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El legalismo (II)

Lo que hemos de comprender en lo que definimos como legalismo es que en su esencia está equivocado.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 19 DE JUNIO DE 2024 07:53 h
Imagen de [link]Christopher Burns[/link], Unsplash.link], Unsplash.

Lo que hemos visto en el escrito anterior nos ayuda a entender el legalismo dentro de nuestro propio contexto como pueblo de Dios, buscando siempre la aplicación consecuente en nuestra vida y la vida de nuestras iglesias. 



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Ya hemos afirmado que el legalismo siempre se relaciona con la religiosidad que tanto condenó Jesús. Pero el legalismo tiene muchas caras y no siempre se presenta de la misma manera. Lo que hemos de comprender en lo que definimos como legalismo es que en su esencia está equivocado; sea que la persona legalista quiera alcanzar la salvación por sus propias obras, a través del cumplimiento de leyes, normas, etc., sea que pretenda alcanzar la santificación por esos mismos medios. Esas pretensiones dejan de lado, o en un segundo lugar, la obra perfecta hecha por Jesucristo en la cruz y el poder de su resurrección que la hace posible en todo creyente.



El origen del legalismo



El legalismo tal y como aparece en la Biblia tiene su base y raíz en el corazón corrupto del ser humano. Su origen ya se conoció con Caín. Él pensó que podía agradar a Dios presentando sus propias y particulares ofrendas que evidenciaban su propio orgullo. Esa era una falta de fe y de respeto a la manera que Dios había instituido y demandaba cumplir (Hb.11.4). El corazón de Caín era de la misma condición que el de su hermano Abel. Ambos eran hijos de Adán y Eva y habían heredado su naturaleza caída; pero la diferencia estaba en que Abel lo reconocía, y actuó en consecuencia. Caín, sin embargo, no solo no lo reconoció sino que se disgustó porque su ofrenda no había sido aceptada por Dios y como consecuencia, se enfadó y arremetió contra su hermano, matándole (Gé.4.1-10). Así ha sucedido siempre a lo largo de la historia religiosa. Por eso ese espíritu cainita se manifestó también en los legalistas religiosos del pueblo de Israel, llegando a matar a Jesús “por envidia” (Mr.15.10). Lo que hay detrás del legalismo es un espíritu de orgullo y de soberbia. Estos siempre conducen al religioso por sendas que contradicen el amor y la misericordia de Dios; y eso por mucho que el legalista se revista de religiosidad y aparezca como “justo”. Luego, el legalismo puede estar presente tanto en personas religiosas, no nacidas de nuevo, como en verdaderos creyentes que no han entendido la base de la relación con Dios y actúan de forma equivocada. 



El ejemplo de los creyentes de Galacia



Además de otros, tenemos dos ejemplos claros en el Nuevo Testamento. Uno es el de los creyentes de Galacia (“los gálatas”). Estos habían sido engañados (más bien, “hechizados” Gál.3.1) con el mensaje de aquellos judíos que se habían hecho cristianos y a los cuales se les conocía como “judaizantes”. Éstos decían que para ser salvos todos los no judíos tenían que circuncidarse “y guardar la ley de Moisés”. Asunto este que tuvo que aclararse en el primer concilio que tuvo lugar en Jerusalén. (Ver, Hechos, 15).



Lo cierto es que así iban desestabilizando la fe de los nuevos creyentes de las iglesias y a los cuales se les había enseñado que todo el sistema mosaico representado por la circuncisión, había quedado obsoleto (Ver, Gál. 5.2-3). Así que los creyentes de Galacia habían dejado de lado las verdaderas enseñanzas que habían recibido (Gál.1.6) y ahora tenían que sujetarse a las normas dietéticas, guardar las fiestas judaicas, etc. (Gál.4.9). El asunto era grave, pues si desechaban la forma establecida por Dios (al igual que Caín) acorde con el Nuevo Pacto en la persona de Jesucristo, suponía el “caer de la gracia” (Gál.5.4) habiéndola dejado de lado, para establecer su propia justicia (Ver, Ro.10.1-2). Todo lo cual, no solo no era válido sino que, como decíamos en la anterior exposición, dio lugar a un contexto comunitario de desasosiego, críticas, juicios y enemistades. Suele suceder siempre así, en ambientes donde los líderes son legalistas y así enseñan a los demás a ser como ellos. De ahí la observación y advertencia de Pablo: “Pero si os coméis y os mordéis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros” (Gál.5.15).



