Las ideas religiosas de Shakespeare, sus convicciones espirituales, su fe en el más allá forman en conjunto un tema que la mayoría de sus biógrafos eluden.
Dicen los historiadores que dos monstruos de la literatura, Cervantes y Shakespeare, murieron el mismo día, el 22 de abril de 1616; uno en España, otro en Inglaterra. Sobre Cervantes acabo de escribir dos artículos en Protestante Digital. Hoy me ocupo de Shakespeare.
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El periodista y novelista Luis Astrana Marín, estudioso y traductor de las obras de Shakespeare, dice de él: “Shakespeare no es, como creen algunos, el autor salvaje, grosero y truculento; el lírico instintivo, inocente y medio insensato que imaginaron Voltaire y Moratín, sino el más prudente, más sabio, el más consciente y el más armonioso de los poetas. Tan sobrehumano que sólo puede compararse con él el de un español: He nombrado a Miguel de Cervantes Saavedra”.
Las ideas religiosas de Shakespeare, sus convicciones espirituales, su fe en el más allá forman en conjunto un tema que la mayoría de sus biógrafos eluden, sin dar explicaciones del por qué de tal silencio. Una cosa es segura. Según mis estudios en sus obras completas, Shakespeare conocía bien la Biblia.
En el segundo acto de Medida por Medida, Isabel exclama: “¡Ay! Todas las almas que han existido fueron condenadas en otro tiempo, y Dios, que había podido decretar su perdición, encontró para ellas un remedio, según testimonio de los Evangelios”.
En el quinto acto de Ricardo II, escena V, Shakespeare cita el texto de Mateo 19:24. Los que se relacionan con las cosas divinas, están mezclados de escrúpulos y suscitan antagonismos con las entonadas palabras, como por ejemplo: “Es más difícil entrar un rico en el reino de los cielos que pasar un camello por el ojo de una aguja”.
Shakespeare se inspira en el Eclesiastés de Salomón y en el Salmo 90, atribuido a Moisés, para escribir sobre la brevedad y vanidad de la vida en la tierra a la luz de la eternidad. Dice: “El mañana y el mañana y el mañana avanzan en pequeños pasos, de día en día, hasta la última sílaba del tiempo recordable; y todos nuestros ayeres han alumbrado a los locos el camino hacia el polvo de la muerte. ¡Extínguete, extínguete fugaz antorcha! ¡La vida no es más que una sombra (Job) que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más; un cuento narrado por un idiota con gran aparato y que nada significa!”. (Macbeth, acto V, escena V).
Apuntando al capítulo 5 en la segunda carta a los Corintios sobre la vida en el más allá, escribe Shakespeare: “Nuestra vida verdadera no está aquí, sino allá. Aquí sólo tenemos una corta existencia que debe servirnos como preparación para la vida eterna”. (El Rey Ricardo, acto V, escena II). En la misma escena se refiere a un texto del Apocalipsis. Escribe san Juan: “Se fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Comenta Shakespeare: “Necesitamos conquistar por nuestras existencias santas la corona de un nuevo mundo”.
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Un mundo cuya melodía angelical concierta con las voces de los querubines, “donde las almas inmortales tienen de ella una música así; pero hasta que cae esta envoltura de barro que les aprisiona groseramente entre sus muros, no podemos escucharla”. (El Mercador de Venecia, acto V, escena única). Shakespeare alude aquí a los querubines del Antiguo Testamento, seres espirituales que cantan la gloria de Dios.
En el acto II, escena III de Otelo, Shakespeare cita a Mateo 25:46. Dice: “Dios está por encima de todo; y hay almas que se salvarán y otras que no se salvarán”.
Una referencia clara al Salmo 50 la interpreta Shakespeare en este pasaje: “Los recursos que nos ofrece el Cielo deben aceptarse y no rechazarse. Cuando el Cielo quiere y nosotros no queremos lo que él quiere, rechazando el ofrecimiento del Cielo rehusamos los medios de socorro y reparación”. (El Rey Ricardo II, acto III, escena II).
En Ricardo III, acto I, escena IV, el autor apunta al corazón del Evangelio: “La preciosa sangre de Cristo derramada por nuestros graves pecados”.
El arma de Adán. En el acto V, escena I de Hamlet, dos clown discuten sobre el arma de Adán. Uno de ellos dice que Adán nunca fue armado. El otro responde: ¿Serás hereje? ¿Cómo entiendes tú la Sagrada Escritura, que dice: “Adán cavaba: ¿Cómo podía cavar sin ir armado de brazos?”.
La traición de Judas. En Ricardo II, acto III, escena II y acto IV, escena I, Shakespeare parece hablar en primera persona cuando se refiere a Judas. Dice que “Cristo, entre doce hombres, no encontró más que uno falso; yo, entre doce mil, no hayo uno fiel”.
En fin, en Ricardo III, acto I, escena III, Shakespeare cita casi literalmente Mateo 5:11 cuando escribe: “Conclusión virtuosa y cristiana es rogar por los que nos hacen mal”.
Las citas aportadas en este artículo son una demostración de que Shakespeare no solamente conocía la Biblia, sino que la aplicaba en su abundante obra. El filósofo T. S. Elliot, en su libro The weel of fire, publicado en Londres en 1949, dijo: “Las obras de Shakespeare son como un texto sagrado para esa multitud de fieles y de infieles que combaten al dramaturgo inglés; algo así como una Biblia”.
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