Para el no creyente, Scholl representa la “santidad laica” del sacrificio que ninguno de nosotros nos vemos haciendo. Para el cristiano, ella es la fe que actúa, frente a nuestra continua complacencia.
Nuestra tendencia a hacer de los cristianos que admiramos, santos de escayola, hace de la fe algo tan inhumano, que nos parece un ideal imposible de alcanzar en la realidad contradictoria que vivimos muchos de nosotros. Como protestantes, creemos que la salvación es por la sola gracia, por la fe sola en la obra sola de Cristo.
Y como evangélicos, damos testimonio del milagro del nuevo nacimiento, que da esperanza al mayor de los pecadores, pero al mismo tiempo entendemos la importancia que se da a la santidad en el medio evangélico.
Esto crea una tensión continua, que nos puede llevar a negar la realidad de nuestro pecado y a juzgar constantemente la fe de otros, porque creemos que no dan evidencia suficiente de santidad, que demuestre que son verdaderos cristianos. Es difícil mantener el equilibrio.
Estos días en Múnich he pensado mucho en la fe de Sophie Scholl (1921-1943), la joven estudiante cristiana ejecutada con 21 años, por distribuir unos panfletos en la universidad contra el nazismo.
Para el no creyente, Scholl representa la “santidad laica” del sacrificio que ninguno de nosotros nos vemos haciendo. Para el cristiano, ella es la fe que actúa, frente a nuestra continua complacencia. De cualquier forma, algo a la que la mayor parte de nosotros, no aspiramos realmente.
La visión idealizada que tenemos de Sophie viene en primer lugar de su hermana Inge (Aicher-Scholl), que en 1952 escribe una biografía que la muestra como alguien especial desde que era niña, opuesta al nazismo desde su más temprana adolescencia y valerosa en su defensa de las víctimas.
Más verosímil y rigurosa es la obra de la historiadora Barbara Beuys, que profundizó en los diarios y correspondencia de los Scholl, que dejó Inge tras su muerte en 1998 al Instituto de Historia Contemporánea de Múnich.
El archivo tiene los 800 libros que tenía la familia –Sophie era una lectora voraz, que no sólo conocía bien la Biblia, sino que lo mismo leía a Agustín que “La montaña mágica” de Thomas Mann–.
Se conservan allí los poemas de Hans –condenado a la guillotina en 1943 como Sophie, por distribuir panfletos contra los nazis–, sus cartas y escritos, así como los de Sophie, todos en la antigua caligrafía alemana que se conoce como Sütterlin.
Ese mismo material es el que ha utilizado el pastor luterano Robert Zoske para el apasionante libro que ha publicado en 2020, basado en su tesis doctoral sobre la fe de Scholl. Para ello pudo hablar incluso con la suegra de Inge, cuando todavía vivía.
[photo_footer]El pastor luterano alemán Robert Zoske ha publicado en 2020 un libro basado en su tesis doctoral sobre la fe de Scholl. [/photo_footer]
Sophie nació en 1920 en una familia luterana durante la República de Weimar en Forchtenberg, donde su padre era alcalde. Su madre, Magdalena Müller, era una ferviente creyente luterana de influencia pietista.
El año 30 se mudan a Ludwigsburg y dos años después a Ulm en 1932, donde se cría mi amigo y fiel compañero en el ministerio, Uwe Hutter. Hans y Sophie fueron a la escuela allí, donde Hutter me dice que hay monumentos, placas conmemorativas y una calle en su memoria. El instituto local (Gymnasium) lleva también su nombre, me cuenta José –como llaman a Uwe en España–.
La descripción que me hace Hutter de los Scholl coincide con la de Zoske en su libro. El padre era más culturalmente protestante, que verdadero creyente. Pacifista en la Primera Guerra Mundial, no quiso servir a la patria con las armas, sino con la medicina militar.
Hutter cree que su cristianismo era más liberal que el de su esposa, pero con un fuerte sentido ético de justicia, que transmite a sus hijos. Era crítico con la religión, opuesto al nacionalismo militarista, tanto de católicos como de protestantes, pero iba a la iglesia luterana por ser alcalde.
Le fe de Sophie viene claramente de la madre que, aunque no era rígidamente pietista, cree Hutter que su devoción luterana tiene esa clara sensibilidad evangélica que encontramos en las palabras de Sophie.
Zoske la describe como una “gozosa pietista”, diez años mayor que su marido. Había sido diaconisa y no pensaba casarse. Quería vivir sencillamente y servir al prójimo, pero cuando conoció a su esposo, se dedicó plenamente a la familia.
Zoske dice que la madre de Sophie: “confiaba a Dios su vida, completamente. Creía que todo venía de la Mano de Dios y así lo aceptaba, como bueno para ella.
