La afirmación rotunda de Jesús es: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros”. Esas eran sus credenciales, su identidad, su línea programática. El otro pasaje es cuando Juan, enviando a dos de sus discípulos, le pregunta que si él era el que había de venir o había que seguir esperando. Jesús saca sus credenciales diciendo: decid a Juan que
“a los pobres es anunciado el Evangelio”.
Demasiado obvio para dudar de estos textos. Demasiado claro el concepto de pobre cuando se pone o se explica en paralelo con los oprimidos, los quebrantados, los presos y los acuciados por diversas enfermedades que necesitan en ese momento de los milagros como signos del Reino que ya está entre nosotros.
La pregunta que de estos textos surge como una llamada de atención a la iglesia y a todos los cristianos del mundo, es ésta: Si los signos de identidad de Jesús, si las claves de su acreditación como Mesías, si sus líneas programáticas están en relación con los pobres del mundo y con los oprimidos, ¿debe ser, también, la asunción del compromiso con la causa de los pobres el signo de identidad de la misión de la iglesia, su carta de acreditación, la base de su programa evangelizador? La pregunta es tremendamente importante y en la respuesta nos jugamos la propia identidad de la iglesia, el hecho de que sea iglesia del Reino o, simplemente, se quede en el ritual pero dentro de los valores y esquemas del antirreino.
No puede tener una identidad diferente la iglesia que su Maestro. Los signos de acreditación del Mesías, deben ser los que van marcando la identidad de la iglesia. Jesús encuentra un mundo lleno de excluidos, lleno de pobres -Jerusalén era un foco de mendicidad-, lleno de estigmatizados por los estrictos y duros religiosos de la época, autoconsiderados puros y que consideraban como malditos, pecadores o impuros a muchos que coincidían con los más pobres, los menos formados, las mujeres, los niños, los enfermos… De ahí que la evangelización de Jesús, la difusión e implantación de los valores del Reino, el signo de que el Reino de Dios y su justicia ya está entre nosotros, coincida con el trabajo y la lucha por la rehabilitación y dignificación de todas esas personas o colectivos de personas. Era el Evangelio a los pobres.
Este Evangelio a los pobres no implica exclusión de nadie, no implica enfrentamiento de ricos y pobres, pues siempre ganarían los poderosos, no es la simple división entre pobres buenos y ricos malos, sino que el Evangelio a los pobres, el compromiso evangélico con la causa de los pobres implica la posibilidad de comunicar el Evangelio a todos desde un llamado a la búsqueda y práctica de la justicia, desde un llamado muy directo a los líderes religiosos, a los sacerdotes y levitas de nuestro tiempo, a sentirse llamados a misericordia, desde un llamado a hacer un mundo más humano, mas justo, más igualitario, un llamado a la práctica de la projimidad, al servicio, a la ayuda a los más débiles y desprotegidos. El Evangelio comporta estos valores y, por eso, hay que evangelizar como lo hizo Jesús: a todos desde los pobres y oprimidos del mundo.
Cuando esto no es así, cuando se evangeliza desde los integrados en las sociedades ricas y opulentas, cuando se evangeliza olvidando la búsqueda de la justicia, la projimidad y la dignificación de los pobres, se han perdido las señas de identidad de la iglesia, no se tienen las credenciales que tenía el Maestro que nos enseñó cómo evangelizar. Jesús nos enseñó que la evangelización hay que hacerla mirando de frente el drama de los pobres del mundo, desde ese drama e intentando humanizar el mundo y hacerlo más justo. De ahí que la evangelización comporte denuncia profética y un plus de promoción social justa de las personas.
Para el texto bíblico, para los profetas y para Jesús, la existencia de los pobres no es sólo un fracaso de la justicia humana, sino también un problema para el plan de salvación que Dios tiene para la humanidad que comporta no sólo la salvación para la eternidad, sino la salvación del hombre en nuestro aquí y nuestro ahora en forma de liberación, dignificación y humanización de la vida.
Por eso podemos comprobar que el Programa de Jesús fue humano, profundamente humano, cuestión que reafirma la divinidad de Jesús. El programa de los profetas, con su denuncia continua, también era humano, lo cual es credencial de que era por mandato divino. La denuncia profética y todo el trabajo de los profetas del Antiguo Testamento, se movía a ras del suelo, escuchando el clamor de los pobres, sus gemidos, sus angustias y sus penas, clamor y gemidos de los pobres que eran acogidos también por Dios en el cielo, y que los profetas gritaban a voz en cuello para que este clamor fuera acogido también en la tierra. Eran signos de identidad del mensaje divino que no deben perderse, eran credenciales que coincidían con las de Jesús como el último de los profetas, eran signos de la presencia de Dios en el mundo.
¿Sabrá hoy evangelizar la Iglesia a todo el mundo, desde credenciales auténticas, con un mensaje universal, pero desde la perspectiva de los más pobres y excluidos del mundo? ¿Sabrá acoger el grito de los pobres del mundo, desde una identidad auténtica, para intentar evangelizar denunciando ese escándalo y vergüenza humana que es la pobreza? ¿Sabrá convertirse en iglesia del Reino zafándose de los valores del antirreino? ¿Sabrá la iglesia evangelizar pidiendo no sólo un cambio de corazón, sino, a su vez, enseñando y mostrando un cambio de valores y de búsqueda de la justicia? Para poder conseguir esto tiene que asumir uno de los postulados esenciales en la acreditación y en el programa de Jesús: El Evangelio a los pobres, el compromiso con la causa de los pobres, el compromiso con la justicia. Ahí estará avalada por el Maestro, participará de sus credenciales y de su identidad.
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