Mejor si lo hace otro, no: mejor si lo hago yo

Tengo una cosa por inoportuna: hacer el bien y que los que observan quieran quitarte las ganas, porque ellos ni lo han hecho, ni lo hacen, ni lo harán.

La lluvia y el viento habían sido devastadores. Hacía años que no se veía nada igual. Si bien la primera hacía falta, el segundo hizo estragos. Entre los diferentes alcorques que adornaban las aceras, un arbolito, vencido por la inclemencia, se encontraba doblado, casi volcado por completo. Las raíces asomaban desnudas fuera de la tierra.

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Pasó un vecino y al verlo, moviendo la cabeza de un lado a otro, se quejó murmurando para sus adentros sobre el poco cuidado con el que los servicios de jardinería habían hecho su trabajo. 

Más tarde pasó un coche patrulla revisando los destrozos y sus ocupantes decidieron que el daño sufrido por el arbolillo no era alarmante.

Luego, un veraneante que había llegado al barrio hacía pocos días, se acercó a la panadería esquivando los charcos y casi tropieza con el tronco doblado. Detuvo su camino e intentaba enderezarlo mientras una observante le gritaba desde su balcón que era trabajo en vano, que no iba a servir para nada y que, además, iba a hacerse daño en las manos, que mejor lo dejara como estaba hasta ver si venía alguna furgoneta con operarios del ayuntamiento, que seguramente ellos traerían todo lo necesario para volver a meter las raíces en la tierra y enderezarlo. Pero el veraneante veía que aquello había que arreglarlo con urgencia. A él se le figuraba que la planta era un enfermo grave, un hombre o una mujer, un niño o una niña y que, mientras esperaba a que se pusiese en marcha el protocolo de emergencia y viniera la ambulancia y se lo llevase al hospital para que lo viese el médico de turno, podría morir. Y es que aquel extranjero que veraneaba en la zona, estaba acostumbrado a cuidar tanto lo que era de su propiedad como lo que no. No hizo caso. Se le había metido entre ceja y ceja que tenía que volver a colocarlo en su lugar, aquellas raíces debían adentrarse en la tierra lo antes posible para seguir creciendo.

Se dio cuenta de que a su alrededor se habían congregado un grupo de personas, jóvenes y viejos, curiosos y charlatanes. Con las manos en los bolsillos opinaban como si estuviesen sentados ante el escenario de un teatro. 

Este hombre del que hablamos entendió a la perfección que si él no salvaba la vida al árbol, nadie lo haría.

Se alejó para ir a buscar algún tutor que pudiera sujetarlo, sí, una de esas barras que se atan y afianza la planta. Compró, además, un rollo de cuerda y algunas bridas. 

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Al arbolito, como bien dice el refrán hay que enderezarlo desde chiquito. Y así quedó, más derecho que un mástil dispuesto a navegar los mares. Su benefactor quedó satisfecho con el trabajo que había realizado sin tener que esperar a que viniesen a arreglarlo un día indefinido. Sabía que ante una urgencia no hay que hacer más que remangarse y hacer oídos sordos a los comentarios negativos que se concentran cerca de los oídos.

Cuando terminó, echó sus pasos en dirección a la panadería y ésta ya estaba cerrada. No le importó. Entonces recordó otro refrán: el de hoy será más largo que un día sin pan. Y volvió a casa sonriendo.

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[title]Por un año más[/title]

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