El caso de los creyentes de Colosas



Luego tenemos el caso de los creyentes de Colosas. Al parecer aquí tenemos una mezcla de judaísmo con parte de gnosticismo. Y como siempre suele pasar, el engaño de los falsos maestros consiste en atacar contra algunas de la enseñanzas esenciales del cristianismo. En este caso, contra la divinidad del Señor Jesús, al punto de que pretendían hacer creer a los creyentes que a ellos les faltaba algo; que no estaban “completos” y que necesitaban “comprender” y “hacer algo más” que hasta ese momento no habían comprendido ni hecho. De esa enseñanza se derivaba toda una serie de prácticas relacionadas con el ascetismo (tan practicado a lo largo de la historia de la Iglesia). Pablo los describe así: “Pues si habéis muerto con Cristo… ¿Por qué como si vivieseis en el mundo os sometéis a preceptos tales como: No manejes, no gustes, ni aun toques, en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres?” (Col.2.20-23) ¡Y cuánto de esto se ha dado también dentro de las iglesias evangélicas! Sí, ¡y no solo dentro de la Iglesia Católica a lo largo de los siglos! 



Pero la respuesta a toda esas falsas enseñanzas las tenemos dentro de las mismas epístolas donde se refutan. De ahí que Pablo, saliendo al paso de esos errores, diera cuatro advertencias seguidas:



1) “Mirad que nadie os engañe…” ¡No son válidas aquellas argumentaciones basadas en “filosofías y huecas sutilezas” que contradicen las claras enseñanzas de las Escrituras, por muy bien “presentadas” que estén! ¡No los escuchéis! (Col.2.8) ¡Ni caso! 



2) “Vosotros estáis completos en él –en Cristo-” (Col.2.10) ¡No os falta nada! No importa lo que dijeran aquellos u otros más modernos, como los mormones, los llamados “testigos ‘cristianos’ de Jehová” o los “Adventistas del Séptimo Día”, u otros que pudieran ser “más parecidos” al llamado pueblo de Dios. ¡No les hagáis caso!



3) “Nadie os juzgue en cuanto a comida o bebida…” (Col.2.17) ¡Todo eso tuvo su tiempo y lugar a fin de enseñar al pueblo de Israel! Ahora está fuera de lugar cumplir con esas cosas. No obstante tenemos a los nuevos “judaizantes” que se nos presentan diciendo que “tenemos que volver a la Torah y guardar la ley de Moisés”. Ese es el viejo pero “renovado” legalismo de hoy que está causando estragos en muchas iglesias. Pero a la luz de las enseñanzas del Nuevo Testamento están totalmente errados. ¡Ni caso!



4) “Nadie os prive de vuestro premio…” (Col.2.18). ¿Qué premio? Frente a lo que decían los enemigos del Evangelio que los creyentes de Colosas les faltaba algo… Pablo escribió: “Mas vosotros estáis completos en él” (Col.2.9-10).“Dios nos ha bendecido con toda bendición espiritual… en Cristo Jesús” (Efe.1.3). En otro lugar diría el mismo Apóstol Pablo: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”(Rom.14.17). Y a mensajes parecidos hoy día ¡Ni caso!



Por tanto, nadie tiene derecho a arrebatarnos lo que Dios ha hecho y nos ha dado en y por medio de Cristo Jesús. ¡Ni caso!



