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Sobre la Palabra de Dios (1)

Todo cuanto Dios ha hablado por medio su Hijo, no se conocería si no fuera porque quedó registrado en las Escrituras del Nuevo Testamento.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 03 DE JULIO DE 2024 12:06 h
Imagen de [link]Duncan Kidd[/link] en Unsplash.

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He.4.12-13)



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Este es uno de mis versículos favoritos, entre muchos, relacionados con las Escrituras. Lo primero que se me ocurre preguntar es ¿A qué “palabra de Dios” se refiere el texto leído?



Algunos responderían: “Al Verbo encarnado, el Señor Jesús; la Palabra de Dios, es una Persona, no un libro”.



Seguramente lo has escuchado o leído alguna vez. Sin duda, esa afirmación es cierta. Estamos diciendo la verdad cuando decimos que el Hijo de Dios, el Verbo, es la Palabra de Dios y que también se nos presenta como una persona. (J.1.1, 14). Sin embargo, aunque eso es verdad, todavía me atrevo a preguntar si es toda la verdad con respecto al texto citado. Es para pensarlo un poco más y sacar las conclusiones más acertadas. Nada más.



Entonces, después de considerarlo, mi conclusión es que en este contexto se está refiriendo, primero, al Hijo por medio del cual Dios “ha hablado en estos postreros tiempos” (He.1.2). Pero en segundo lugar se refiere a las Sagradas Escrituras. La razón es muy sencilla: todo cuanto Dios quiso que conociéramos respecto de sí mismo y de nosotros, fue dado a conocer a los antiguos, en diferentes ocasiones. Lo cual nos indica que la Revelación no fue dada de una vez, sino poco a poco.  Pero también se nos muestra que dicha revelación fue dada en distintas formas (visiones, teofanías, voz audible, milagros, sueños, etc.); y toda esa revelación dada a través de los siglos quedó registrada en las Escrituras, hasta que fue completada por medio del Hijo de Dios. El texto dice: “En estos postreros días nos ha hablado (Dios) por el Hijo” (He.1.1-2). Luego, todo cuanto Dios ha hablado por medio su Hijo, no se conocería si no fuera porque quedó registrado en las Escrituras del Nuevo Pacto/Testamento.



Así que hemos de subrayar que tanto lo dicho por los profetas antiguos como por “el Hijo” quedó registrado en las Sagradas Escrituras, sin las cuales no sabríamos nada de Dios, de nosotros mismos, de nuestro origen, nuestra razón de ser y nuestro destino. 



Ahora bien, tampoco hemos de olvidar que en esta carta a los Hebreos, se cita de manera abundante del A. Testamento (en la versión griega  de la Septuaginta -los LXX- que, para el caso da igual si el autor hubiera usado el texto hebreo). Basta leer los tres capítulos primeros. A través de dichas citas, el autor de la carta muestra que el Hijo de Dios, Jesucristo, es superior a todo lo anterior que había sido revelado e instituido por Dios mismo. Así, el Hijo se nos presenta como superior a los ángeles, a Moisés, a Josué, al sacerdocio antiguo e incluso, “el nuevo pacto” que Él nos trajo es superior al antiguo pacto en todo.



Por tanto, de la carta a los Hebreos aprendemos que todo lo anterior “al Hijo”, anunciaba, enseñaba y apuntaba a Jesucristo. Fue el mismo Jesús quien dijo: “Abrahán vuestro padre se gozo de que había de ver mi día y lo vio, y se gozó” (J.8.56); mientras que también dijo: “Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él” (J.5.46). Y en ambos casos, Jesús se refería a lo que conocemos como el Pentateuco.



Pero basta con leer de corrido cada capítulo de esta carta “a los Hebreos”. ¡Imposible sacar otra impresión que no sea esa! ¿Y con qué autoridad habla el autor de Hebreos, -quien quiera que haya sido- para decir lo que dijo basándose en las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento? La razón es que  había un consenso en toda la comunidad judía y cristiana de que los judíos, desde el principio, habían sido los depositarios de los “oráculos divinos”? (Ro.1.3). Testimonio confirmado por el mismo Señor Jesucristo, cuando dijo: “Porque la salvación viene de los judíos” (J.4.22). Y todo lo relativo a “la salvación” estaba recogido y anunciado de antemano en las Sagradas Escrituras.



