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Sobre la Palabra de Dios (2)

Dios irrumpió en la historia del pueblo formado y escogido por él, revelándose a la humanidad, respecto de sí mismo y de su obra salvífica por medio de su Hijo Jesucristo.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 10 DE JULIO DE 2024 12:19 h
Imagen de [link]Thays Orrico[/link] en Unsplash.

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He.4.12-13)



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Comenzábamos nuestro anterior escrito con la pregunta ¿A qué “palabra de Dios” se refiere el texto leído mencionado más arriba? Y concluimos que, además de referirse a la palabra que Dios el Padre dio a través “del Hijo” (He.1.2) el texto se refiere también a las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento. Nuestra argumentación, estuvo basada y sostenida en el testimonio del mismo Señor Jesucristo (J.5.39; Mt.4.4-6); pero también en el de los apóstoles Pablo y Pedro (2ªTi.3.15-17; 2ªP.1.21).



En esta segunda consideración (y las siguientes) vamos a abundar más en la idea expresada más arriba, ya que el contexto no permite pensar otra cosa.



Es interesante notar que cuando leemos estos capítulos, generalmente no solemos reparar en la importancia que tienen las citas que el autor usa. Leemos lo que dicen pero no reparamos en quién lo dice y a quién lo dice.



Nos referimos, evidentemente, a que las citas que el autor de la epístola a los Hebreos usa del Antiguo Testamento, son parte de un diálogo entre Dios el Padre y su Hijo, o el Padre hablando del Hijo o en alguna otra, el Hijo hablando al Padre; o simplemente, es una declaración del escritor inspirado respecto de Dios el Padre o de su Hijo. Por ejemplo, sólo en el capítulo 1, tenemos tres referencias a las declaraciones que hace el Padre al Hijo; una declaración del autor inspirado, respecto del Hijo; otra cuando Dios da una orden a los ángeles respecto de su adoración al Hijo; luego  en el capítulo 7 Dios hace una declaración respecto del Hijo. Veamos:




  1. “Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy…” (He.1.5)

  2. “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo…” (v.8)

  3. “Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos.” (v.10)

  4. “Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: ‘Siéntate a  mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?” (v.13)

  5.  “Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”.

  6. “Por lo cual, entrando en el mundo dice: ‘Sacrificio y ofrenda no quisiste; más me preparaste cuerpo. Holocausto y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito  de mí’.” (He.10.5-9)

  7.  “Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: ‘Adórenle todos los ángeles de Dios’.” (He.1.6).



Ahora, lo sorprendente de estas citas recogidas de las Escrituras del Antiguo Testamento, y cuyas palabras son atribuidas al Padre, al Hijo y/o al autor inspirado es que los que hablaron y/o escribieron en el pasado, fueron hombres. Esto nos habla de lo que siempre se ha dicho acerca de la doble autoría de la Biblia: Por una parte tiene por autor a Dios y por otra a hombres de carne y hueso. Dicho de otra manera: Dios irrumpió en la historia del pueblo formado y escogido por él, revelándose a hombres, respecto de sí mismo y de su obra salvífica por medio de su Hijo Jesucristo.



En este sentido, si vemos las referencias citadas en relación con el lugar donde aparecen, veremos que el que habla/escribe, mayormente es el rey David. Pero ni siquiera él –o los otros escritores- eran del todo conscientes acerca de la revelación que estaban recibiendo de parte de Dios cuando profetizaban. Bien dijo el apóstol Pedro, que aunque ellos “profetizaron de esta gracia destinada a vosotros –e- inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación…”  no alcanzaron a saber  acerca de la persona de Jesucristo y del tiempo en el cual había de manifestarse. Por eso el apóstol Pedro añade:



“A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros administraban las cosas que ahora os son anunciadas  por los que  os han predicado  el evangelio por el Espíritu Santo envidado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1ªP.1.10-12).



Hay demasiado implicado aquí. Pero deben cobrar especial importancia para nosotros dos cosas.