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El legalismo que hemos conocido



Todo lo dicho anteriormente, nos hace pensar que toda falsa doctrina o concepto equivocado acerca de cómo agradar a Dios tiene su parte práctica, también errada. Y eso trae serios problemas al creyente, en su relación con Dios y con los demás. En las Escrituras tenemos principios que hemos de aplicar a nuestra vida, pero no tenemos por escrito cada una de las cosas que hemos de hacer en cada caso y circunstancia. Dichos principios podemos aplicarlos con la guía del Espíritu Santo y la sabiduría que recibimos de Él. Sin embargo, muy a menudo descubrimos que una gran mayoría de creyentes prefieren que se les diga lo que tienen que hacer. Así les resulta más fácil el tomar decisiones. Pero mucho va a depender de la cultura en la cual vivan y la cosmovisión que sus maestros-guías les transmitan. En la mayoría de los casos el códigode los llamados creyentes legalistas está formado a base a prohibiciones, prohibiciones y más prohibiciones. Y, desde luego, siempre van a encontrar “un texto bíblico” para justificar tales prohibiciones. Aquí expongo algunos ejemplos de lo que digo y que vivimos en el pasado. (Afortunadamente, pasado)



Una visión sesgada de lo que es el arte



Hace más de 40 años, estaba en un gran centro comercial con un pastor, haciendo tiempo para llevarlo a cierto lugar. Estábamos viendo unos cuadros, copias de grandes artistas. Enfrente de nosotros teníamos un cuadro de “el Greco”, en el cual aparecía Juan el Bautista bautizando a Jesús con una concha de almeja. Como no me pareció que eso se ajustaba a la verdad, le pregunté al pastor: ¿No crees que a través del arte se podría expresar mejor la verdad que aparece en la Biblia? Puedo recordar que apenas me dejó terminar la frase y, de manera tajante, me dijo: “Yo no lo haría de ninguna manera”. Así de golpe, mi interlocutor se cargó toda la historia del arte religioso; y los que recibían sus enseñanzas tendrían, lógicamente, la misma visión. Basados, lógicamente, en Éxodo 20, donde se prohíbe el hacer imágenes, con la finalidad de rendirles culto. 



Esa visión sesgada de lo que es el arte religioso, también se trasladaba al cine, dado que no se veía bien ir al cine, “porque es mundano”, decían y “porque los artistas ‘fingen’ ser lo que no son” (¿?). Lo mismo se aplicaba a la televisión y a la música y el uso de ciertos instrumentos musicales. Al respecto, tenemos algunos recuerdos que dan cierto rubor traerlos al presente. Antes de ser creyente, mi abuelo me regaló unos discos antiguos de pizarra, de flamenco, en los cuales aparecían cantaores clásicos como don Antonio Chacón, don Manuel Vallejo, “el niño de la Huerta”, Pepe Pinto y Pastora Pavón, “Niña de los Peines”, etc. También tenía ocho o diez discos de zarzuela… Pues bien, llevado por la idea transmitida en el contexto “religioso-evangélico” de que todo eso era “mundano”, los discos de flamenco se los regalé a un vecino nuestro. Los segundos –long-play- de zarzuela, los rompí con mis propias manos (¡Mi trabajo me costó!). Muy pocos años después, supe que aquello no me había hecho “más santo” delante de Dios de lo que era antes. Pero en toda esa nueva visión de las cosas… los libros de Francis Schaeffer me ayudaron mucho; sobre todo uno pequeñito, titulado: “Arte y Biblia”. (Ed. Evangélicas Europeas)



Poco después en cierta ocasión me visitaron en casa un pastor con un creyente. Yo acababa de comprar un disco de Jorge Cafrune. Me gustaba oír su “gruesa” y poética voz. Tenía una canción en la cual hablaba de “América Latina… que alguien describió –decía- como un mendigo sentado en un montón de oro”; haciendo alusión a sus riquezas y, sin embargo, sus gentes padeciendo tanto a causa de las injusticias. Como a mí me había gustado tanto esa canción, se la puse a mis visitantes. Por sus tenues gestos vi que estaban “aguantando” hasta el final. Así que cuando terminó la canción, ninguna palabra, ningún gesto de aprobación, ninguna expresión de “me gusta” o “es interesante”. Los dos se encogieron de hombros y se fueron. 



