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Jesucristo, ¿un caballero?

Engreídos en su prosperidad, la iglesia de Laodicea le había cerrado la puerta al mismo Señor.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 03 DE JULIO DE 2024 10:30 h
Imagen de [link]Peter Herrman[/link] en Unsplash.

En nuestro recorrido por la Biblia, con el fin de aclarar algunos malentendidos, hoy abordamos dos errores particularmente comunes en nuestros círculos. Ambos se encuentran en el mismo capítulo, e incluso en la misma carta, escrita por nuestro Señor Jesucristo.



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¿Una carta escrita por Jesucristo? Tal vez podríamos considerar este hecho como otro error frecuente, ya que a menudo aparecen artículos o sermones que insisten en que Jesucristo nunca escribió ningún libro ni carta. A quienes repiten este error les planteo una simple pregunta: ¿quién es entonces el autor de las siete cartas dirigidas a las iglesias en Asia Menor, que encontramos en Apocalipsis 2 y 3?



Pero volviendo al tema: en innumerables sermones sobre la séptima carta, la que nuestro Señor dirige a la iglesia de Laodicea, se cometen dos errores recurrentes. Comencemos con el más conocido y popular, especialmente entre quienes predican en campañas evangelísticas.



Por cortesía y respeto, no mencionaré a nadie ni citaré ejemplos. Tampoco es mi intención desacreditar a nadie. Sé por experiencia propia lo que es cometer torpezas exegéticas.



El uso indebido de Apocalipsis 3:20 está muy extendido. ¿Cuántas veces hemos escuchado en una campaña evangelística o al final de un sermón algo similar a esto?



“Ahora tú mismo vas a tomar la decisión. Jesucristo está esperando a la puerta de tu corazón. Y te está llamando. Tú escuchas cómo él está tocando a la puerta en este mismo momento. De ti depende abrir esa puerta. Jesucristo no va a entrar, si tú no lo dejas. Él es un caballero que no fuerza ninguna puerta”.



Estoy seguro de que nos resulta familiar. Es cierto, la escena se presta a primera vista como una lección visual de la primera fase de una conversión, al menos según la soteriología antropocéntrica que se ha popularizado en la actualidad.



Pero no es menos evidente que estamos ante un error garrafal, un versículo bíblico completamente sacado de contexto y una teología, como mínimo, dudosa. Lo más trágico es que algunos hacen este tipo de exégesis deficiente y equivocada con las mejores intenciones. Sin embargo, faltar a la verdad para la gloria de Dios nunca es una buena idea, tampoco en este caso.



En Apocalipsis 3:20, Jesús no está tocando suavemente a la puerta del corazón de un individuo no convertido para que tenga un encuentro con su Salvador. La realidad y el contexto son completamente diferentes. En primer lugar, la carta está dirigida a una iglesia cristiana, no a un individuo. En segundo lugar, el contexto no tiene nada que ver con la salvación de una persona incrédula, sino con la falta de comunión de un creyente con Jesucristo mismo.



Tal vez las implicaciones teológicas escalofriantes son la causa por la que un ejército de predicadores y evangelistas se resisten a leer y predicar el texto correctamente. Porque Jesucristo no pide ser admitido en el corazón de un pecador, sino en el culto de una iglesia.



Aparte de mi sospecha de que más de una iglesia protestante le negaría la membresía al Señor por ser molesto, fundamentalista, inconformista y políticamente incorrecto, la escena que Cristo describe en su carta tiene algo de surrealista: la idea de que Jesús podría estar fuera de la iglesia, pidiendo paso.



Pero es exactamente lo que el Mesías describe en sus propias palabras. La iglesia de Laodicea le había cerrado la puerta; estaban engreídos en su prosperidad y contentos con la manera como iban las cosas. Celebraban sus cultos, cantaban sus himnos y leían las Sagradas Escrituras. Pero Jesucristo no se encontraba en medio de ellos. Obviamente, a los creyentes de Laodicea se les había olvidado reunirse en su nombre. Se reunieron, pero sin Él. El Señor faltaba, pero por lo visto, la iglesia no lo echaba de menos. Un culto sin Cristo se convierte en un funeral, en un culto recordatorio de una persona que ya no está.



Además, no hay que olvidar una cosa: Cristo habla aquí como Soberano, Creador, Testigo y Él que tiene la última palabra. No aparece como mendigo y pedigüeño, a merced de nuestra soberbia y egolatría.



