Hoy, unos años después, se constata que ni se está erradicando la pobreza extrema, ni está frenándose el hambre en el mundo, ni disminuye la mortalidad infantil, ni se avanza en la lucha contra el SIDA. Se mantienen las cifras de las personas desnutridas en el mundo y continúa también, de forma escandalosa, la pobreza en los países ricos del primer mundo, fundamentalmente en el llamado Cuarto Mundo Urbano.
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio no se podrán conseguir para la fecha prevista que es el 2015. Los informes sobre el desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo son negativos, descorazonadores. La pobreza se mantiene y se amplia mientras que las 500 personas más ricas del planeta almacenan una cantidad superior a los ingresos de los 500 millones de personas más pobres del mundo.
La injusticia, la pobreza y la desigualdad se mantienen de forma constante. Habría que buscar que estas tendencias cambiaran y se abrieran nuevas perspectivas para el mundo. Nos movemos en un mundo vergonzante e injusto en donde sigue predominando la avaricia y el egoísmo humano… como si nadie tuviera una alternativa real que pudiera cambiar las actuales tendencias.
Por eso no hay que ser muy optimistas cuando se dedican años o decenios para la erradicación de la pobreza en el mundo. Más bien parece que estas intenciones hay que considerarlas, aun dentro de su seriedad y teniendo en cuenta que se producen en el seno de la Comunidad Internacional en la Asamblea General de la ONU, como simples deseos formales que no se toman con la seriedad con que se deberían tomar. No sé si se podría tachar simplemente de hipocresía vergonzosa de la que algunos hablan, pero sí parece que lo que simplemente se consigue es que, durante unos años, la mala conciencia de los ricos del mundo y de los poderosos de la tierra quede calmada y que parezca que en el mundo hay intentos serios de erradicar la pobreza.
La solución es muy otra: Como la pobreza en el mundo se mantiene por los niveles de riqueza que algunos almacenan en sus graneros insolidarios, la auténtica erradicación de la pobreza no va a llegar nunca hasta que no se produzca la erradicación de la otra cara de la pobreza que sería, simplemente, la erradicación de la riqueza en manos de unos pocos. Por tanto, la erradicación de la pobreza pasa, de forma necesaria, por la erradicación de la riqueza acumulada insolidariamente. Y, si se quiere expresar de una forma más suave, la erradicación de la pobreza pasa por una redistribución necesaria de todo aquellos almacenado y despojado por los ricos del mundo, sean estos individuos, familias o países. Decir o hablar de erradicación de la pobreza, es lo mismo que decir o hablar de la erradicación de la riqueza acumulada en manos insolidarias. No hay otra solución.
Quizás, en la Asamblea de las Naciones Unidas se debería hacer otra solemne declaración, la segunda Declaración para este Milenio en donde se proclamaran otros quince años para la erradicación de la riqueza acumulada insolidariamente, para la redistribución de la riqueza en el mundo. En unos Objetivos de Desarrollo del Milenio se debería contemplar la redistribución de la riqueza en el mundo. Fuera de esto seguiremos fracaso tras fracaso… aunque más que una declaración formal de intenciones, lo que el mundo necesita es un cambio radical de valores en la línea de los valores bíblicos, de los valores del Reino que, aunque los conocemos, los cristianos no nos ponemos manos a la obra para acercarlos al mundo, para hacer presente el Reino de Dios entre los más desfavorecidos de la tierra.
La solución de la pobreza en el mundo, su reducción a pobreza cero o su erradicación, no pasa por decir que lo que hay que hacer es seguir creando riqueza en el mundo. Esta riqueza, con los valores antibíblicos en los que se mueve el mundo, seguirá estando siempre concentrada en pocas manos, en pocas familias, en pocos países. Seguirá existiendo un abismo entre el NORTE rico y el SUR pobre.
Lo primero que tiene que ocurrir en el mundo para que se pueda tomar en serio una erradicación de la pobreza, es que deje de existir un mundo que aprueba una ética económica de la concentración de riqueza, sin promover la moderación ni la justicia social.
¡Qué difícil es entrar en una civilización o en una ética mundial en donde se apoye y clame por la erradicación de la riqueza concentrada y, como contrapartida, se apoye como digno y válido una civilización de un consumo moderado de recursos compartidos por todos, aunque en el fondo nos acercáramos, no a una pobreza compartida, sino a un consumo solidario en donde habría renuncias, pero en dignidad para todos, sin robos de la dignidad de nadie!
Los cristianos tenemos que ser conscientes de que en esta lucha no nos jugamos solamente una cuestión social, una cuestión económica o de sufrimiento humano, sino que nos jugamos nuestra credibilidad como seguidores de Jesús. Lo que está en juego es la autenticidad de nuestra vivencia de la espiritualidad cristiana, nuestra autenticidad del seguimiento al Maestro. Si lo queréis más fuerte, está en juego nuestra posibilidad de salvación eterna al alejarnos tanto de los auténticos objetivos del Reino de Dios que no es para insolidarios, ni para cómplices del mantenimiento de la pobreza en el mundo, cómplices del empobrecimiento de más de media humanidad, del empobrecimiento de nuestro prójimo en debilidad, despojado y tirado al lado del camino, a la exclusión social en donde se da la más terrible y clamorosa de las injusticias… una vergüenza humana con la que mantenemos a Dios aún sufriendo con sus criaturas.
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