habido hasta ahora. La verdad es que era fácil criticar unas iglesias, donde no habí­a habido apenas transformación alguna desde la época franquista. El discurso anticatólico y lenguaje piadoso, dominaba un ambiente alejado del mundo.



Lo que muchas iglesias no habí­an perdido, sin embargo, era la verdad del Evangelio. Es cierto que algunas perdieron la claridad por un creciente relativismo, pero creí­an que la conversión seguí­a siendo la principal necesidad de las personas. Pueden cambiar muchas cosas, pero quiénes necesitamos cambiar realmente, somos nosotros.





[photo_footer]Era fácil criticar unas iglesias, donde no había habido apenas transformación alguna desde la época franquista.[/photo_footer]



 



El verdadero cambio



Los cambios siempre nos desorientan. Cuando las ideas de la gente cambian, ya no sabemos lo que pensamos nosotros. Uno puede haber tenido una educación con valores muy claros, pero como dice Fernando Savater, los valores siempre están en crisis. Es por eso importante volver una y otra vez a los fundamentos de lo que creemos. Ya que hay una verdad inalterable, que no cambia: la realidad de quiénes somos, a los ojos de Aquel que nos ha creado y nos ve cómo realmente somos. Él nos revela el engaño de nuestro corazón (Jeremí­as 17:9), que no es puro, sino sucio. Lo malo, por lo tanto, no es lo que viene de fuera, si no de dentro (Mateo 1:18).



Nuestra principal necesidad, no son, por lo tanto, nuevas leyes que nos lleven de nuevo al orden y la moralidad. El discurso evangélico no para de hablar del aborto, la homosexualidad y la transexualidad, o sino de los abusos, la prostitución o la pornografía. En el franquismo tení­amos las leyes más punitivas que podamos imaginar. Y España no fue más cristiana por ello... ¡Todo lo contrario!



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Nuestros mayores lucharon por una libertad, que no viene de las circunstancias sociales de una nación, si no de la obra del Espí­ritu de Dios. No hay duda de que es importante proteger la vida del inocente, el matrimonio y la familia, pero lo que necesitamos sobre todas las cosas es un nuevo corazón, como solamente Dios nos puede dar. Y eso lo hace por la obra de su Espí­ritu y su Palabra, que es lo que España sigue necesitando todaví­a hoy.



 



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