En la Biblia hay todo un clamor no escuchado hoy suficientemente por los seguidores de Jesús. Un clamor por los pobres, por la justicia, por la denuncia de las actividades de los injustos -no tienen sentido los profetas si no los asociamos a esta causa de Dios-, un Dios, Jehová, que se hace eco del clamor de su pueblo y cuya causa culmina con la venida de Jesús, el cual, al ser preguntado por su identidad y esencia de ser el Mesías, responde que
“a los pobres les es anunciado el Evangelio”.
El que quiera seguir a Jesús, tener la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, no tiene más remedio que asumir, a través de la vivencia de una fe activa, la causa de los pobres uniendo su grito a ese megáfono de Dios que nos anima a unirnos a la búsqueda de la justicia. De lo contrario, nunca llegará a conocer al Dios que se revela en la Biblia. Al asumir la causa de los pobres siguiendo al Maestro y al hacerse su discípulo, no le queda otra salida que enfrentarse a la injusticia del mundo y asumirla como tarea del discípulo. Tiene que asumir que gritar a voz en cuello contra la injusticia es parte constitutiva de la espiritualidad cristiana.
También, a lo largo de este camino elegido como parte imprescindible de la vivencia de esta espiritualidad, tiene que aceptar y asumir conscientemente, guiado por la fe, que esta lucha por la justicia en el mundo no es solamente algo que afecta solamente a las estructuras de pecado que oprimen y marginan -no lo tiene que vivir solamente como una acción social-, que no afectan solamente a la vivencia de una ética sana o a una moral social liberadora de los sufrientes del mundo -no lo tiene que vivir como una cuestión ética-, sino que esa lucha forma parte integral e inseparable de la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana que sigue a Jesús de Nazaret y que se realiza en la práctica de los valores del Reino. Es estrictamente una cuestión espiritual, teologal, que emana del seguimiento a Jesús.
Esta lucha por la causa de los pobres, este escuchar el megáfono de Dios que habla a través del sufrimiento de sus criaturas empobrecidas y reducidas al no ser de la exclusión, tiene que ver con Dios mismo. El que se une a esta causa tiene que darse cuenta que es parte constituyente de la vivencia de una fe viva y activa y que, al enfrentarse por la fe con la injusticia del mundo, está formando parte del grito que se emite por ese megáfono de Dios que es la presencia de los pobres en el mundo.
Asumir la causa de los pobres es una cuestión teologal, de fe y de fidelidad al Maestro.
Al unirnos al megáfono de Dios estamos mostrando al mundo el rostro del Dios que se nos revela tan directamente en su hijo Jesús. La injusticia en el mundo, el despojo y el abandono de los pobres, el robo de los injustos y acumuladores, la insolidaridad que, muchas veces, muestran los cristianos y el ponerse de espaldas al grito de los pobres, es lo que hoy está ocultando al mundo el verdadero rostro y la verdadera identidad de Dios.
El no escuchar ese megáfono de Dios que es la presencia de los pobres en el mundo, el hacerse el sordo al grito de los excluidos, es la mayor negación que los hombres pueden hacer hoy de Dios, se llamen cristianos o no. Esa insolidaridad silente, ese pasar de largo, es lo que teje el velo que oculta el rostro del verdadero Dios a los hombres que se mueven en la insolidaridad, en el egoísmo y en la avaricia como valores comunes a gran parte de la humanidad.
Hoy, incluso entre los cristianos, ese megáfono de Dios está ensordecido por la adhesión de los hombres al consumo desmedido y a los ídolos del dios Mammón, el Dios de las riquezas que aturde el resto de los sentidos más humanos. Ídolos y falso Dios que se nutre chupando y anulando la dignidad de los pobres a los que sacrifica de forma despiadada en los altares insolidarios del lujo y del consumo necio, ídolos y dios falso que se nutre de la acumulación, la opresión, la injusticia y la muerte.
Tenemos que revitalizar el megáfono de Dios que se muestra en la presencia de los pobres del mundo para que estos impíos idólatras sean desenmascarados, para que estos verdugos no sigan creando víctimas ante el silencio incluso de los llamados seguidores del Dios justo.
El pueblo de Dios silente ante el sacrificio y sufrimiento de los pobres e injustamente tratados, ante los humillados y ofendidos de la historia, ante los tratados como sobrante humano, está poniendo, irresponsablemente, una sordina al megáfono de Dios, no considera a los pobres como lugar sagrado en donde Dios se revela de una manera especial hoy, está viviendo una fe desarraigada de la realidad, está abandonando al prójimo sufriente y pasando de largo incapaz de ser movido a misericordia. Se ven impedidos de poder captar las dimensiones de la revelación de Dios y no pueden entender el carácter del Creador. No conocen su rostro.
Al no conocer el rostro de Dios, no saben entender el mensaje central del Evangelio: Es en lo débil del mundo donde Dios se hace fuerte. Colaboran así en la perpetuación de la pobreza y del sufrimiento, en la perpetuación de ese escándalo y vergüenza humana que se mueve en un mundo por el que no circulan los auténticos valores del Reino. Colaboran en silenciar el megáfono de Dios, del Dios justo.
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