1.- La primera es la naturaleza del ministerio de aquellos profetas antiguos que, en el decir del apóstol Pedro, “administraban esta gracia”. Ellos no pudieron entender gran parte de la revelación que recibieron de parte de Dios; pero ellos sí eran conscientes de que Dios les hablaba y les revelaba sus propósitos. Los “así dice Yahwé” que continuamente aparecen en las páginas del Antiguo Testamento, deberían convencernos de la realidad de lo que dice el autor de la carta a los Hebreos, en 1.1: “Dios habló muchas veces y de muchas maneras, en otro tiempo a los padres por los profetas…”



Esa consciencia que ellos tenían de ser usados por Dios, no era el resultado de sus especulaciones (que tanto abundan hoy) ni de los sueños de los falsos profetas (que también abundan hoy)  cuando decían: “Soñé, soñé…” (Jer.23.25), sino de un trato directo de parte de Dios; a veces muy dramático en la experiencia de sus siervos (Is.6.1-8; Jer.1; Ezq.2-3); y en no pocas  ocasiones tenían que decir y hacer cosas harto desagradables para ellos, poniendo en riesgo sus propias vidas, cuando tenían que denunciar las injusticias y perversiones del pueblo de Dios.



Dicha consciencia de la realidad de la presencia del Espíritu de Dios hablando a través de ellos, la expresó bien el rey David al final de sus días, cuando de forma clarísima hizo referencia a cómo el Señor lo usó para decir o escribir cosas que, anticipadamente, hablaban “de esta gracia destinada a vosotros…” (1ªP.1.12). El rey David dijo:



“Estas son las palabras postreras de David. Dijo David hijo de Isaí, dijo aquel varón que fue levantado en alto; el ungido del Dios de Jacob, el dulce cantor de Israel: El Espíritu de Yahwé ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi boca. El Dios de Israel ha dicho, me habló la Roca de Israel…” (2ªSm.23.1.6. -Énfasis mío-)



El apóstol Pedro, como buen judío instruido lo suficiente en la ley y los profetas, y mucho más por medio del Mesías, sabía esta realidad y definió a David como “profeta” cuando éste tuvo una visión anticipada de la resurrección de Jesucristo: 



“Pero –David- siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo…” (Hech.2.25-28 con Sal. 16)



 Es así como se confirma que aquellos profetas, no hablaron por su propia cuenta, “sino que los santos hombres de Dios, hablaron siendo impulsados/llevados por el Espíritu Santo” (2ªP.1.20.21). 



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2.- La segunda cuestión que tenemos que tener en cuenta, es la referencia a que dichos profetas “administraban esta gracia destinada a vosotros”. El Apóstol  Pedro con estas palabras está reconociendo que los encargados de la administración de las revelaciones que Dios iba dando (las comprendieran o no) eran los autorizados para recopilarlas y registrarlas en lo que conocemos como las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento.



Lo dicho es confirmado por el apóstol Pablo cuando escribió en su carta a los Romanos, sobre el privilegio que tenían los judíos respecto de otros pueblos. Porque si bien “Dios no hace acepción de personas” en relación con la salvación (Ro.2.11), sí formó y eligió al pueblo de Israel -entre otros cometidos- para que fuese depositario y administrador de la palabra de Dios (Ro.3.1-2). Verdad esta que fue confirmada por el Señor Jesús cuando, en su conversación con la mujer samaritana, le dijo que “la salvación viene de los judíos”, con todo cuanto eso suponía y supone. (J.4.22)



 



El testimonio del Señor Jesús



De esa última verdad declarada por el Señor Jesús se desprende que  él hiciera uso de las Escrituras del Antiguo Testamento continuamente. De igual manera, sus discípulos también siguieron su ejemplo reconociéndolas como palabra de Dios. Ya señalamos que el Señor Jesús no solamente afirmó que el tema principal/central de las Sagradas Escrituras era –y es- él mismo (J.5.39). Pero además, su apelación a ellas le sirvió en su lucha contra el diablo cuando fue tentado por él en el desierto. Él apeló a las Escrituras como palabra de Dios, diciendo por tres veces: “Escrito está…” (Mt. 4.1-11).



