La paz de estos países enriquecidos es peor que la paz de los cementerios. Es la paz basada en la injusticia, la violencia, la desigual redistribución de los bienes del planeta tierra. Sin embargo para los países empobrecidos, para los pobres o para aquellos que nos solidarizamos con los empobrecidos del mundo, la paz está unida a la justicia, al cambio de las estructuras injustas de poder que oprimen y excluyen.
Estoy seguro que algunos pensarán que abundo demasiado en estos temas de búsqueda de justicia y eliminación de la pobreza en el mundo. No es así, debería hablar más, escribir más, trabajar mucho más en estas líneas solidarias, pero no sólo yo, sino los cristianos del mundo, la iglesia y todos aquellos que, tanto desde posturas humanitarias como cristianas, se sintieran avergonzados de las dimensiones de la pobreza en el mundo.
Por muchas divisiones que queramos hacer en el mundo, por muchas categorías o clasificaciones, el mundo se divide en dos: El mundo rico y el mundo pobre. Los primeros son una minoría. Los últimos son legión. ¿Cómo puede haber verdadera paz en el mundo cuando un pequeño grupo de habitantes del planeta situados en algunos países de los que se llaman el Norte rico, disfrutan de un alto nivel de vida, de sanidad, de enseñanza, de infraestructuras, de consumo... y más de media humanidad en la escasez de alimentos, de medicinas, de educación y capacitación y, más de mil millones de ellos, lanzados al hambre, a la categoría de hambrientos en un mundo donde podría haber alimentos suficientes para todos y en donde se derrocha y se tira mucho más de lo que se debiera. ¿Se puede hablar de verdadera paz en estas circunstancias?
Para que la paz se tal, ya lo dice la Biblia, se debe besar con la justicia, debe casarse con ella, no puede haber un divorcio entre la justicia y la paz. La paz debe estar ligada, además de la justicia, a la dignificación de las personas, al hecho de que los Derechos Humanos lleguen a todos, hombres y mujeres. Si no es así, ¿de qué paz estamos hablando? Es una simple violencia institucionalizada y mantenida por la fuerza, el poder y la ley del más fuerte.
Si desde el mundo enriquecido, estamos soportando la injusticia del mundo como un mal que nos conviene, que conviene a nuestros intereses intereses, ¿de qué paz estamos hablando? ¿De qué justicia? No hay verdadera paz ni verdadera justicia. Los hombres que, por sus intereses, no quieren cambios y que las cosas sigan como están, están incapacitados para hablar de paz. Son como animales enfermos, incapaces de distinguir los auténticos valores, que confunden los medios con los fines... animales enfermos, anulados en su capacidad de reaccionar solidariamente... ni les importa la paz, ni la justicia, ni el prójimo... aunque se pasen el día de rodillas ante un altar o lean la Biblia de la noche a la mañana. No hacen vida en ellos ningún tipo de doctrina.
La pobreza en el mundo, el hambre en el mundo es una violencia que va contra la paz, que va contra la justicia que hace sufrir a los hombres más que el lanzamiento de muchas bombas atómicas. Es un holocausto evitable al lado del cual pasamos, muchas veces, volviéndoles la espalda. No situamos de espaldas al dolor de los hombres. No somos hombres de paz, no somos hombres de justicia. Así, no se puede ser seguidor del Maestro.
El mundo cristiano, el mundo en general, necesita profetas como los que existieron en los tiempos bíblicos, profetas que clamen por justicia y ausencia de violencia, de opresión. Los profetas eran hombres de paz que pedían cambios, tanto en las personas como en las estructuras de pecado que marginaban y oprimían a los más débiles representados por ellos con los huérfanos, las viudas y los extranjeros. Los pobres y oprimidos del mundo, los ofendidos y humillados. Hoy, en nuestro actual mundo, habría que hablar de muchos otros colectivos empobrecidos y humillados, robados de su dignidad y del derecho a disfrutar de una paz justa, una paz que se bese con la justicia.
¿Quién sale hoy, siguiendo a los profetas y a Jesús mismo, en defensa de los débiles del mundo, de los oprimidos, de los hambrientos, de los excluidos de todo tipo de bienes? ¿Quiénes se exponen en defensa de la dignidad y de las vidas de los empobrecidos? ¿Hasta dónde se levanta la voz de los cristianos en busca de una auténtica paz? La paz nunca puede ser una violencia institucionalizada y que defendemos para perpetuarla dentro de sus injusticias y opresiones para no perjudicar así mis intereses ni los de los demás enriquecidos del mundo. ¿Cómo puede haber auténtica libertad en un mundo dónde hay tantos derechos pisoteados, tantas libertades anuladas y tantos despropósitos?
Los cristianos debemos ser agentes de paz siguiendo las líneas de lo que implica una paz verdadera que se besa con la justicia. Y esto no es una cuestión secundaria, sino que está en las entrañas de todo el texto bíblico inspirado por un Dios que desea y busca la paz y la justicia como una pareja inseparable.
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