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Pero además, esto nos lleva a recordar las palabras del mismo Señor Jesucristo, quién determinó cuál era el tema principal de las Escrituras. Él mismo dijo:



“Escudriñáis las Escrituras porque a vosotros os parece que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí  (J.4.22. Ver también, Lc.24.27,45 –el énfasis es mío-) 



Entonces, aunque todavía hemos de abordar el contexto más inmediato del texto mencionado al principio, uno no puede sacar otra conclusión que ésta: Que el autor de la epístola a los Hebreos, se está refiriendo a aquella palabra que, en el decir de Jesucristo “sale –salió- de la boca de Dios” y quedó registrada en las Escrituras. No en vano a la hora de enfrentarse Jesús con el Diablo en sus tentaciones, por tres veces, dijo: Escrito está Satanás…” refiriéndose a esa parte de las Escrituras que conocemos como el Pentateuco, la Ley de Moisés (Mat.4.4-9).



Pero en todo caso, unas Escrituras que pueden proporcionar el conocimiento de la salvación por el medio que Dios ha elegido, es decir su Hijo Jesucristo (2ªTi.3.15) no son unas “escrituras” cualesquiera, sino unas que como dijo el apóstol Pablo, “son inspiradas por Dios”; es decir, llevan el “aliento divino” garantizando, por una parte, su fidelidad al mensaje dado por Dios y, por otra, para cumplir el propósito por el cual fueron dadas las Escrituras. La Revelación de Dios no podía quedar en “el aire” ya que gran parte de la misma se hubiera difuminado y finalmente, perdido. Era necesario, pues, que dicha Revelación fuese registrada en “las Escrituras”. (2ªTi.3.15-17) Y si son “Sagradas”, es porque Dios intervino tanto en la historia del pueblo de Israel como en relación con los portavoces divinos que recibían la palabra de Dios. Así es: “los santos hombres de Dios hablaron (o escribieron) siendo impulsados –movidos/llevados- por el Espíritu Santo” (2ªP.2.20-21)



Entonces, hay un sentido en el cual podemos decir sin temor a equivocarnos, que las Sagradas Escrituras pueden ser reconocidas –como siempre ha sido así-  como “la Palabra de Dios”. Algo que a muchos no les gusta oír, sencillamente porque no lo creen. Lógicamente, tendrán sus razones que no compartimos. Pero de momento, valga este adelanto, antes de abordar el contexto de los dos versículos que encabezan esta exposición.



Sólo añadir algo más, antes de terminar esta primera parte, y es que el que escribe conoció al Señor a través de las Escrituras; y el que me habló a mí del Señor, igual. Los que hablamos del evangelio a otros, solo somos portadores del mensaje; pero el mensaje es lo que Dios nos ha dejado de su Palabra y fijado en las Escrituras, para que pudiéramos conocer el camino de la salvación y el cómo debemos andar en nuestra vida. Sin esa Palabra/Escrituras, no hay mensaje y  no habría salvación. Habría otra cosa, que es lo que vemos en muchas personas y pueblos enteros, que no conocen el mensaje del evangelio. Pero también hemos de verlo como el cumplimiento de la oración que Jesús hizo al Padre, antes de morir:



“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí, por la palabra de ellos” (J.17.20)



Y eso, hasta el día de hoy. No idolatramos la Biblia por el hecho de reconocerla como Palabra de Dios para nosotros; pero sí reconocemos y respetamos su mensaje, por cuanto es Palabra de Dios. Y además, ponemos todo nuestro empeño en conocerlo cada vez más; y nos esforzamos, con la gracia de Dios para obedecerlo. Unas veces estaremos más acertados y otras, menos; pero que nadie nos venga con eso de que “Dios es más grande que la Biblia”, como si no lo supiéramos. Que nadie nos diga: “Habéis encerrado a Dios en la Biblia”. Eso es tan disparatado, que nadie que tenga dos dedos de frente, ni siquiera lo ha intentado hacer. Dios es siempre más grande que aquella parte que Él nos ha dado a conocer de sí mismo. Pero no por ser Dios “más grande” hemos de subestimar o menospreciar la parte que Él nos ha dado a conocer. Fue el Señor Jesús el que les dijo a aquellos religiosos que le rechazaron:



“El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (J.12.48)



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¡Claro que el Señor Jesús será el juez de todos los hombres! Pero el elemento que determinará la salvación y la condenación eternas será su palabra. Ahora podemos preguntarnos ¿qué hubiera sido de “su palabra” si no hubiera quedado registrada como Sagrada Escritura,  para todos los creyentes de todos los tiempos?



Continuaremos.


 

 


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COMENTARIOS

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Alfredo
04/07/2024
11:03 h
1
 
Es una evidencia que los primeros cristianos escucharon y transmitieron la Palabra de Dios de forma oral. El índice de libros que componen la Escritura no está escrito en la Biblia. Ningún lugar de la Biblia reduce la Palabra de Dios solo a la Escritura sino también a la Iglesia, su predicación y enseñanza que armoniza con la Escritura , pero "solo Escritura" siempre armoniza con la sola interpretación del lector que se auto-erige en magisterio.
 



 
 
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