Intentó transmitir eso a sus hijos. Sin esa fe, ellos no se hubieran unido a la resistencia. Su fe era la base de su fortaleza”.
[photo_footer]Hasta 1941 Sophie pertenece a la Liga de Muchachas Alemanas (BDM), la rama femenina de las Juventudes Hitlerianas.. [/photo_footer]
Cuando Hans y Sophie Scholl van a la universidad en Múnich, ella vive un cambio claro en su actitud frente al nazismo. Si bien sus padres eran críticos desde el principio y nunca adoraron a Hitler, la realidad es que hasta 1941 Sophie pertenece a la Liga de Muchachas Alemanas (BDM), la rama femenina de las Juventudes Hitlerianas.
Y anima a otras a hacerlo, porque escribe que es “lo correcto que hay que hacer”. En su biografía, sin embargo, su hermana Inge dice en 1953 que ya antes de la guerra se distanció de las Juventudes Hitlerianas, lo que no es cierto, dice Zoske.
Cuando una compañera de clase judía de Sophie sufre el antisemitismo nazi, Sophie no hace nada al respeto. Zoske mantuvo correspondencia con una hija suya, que le dijo que su madre no tenía relación con Sophie, porque era una entusiasta nazi. No fueron nunca amigas.
Y cuando en Ulm, escribe dos cartas, un día después de la Noche de los Cristales Rotos, Sophie no hace la menor mención a ello, cuando hablaba abiertamente de lo que sentía y no había todavía censura de la correspondencia.
No fue una experiencia concreta, la que le hizo cambiar de actitud frente al nazismo. Poco a poco despierta a la realidad de lo que está viviendo. Le escribe a una amiga en 1942: “¿He estado soñando todo el tiempo? Quizás, pero creo que ahora me he despertado”.
Sophie entra en el grupo de resistencia La Rosa Blanca en el verano de ese año, aunque su hermano Hans se acerca ya entre el año 40 y 41, tras dejar las Juventudes Hitlerianas, cuando conoce a dos estudiantes católicos que le animan a dejar la medicina, para estudiar teología y filosofía.
[photo_footer]Sophie se une en 1942 La Rosa Blanca, un grupo de resistencia pasiva de inspiración cristiana, que publica y distribuye panfletos anónimos contra el nazismo. [/photo_footer]
Junto a ellos forma en 1942 La Rosa Blanca, un grupo de resistencia pasiva que publica y distribuye panfletos anónimos contra el nacionalsocialismo. “Luchamos con nuestras palabras”, dice Sophie.
Los primeros cuatro panfletos fueron escritos por Hans Scholl y Alexander Schmorell. Citan mucho la Biblia, pero también a Aristóteles, Novalis, Goethe y Schiller.
El novio de Sophie, Fritz Hartnagel, recuerda pedir a Sophie ya en mayo del 42 que pidiera permiso para conseguir una multicopista, que sólo se podía adquirir con autorización nazi.
La mayoría de los miembros del grupo eran protestantes, pero Sophie le dejó dos libros de sermones del cardenal Newman a su novio Fritz, cuando fue destinado al frente del Este. La fe era algo central en La Rosa Blanca.
Otra de las cosas que su hermana Inge silencia en su biografía es el arresto y prisión de su hermano Hans a finales de 1937 por una relación homosexual, pero cuando son detenidos el 18 de febrero de 1943 es por dejar panfletos en el edificio principal de la universidad de Múnich Ludwig Maximilian.
Lo hacen en la escalera que todavía se puede ver, para que los estudiantes lo leyeran. Los pusieron en montones en el suelo, pero como muestra la película de “Sophie Scholl, los últimos días” (2005) –rodada en el mismo sitio– es Sophie quien los arroja, empujando algunos desde la barandilla del pasillo de arriba cuando todos estaban en clase y nadie los ve.
El conserje Jakob Schmid, un convencido nazi, los detiene con la maleta vacía donde llevaban los panfletos y los entrega a la Gestapo. Hans tenía el borrador del séptimo panfleto que iban a imprimir, escrito por Cristoph Probst.
Sophie logra esconder toda evidencia incriminatoria en un aula vacía, pero su hermano Hans rompe el borrador e intenta tragar los papeles, cuando la Gestapo recupera pedazos suficientes para poder acusarle.
En el interrogatorio Hans da varias explicaciones del origen del nombre de La Rosa Blanca. Sugiere que viene de un poema del siglo XIX del mismo título por Clemens Brentano, pero hay una teoría curiosa por la que podría venir de la poesía del cubano José Martí, “Cultivo una rosa blanca”, que aparece en una novela alemana del mismo título por un escritor que estuvo en México y firmaba con el seudónimo de Traven. De cualquier forma, representa la pureza, limpieza e inocencia frente al mal.