Pero Jesús no era un hombre cualquiera; él era el Verbo encarnado. Y siendo quien era, estaba comprometido con su propia Palabra que se había dado a través de los profetas antiguos, como fue el caso de Moisés. Por eso echó mano de las Escrituras del A. Testamento en cada ocasión que fue necesario. Y al hacerlo, él estaba identificándose con ellas como esa “palabra que sale de la boca de Dios”. Así confirmó el Señor tanto su origen como su naturaleza. Dios  no puede desdecirse de lo que él ha dicho a lo largo de los siglos. Esa palabra fue reconocida, respetada y obedecida por Jesús, dándonos ejemplo a nosotros para que hagamos lo mismo. Otra cosa es cómo la usamos. Pero  Jesús no lo hubiera hecho así si las Escrituras no hubieran tenido el valor que él mismo les dio. Al hacerlo, él no estaba cayendo en la “bibliolatría”, ni estaba “limitando a Dios” ni tampoco estaba “encerrando a Dios” en “el libro” del A. Testamento. Sencillamente, Jesús estaba siendo consecuente con la Palabra dada reconociéndola, interpretándola y obedeciéndola en todo lo que le concernía (Ver, Mt.5.17-18).



Por otra parte, en las controversias de Jesús con los líderes religiosos, su apelación a las Escrituras daba por concluido todo debate levantado por aquellos con la finalidad de sorprender en alguna falta al Señor. Sin embargo, era a través de las Escrituras que Jesús los enfrentaba y les señalaba su  ignorancia –fatal-  de las Sagradas Escrituras. (Mt.22.23-33).



Vamos concluyendo esta segunda parte, con una referencia de Jesús a las Sagradas Escrituras, igualmente, en su enfrentamiento con los religiosos. Parte que también fue usada por el autor de la epístola a los Hebreos:



“Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién era hijo? Le dijeron: De David. Él les dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo? Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle nada”  (Mt.22.41-46)



Notemos que en el pasaje citado por el Señor, él mismo reconoce tres cosas que a veces pasan desapercibidas: 



En primer lugar, reconoce que David habló “en el Espíritu”, lo cual nos habla del carácter inspirado (impulsado/llevado) por el Espíritu Santo del rey David, tanto para hablar como para escribir, tal y cómo hemos visto ya.



En segundo lugar, también reconoce la doble autoría de la Escritura: Por una parte, humana: David fue el escritor del salmo 110; pero por otra, divina, dado que es Dios el Padre el que habla con el Hijo. Tal conversación la conocemos por la intervención de Dios en la historia humana dentro del marco de la historia del pueblo de Israel. Eso en el lenguaje teológico, lo definimos como revelación. Pero a la vez, decimos que dicha revelación no nos hubiera llegado, si no hubiera sido registrada en las Sagradas Escrituras.



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En tercer lugar, Jesús nos da ejemplo como en tantas otras ocasiones, al citar las Sagradas Escrituras del A. Testamento como revelación de Dios (Lc.24.27,44-45). Dicho ejemplo también lo siguieron los apóstoles y el autor de la epístola a los Hebreos, dado que éste también hizo uso de las mismas Escrituras que Jesús. (He.1.13).



Entonces, si decimos que Jesús es nuestro punto de referencia máximo a la hora de interpretar las Escrituras, sean del Antiguo Testamento como del Nuevo, no deberíamos desestimar su testimonio tan ligeramente, como algunos suelen hacer hoy día. Mejor es hacerlo como Jesús, que no dudó en calificar a esas Escrituras como “palabra que sale de la boca de Dios”. Ejemplo que siguió el mismo autor de la epístola a los Hebreos al calificar dichas Escrituras  como  “Palabra de Dios, viva y eficaz y más cortante que toda espada de dos filos…” (Hb.4.12).


 

 


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COMENTARIOS

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Alfredo
11/07/2024
08:46 h
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Estimado Ángel, sabemos que el diablo también apeló a las Escrituras (Mt.4:6) de la misma manera como cuando se malinterpreta Hb.4:12 confundiendo a una persona ( la Palabra, el Logos) con un libro que sagrado e infalible, citado literal e integralmente, siempre está sometido a falibles malentendidos que conducen a peligrosas eiségesis (2Pe.3:16) que los soberbios humanos consideramos exégesis cuando proceden de nuestra idolatrada opinión.
 



 
 
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