Aun así, Cristo extiende a la iglesia inútil de Laodicea la mano de la reconciliación. Una renovación de la comunión con Él es posible. Esta comunión se simboliza en la Santa Cena. De esto está hablando Cristo. El arrepentimiento es necesario, pero en este caso no de alguien que no conoce a Cristo, sino de toda una congregación que ha perdido la comunión con Él.



 



¿Frío, caliente o tibio?



Pero este no es el único uso incorrecto que se hace del contenido de esta carta de Jesucristo a la iglesia en Laodicea. Al inicio de su escrito, el Señor compara a la iglesia con agua tibia. La expresión que usa en este contexto es bastante drástica y demuestra una cosa: Jesús no es tan “caballero” como algunos predicadores sugieren. Esto se ve en la amenaza a los creyentes en Laodicea con las palabras: “Pero cuanto eres tibio, te vomitaré[1] de mi boca[2]”. No es un comportamiento muy caballeresco que digamos.



De nuevo: ¿cuántas veces no hemos escuchado o leído afirmaciones como la siguiente?:



“No hay cosa peor que un cristiano tibio. Es alguien que ha perdido la pasión y el fuego del primer amor y que se ha enfriado en su fe. Hasta una persona que está completamente fría en cuanto a la fe cristiana - como por ejemplo un ateo o un agnóstico - es preferible a una persona que se queda a medias”.



Nos hemos acostumbrado tanto a este tipo de argumentos que apenas los cuestionamos. Pero como ocurre tantas veces: no por repetir un error por enésima vez, se convierte en verdad.



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Necesitamos entender los versículos 15 y 16 desde su contexto, en este caso geográfico, para entenderlo correctamente.



Laodicea era la ciudad más próspera de la región. La ciudad estaba situada entre dos urbes importantes: Colosas y Hierápolis. Colosas estaba situada en un valle estrecho al pie de un sistema montañoso importante. De esas montañas bajaban riachuelos con aguas gélidas que servían para refrescar a la gente que llegaba a la ciudad cansada y agobiada por un largo viaje.



Hierápolis, a su vez, era famosa por sus fuentes calientes. Una vez surgidas a la superficie, mucha gente se daba un baño y se les atribuía a las aguas de la ciudad efectos benéficos y curativos. Desde Hierápolis, las aguas se dirigían hacia Laodicea, pero cuando llegaban finalmente allí, eran tibias y malolientes.



Es decir: en Colosas uno podía refrescarse con las aguas frías de las montañas y en Hierápolis tomar un baño caliente. Así lo hacen miles de turistas hasta el día de hoy en Pamukkale (Turquía), la antigua Hierápolis.



Sin embargo, las aguas de Laodicea daban asco.



Por lo tanto, la acusación que Jesucristo hace contra Laodicea se entiende por las características de sus aguas en comparación con las dos ciudades hermanas vecinas, Colosas e Hierápolis. El mensaje era: la iglesia en Laodicea no sirve para nada. No tiene poder para curar ni para refrescar almas sedientas. Por lo tanto, las palabras de Jesucristo no tienen nada que ver con la “temperatura espiritual” de sus miembros, como tantas veces se ha dicho, sino que quieren decir simplemente que la iglesia de Laodicea es inútil e inservible.



Esto explica la frase “ojalá fueses frío o caliente”. Cristo no dice que una clara negación del evangelio es preferible a un cristianismo tibio. No dice que un ateo coherente es preferible a un cristiano que anda por un camino equivocado. El ateo sigue yendo camino al infierno, mientras que el cristiano, aunque equivocado en algunas cosas, sigue salvo.



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Volviendo al tema de este artículo: la idea de Jesús como caballero poco tiene que ver con la realidad que nos describen los evangelios y el libro de Apocalipsis. Pero si la expresión tiene su origen en la palabra latina “caballarius” (“el que monta en caballo”), como algunos lingüistas sugieren, entonces por lo menos coincide con la imagen de Jesús montando en caballo (Apocalipsis 19). Sin embargo, en este caso, Jesucristo no pide paso amablemente, sino que conquista sin pedir permiso.



 



Notas



[1] El verbo "escupir" (G k. emeō, ἐμέω) significa vomitar o arrojar. Sólo aparece aquí en el NT (pero véase también LXX Isa 19:14). El vómito era a menudo el resultado de consumir demasiado alcohol o agua en mal estado.



[2] Parker, “The Social and Geographical World of Laodicea,” Lexham Geographic Commentary on Acts Through Revelation, p. 693


 

 


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