Si hoy la pobreza está adquiriendo cierto protagonismo en el mundo, es debido a esas voces, a esas personas que no pueden pasar de largo ante el holocausto de los pobres. Esas voces, a su vez, plantean múltiples preguntas que van sensibilizando a todas las sociedades y concienciando de la dramática y trágica dimensión de este grito de los pobres que corre en paralelo, como ya se ha dicho tantas veces, con el grito de la tierra.
Sería una pena que entre estas voces, una de las más débiles fuera la del mundo cristiano. El llamado de Dios a Isaías de
“gritar a voz en cuello” en torno a esta tragedia de la insolidaridad para con los pobres de aquellos que le buscan -ver Isaías 58- es un llamado profético que tenemos que retomar hoy. Hoy, como hemos dicho, se está poniendo, por parte de algunos, voz al grito de los pobres y al de la tierra. Ambas cosas, pobreza y ecología, están en muchos de los foros de debate en nuestros días. Sin embargo, muchos, viendo el balance negativo y pobre del avance que el hombre tiene en la eliminación de la pobreza, son pesimistas con respecto a la intensidad de esta voz y a la acogida que tiene por parte de los poderosos de la tierra.
A pesar de la voz de entidades de reconocido prestigio como la Asamblea General de la ONU que, en sus Objetivos de Desarrollo del Milenio, plantea la reducción de la pobreza en el mundo como primer objetivo, como su objetivo más emblemático, se constata con cierta vergüenza que el desarrollo humano ha descendido a lo largo de los últimos años, que hay un aumento de las desigualdades y parece que no hay auténticos deseos de reducir la pobreza en el mundo.
Los cristianos no se deben de conformar con que exista esta importante voz de la Asamblea General de la ONU, por poner un ejemplo importante y digno, u otras voces desde la política o la sociología, sino que deben unirse para tener un grito conjunto, para poner voz real al gemido de los pobres. Deben estar unidos también para plantear preguntas. Si los cristianos, seguidores de los valores del Reino, no se comprometen a poner voz e interpelar al mundo con sus preguntas, habremos perdido el tren de la acción de Dios en el mundo. Lo que debieran decir, gritar o vocear los cristianos, serán las piedras las que tendrán que gemir poniendo sonido al clamor de los pobres del mundo… serán gobiernos laicos o instituciones no comprometidas con el Evangelio.
Dios necesita que su voz llegue al mundo en protesta contra el holocausto de la pobreza. Afortunadamente, esa voz es un poquito más fuerte hoy que en pasadas épocas, pero los cristianos deberían estar a la vanguardia gritando a voz en cuello, denunciando, practicando la solidaridad y buscando la justicia. Si no, quizás es que han confundido en lo que es la verdadera esencia del cristianismo, su concepto de projimidad semejante al amor al propio Dios… se han equivocado de camino, han perdido el camino que es el propio Jesús.
Quizás, los cristianos, además de plantear preguntas al mundo, deberíamos cuestionarnos a nosotros mismos. ¿Por qué, si seguimos al Dios que nos ha dicho que el auténtico ritual no es el ayuno insolidario, sino soltar las cargas de opresión, partir el pan con el hambriento, albergar a los pobres, vestir a los desnudos y no escondernos de nuestro hermano sufriente… no nos sentimos moralmente preocupados por la pobreza en el mundo, no nos sentimos éticamente urgidos a poner voz al grito de los pobres, no nos vemos interpelados por el apaleado al lado del camino de la vida y continuamos corriendo hacia la práctica de un ritual insolidario con el hombre sufriente, ritual que Dios condena cuando no está precedido de la justicia y la práctica de la misericordia?
Cuando nosotros respondamos con coherencia a esta pregunta, quizás nos sintamos habilitados para lanzar otras preguntas al mundo, quizás más técnicas, pero necesarias. Preguntas que se deben unir a la voz de denuncia y búsqueda de la justicia. ¿Por qué el incumplimiento de los Objetivos del Milenio? ¿Cuál es nuestra responsabilidad, fundamentalmente la de los que estamos en el seno de los países enriquecidos? ¿Por qué el mantenimiento de la pobreza en un mundo con un gran progreso económico y tecnológico? ¿Por qué la erradicación de la pobreza no es una prioridad moral del mundo?
Los cristianos necesitan sentir la profundidad y responsabilidad ante estas preguntas con más intensidad, con más dolor, con más emoción, con más cercanía y con más compromiso… puesto que su auténtico ritual debe enlazar con la eliminación de la pobreza. Quizás deberían llorar más ante la magnitud del dolor del prójimo pobre en el mundo, del hermano al que hemos dejado tirado y que, además, ante la interpelación de Dios, seguimos respondiendo con la pregunta de la muerte:
“¿Soy yo, acaso, el guarda de mi hermano?”.
La eliminación de la pobreza para los cristianos debe ser una prioridad no sólo en el ámbito de la moral, sino en el de la evangelización que comporta la denuncia y la promoción humana de las personas, en la vivencia de la fe que nos impide pasar de largo pasivamente ante los pobres del mundo, ante la vivencia de la auténtica espiritualidad que nos une tanto a Dios como al hombre sufriente, ante el prójimo robado de sus bienes y de su dignidad… porque tenemos voz, porque podemos cuestionarnos y cuestionar al mundo, porque tenemos un imperativo de acción que, si no cumplimos, nuestra fe se muere y deja de ser.
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