¿Cómo se puede permanecer impasible ante la belleza de una poesía, el rasgado de una guitarra que acompaña a una voz más que rasgada, expresando todo el sentimiento de tanto dolor junto…? Y todo porque a juicio de ellos, aquello “era mundano”. ¿No hay nada en la cultura que sea redimible? ¿Todo está tan degenerado y podrido que debe ser desechado? ¿No será más bien que aquellos que no han entendido la gracia de Dios para ser salvos y para ser verdaderamente santos, necesitan de “algo más”; ese “código” compuesto a base de “preceptos” basados en el “no veas, no toques, no te vistas así o asá; no vayas, no entres (sobre todo a un templo católico, en un funeral o una boda); no comas, no bebas, etc., etc.? Pero estaba convencido de que más que gracia y bendición, esa forma de ver la vida cristiana más que enriquecer al creyente lo empobrece a límites que el que está bajo ese yugo del legalismo, no puede percibir.



En relación con el arreglo personal de las mujeres



Y espacio faltaría para hablar del arreglo personal de las mujeres (¡los hombres muchísimo menos!). Hace décadas nos decía un pastor que en la iglesia donde se habían criado, nada de vestidos de colores llamativos; el color gris o de otros apagados eran los preferidos, dado que así creían que eran más “espirituales” y acordes con “la vida santa”. Sobre este tema se han gastado ríos de tinta, al menos durante las décadas de los años 50 á 70 y parte de los 80. El no al uso de pantalones por parte de la mujer y el no al uso de joyas de ningún tipo, ni de maquillaje en su arreglo personal. De otra forma en muchas iglesias las mujeres que no hacían una renuncia a todo eso, no podían ser bautizadas; y si bautizadas dejaban de seguir las “normas” (el “código”) eran catalogadas de “mundanas” y “carnales”; y en muchos casos, puestas en disciplina.



Sin duda, todo eso y otras cosas más han conformado los “códigos” que los así enseñados se prestaban y se prestan en muchas iglesias, hoy día, a cumplirlo a raja-tabla; incluso, en muchos casos, mirando a los demás que no lo seguían y lo siguen, por encima del hombro, creyéndose más “santos” que aquellos. Nada nuevo.



Para concluir diremos que en nuestra relación con Dios, no hemos de depender de ciertos códigos. Muchos de esas “listas” de cosas que no se podían o sí se podían hacer formaban y forman parte de la manera de ver y entender la vida cristiana en base a la propia cultura de cada cual; la del misionero, la del pastor o la del creyente en particular. De ahí que lo que en un lugar se consideraba como “malo” en otro lugar no tenía la misma calificación. Más bien en la Biblia encontramos principios que son aplicables a cada cultura y situación. Por ejemplo, en ella se nos enseña sobre el decoro y la decencia en el vestir. Y esos principios están vigentes en cada época. Desafortunadamente, en nuestra sociedad hoy día se sabe poco de decencia y decoro al punto que ha afectado también al contexto del pueblo de Dios. Pero luego hay cuestiones más secundarias y es por esa razón que se escribió el capítulo 14 de la epístola a los Romanos y los capítulos 8 y 10.23-33 de la epístola a los Corintios, entre otros. La aplicación de los principios implica tener cierto grado de gracia, sabiduría, entendimiento, prudencia, equilibrio, etc., dado que el Señor espera que en nuestra relación personal con él y nuestra dependencia de su gracia y de su Espíritu Santo, lleguemos a saber qué es lo mejor en cada situación y en relación a lo que nos causa dudas, en vez de depender de una “lista” previamente hecha sobre lo que sí o no tenemos que hacer. Sobre todo si el que hace la lista es un misionero que viene de una cultura diferente a la nuestra y que cree que su cultura es superior a la de los demás. Todo eso no sería posible a menos que sigamos principios tales como a) Buscar primero la gloria de Dios en todo; b) Buscar y sembrar acorde a los principios del reino de Dios, teniendo la paz y la edificación de los demás como objetivo de nuestra vida. Pero eso sí: a lo que la Biblia llama malo y pecado, nosotros no estamos autorizados para llamarlo “bueno”, porque entonces estaremos violando la misma ley de Dios. 



 



 



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