Como se ve en la interesante película de Marc Rothemund sobre los últimos días de Sophie, ella niega en el interrogatorio, toda relación con los panfletos. El agente de la Gestapo que en el film intenta atraparla una y otra vez en alguna contradicción, Robert Mohr, creía al principio que era inocente.
Cuando Hans confiesa la autoría, ella lo reconoce, no tanto porque creyera que podía salvar a su hermano –como sugiere la película–, sino para librar al resto de los miembros de La Rosa Blanca.
El juicio el 22 de febrero de 1943 en la sala donde está ahora la exposición de La Rosa Blanca en el Palacio de Justicia, ella y su hermano Hans son declarados culpables de traición y sentenciados a muerte.
[photo_footer]En juicio en la sala donde está ahora la exposición de La Rosa Blanca en el Palacio de Justicia de Múnich, Sophie y su hermano Hans son condenados a muerte (Foto - Ashley Smith). [/photo_footer]
La ejecución fue en la prisión de Stadelheim en Múnich a las cinco de la tarde de ese mismo día, Hans dos minutos después y el autor de los panfletos, Cristoph, tres minutos después de Hans.
La guillotina donde murieron apareció hace poco tiempo en el 2014 en el Museo Nacional de Baviera de Múnich. No está expuesta, por petición del único superviviente de La Rosa Blanca. Las últimas palabras de Sophie antes de ser decapitada fueron: “Dios es mi refugio hasta la eternidad”.
Su novio Fritz fue evacuado de Estalingrado en enero del 43, pero no pudo verla antes de la ejecución. Se casó en 1945 con otra hermana de Sophie, Elisabeth.
Se dice a veces que Sophie y Hans pudieron haberse hecho católicos antes de morir, pero Zoske explica que es Inge la que se hizo católica, teniendo que bautizarse de nuevo en 1945. Es lo que a ella le hubiera gustado. Luego dijo que lo que quería decir es que, si hubieran vivido más, se hubieran hecho católicos.
Según el otro hermano de Hans y Sophie, Werner –muerto luego en el frente del Este–, Cristoph sí se hizo católico en la prisión, ya que el cura que le ofreció la comunión antes de la ejecución, se la negó a Hans y Sophie, si no se convertían del protestantismo.
Quien sí, pudo visitar a Sophie antes de su ejecución, fue su madre. Sus palabras de despedida fueron: “¡Agárrate a Jesús!” (Aber gelt, Jesus). Sophie le contestó: “¡Tú también, madre!”. La fe fue su ancla de esperanza en el momento de su muerte.
En sus cartas habla mucho de su lucha por aferrarse a Dios, según Zoske, en términos típicamente protestantes. Dice cosas como que “cuando oro, a veces no sé a quién tengo dirigirme”. Ella encuentra “en ocasiones, la oración difícil, pero sólo la oración ayuda”.
Hablaba hace poco con un antiguo estudiante mío que ahora se ha convertido en un buen amigo, Jesús Fraidíaz, sobre cómo mantener la fe cuando lo que deseas no es la voluntad de Dios y le compartí la frase que había leído en uno de los textos que encontré de Sophie Scholl: “Me aferro a la cuerda que Dios me ha echado en Cristo Jesús, incluso aunque mis entumecidas manos ya no la sientan”. ¡Esa es la fe que salva!
Según Zoske, las palabras de Sophie son un eco de las que las que solía decirle su madre hasta el último día. Parecen hacen referencia a la expresión de Hebreos 12:2 sobre “poner los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. Ya que no es mi decisión de seguir a Jesús, la que me mantiene, sino la suya. Es Él quien me ha dado la fe y por quien espero llegar al final de este camino lleno de obstáculos y caídas.
La madre de Hans y Sophie aceptó la muerte de sus hijos como la voluntad de Dios. Su “pietismo gozoso” viene del “gozo puesto en Aquel que sufrió la cruz, menospreciando el oprobio y ahora se sienta a la diestra del Trono de Dios”. Es a “la sombra de la cruz” como dice Lutero, que nuestra fe se mantiene.
Otra víctima de los nazis, la evangélica pentecostal holandesa Corrie Ten Boom –presa en el campo de concentración de Ravensbrück, por esconder judíos en su casa de Haarlem– dice: “¡Nunca temas confiar un futuro desconocido al Dios que conoces!”.
Cuando dudamos si podremos llegar al final de camino, debemos recordar que “nada nos puede separar del amor de Dios en Cristo Jesús” (Romanos 8:35). En este mundo lleno de incertidumbre, tenemos en la fe una sola seguridad, que “ni la muerte ni la vida, ni lo presente ni lo por venir” (v. 38) nos puede separar del Amor que al final gana.
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