Si nuestro ser cristiano nos ayudara a tomar una postura ante el mundo y los empobrecidos, a posicionarnos ante la cruel y humillante realidad de nuestro prójimo, ante la violencia y la muerte, podríamos ser un bálsamo para la pobreza en el mundo, un acicate para la búsqueda de justicia. En medio de estas tramas diabólicas en las que se desenvuelve el mundo, muchos son, se definen, se clasifican… proclaman su ser cristianos, su saber acerca del ser de Dios, se posicionan ante ciertas realidades divinas, intentan gozarse con una cierta vivencia espiritual que no compromete con nuestras relaciones con el prójimo, que no se posicionan ante la realidad total del mundo, no toma postura, pasa indiferente hacia sus rituales… no se posiciona de forma misericordiosa y solidaria ante las problemáticas del mundo… demasiado cómoda.
La iglesia nos enseña doctrina, nos aconseja vivir vidas piadosas, intenta enseñarnos el camino al cielo, pero parece no querer enseñarnos a cómo caminar por la tierra al estilo de Jesús que anduvo por el mundo haciendo bienes y comprometido con los débiles y la búsqueda de justicia y dignificación. No nos enseña a posicionarnos ante los pobres. Nos hace mirar al cielo, pero, en muchas ocasiones, nos desvía la mirada de la tierra, de la realidad del mundo… no nos ayuda a posicionarnos ante el estado de cosas, a tomar postura comprometida con la realidad del prójimo sufriente. Perdemos, así, la dimensión integral que la vivencia de la espiritualidad cristiana debe tener en su relación con el mundo y sus problemas, los escandalosos problemas de nuestro prójimo empobrecido, oprimido, humillado y ofendido.
Esa forma de espiritualidad insolidaria es escandalosamente cómoda, tranquiliza, inmoviliza, nos deja pasivos, no nos interpela ante las realidades vergonzantes de la pobreza en el mundo, nos hace insolidarios y buscadores de gozos y satisfacciones personales que nos adormecen. Conocemos mucho sobre doctrina, sobre normas y reglamentos eclesiales, sobre el ritual, sobre obligaciones de todo tipo: leer la Biblia, orar, reunirnos y toda una ética de cumplimientos para sentirnos satisfechos de nuestra vida espiritual, pero, pensando en que ya lo hemos conseguido todo, cuando creemos estar ya en el final de un camino recorrido, quizás lo que pasa es que lo hemos perdido.
Muchas veces nos quedamos en un ser estático e insolidario, de espaldas al dolor de los pobres y sufrientes del mundo, preñado de doctrinas de todo tipo, pero doctrinas incapaces de posicionarnos en el mundo, de hacernos tomar postura ante la situación del prójimo, de convertirnos en agentes de liberación que llevan los valores del Reino a los más débiles y tirados a los lados del camino de la vida… un cristianismo cómodo y estático, un cristianismo insolidario y falto de compromiso.
Somos cristianos, pero no nos interesa el elemento transformador que se debe dar por este hecho de poder pasear con nuestras vidas a Jesús por el mundo. No nos importa qué es lo que ocurre en nuestra historia presente, en nuestro aquí y ahora por el hecho de que existan cristianos que dicen asumir los valores dignificadores y de justicia del Reino. No nos preocupa qué cambios y transformaciones se deberían dar en nuestra historia por el hecho de caminar por el mundo como personas que siguen a Jesús, sus compromisos y sus valores. De tanto mirar al cielo se nos ha nublado la visión de lo que ocurre en la tierra. Pareciera como que la fe en Jesucristo no tiene nada más que consecuencias individuales y promesas de salvación en las que yo puedo gozarme de espaldas al dolor de tantos hombres, de los despojados de la historia.
Con la irrupción de Jesús en nuestra historia hay cambios, hay trasformaciones, hay nuevos compromisos, hay liberación en nuestro aquí y nuestro ahora, suceden cosas, hay solidaridades, se rescata a los últimos, se cuida de los olvidados, de los pobres, de los hambrientos, de los injustamente tratados, de los marginados y desclasados, de los tildados de pecadores e ignorantes, de los pobres y quebrantados. Hay dignificación para los desposeídos incluso de su propia dignidad.
¿Es que ha perdido el cristianismo esa fuerza?
¿Qué ha pasado para que nuestro posicionamiento ante las problemáticas del mundo sea casi nulo? ¿Por qué no nos ayuda hoy la iglesia y la teología a tomar partido por los débiles, a ser solidarios, a ser buenos prójimos? ¿Por qué hoy ya nadie nos pregunta que dónde está nuestro hermano o qué hemos hecho con él? ¿Por qué aceptamos pasivamente las injusticias del mundo y pasamos de largo ante el grito de dolor de más de media humanidad mientras intentamos gozarnos con un ritual vacío y que no nos posiciona ante las problemáticas del mundo? ¿Qué ha ocurrido con el pensamiento bíblico que no sólo nos debe situar en el ser inactivo, sino en una fuerza dinámica, temporal, histórica y transformadora del mundo? ¿Qué ha pasado con toda es praxis tan concreta y tan clara de que nos habla la Biblia en relación con el prójimo?
Los valores del Reino no sólo nos enseñan lo que Jesús es, no sólo transmiten doctrina, sino que son una fuerza enorme para poner en práctica, una energía que nos hace situarnos en el mundo y tomar posturas comprometidas a favor del prójimo apaleado. Ser cristiano no es sólo tomar postura ante las realidades celestiales, no es adoptar en el mundo formas piadosas, no consiste en prácticas de rituales… porque el auténtico ritual está en tomar postura ante el prójimo sufriente, ante los pobres de la tierra. Leed los profetas, reflexionad sobre el capítulo 58 de Isaías, seguid el modelo de Jesús como el último de los profetas.
El cristiano no está llamado a anclarse en lo espiritual, lo eclesial, lo ascético, lo piadoso, sino también, buscando la vivencia de un cristianismo integral, anclarse también en el mundo, comprometerse con aquellas situaciones en las que ve a su prójimo sufrir injusticias, humillaciones, despojos, empobrecimientos inhumanos… Y desde este posicionamiento y toma de postura a favor del prójimo, ser portadores de esperanza, de ayuda práctica, de una fe que actúa a través del amor como condición necesaria de esta fe para no morirse y dejar de ser. Tomemos postura, siguiendo las líneas y estilos de vida de Jesús, para poder ser un bálsamo liberador de tantas personas apresadas por ese escándalo vergonzante que es la pobreza en el mundo.
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