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¡Cuidado con algunos ‘pactos’!

En las Escrituras, el único Pacto válido que tenemos que aceptar y cumplir es el que Dios hizo ya en y con Cristo Jesús a nuestro favor.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 03 DE ABRIL DE 2024 09:00 h
Imagen de [link]Deb Dowd[/link], Unsplash.

Cuando alguien te dice que hagas un pacto con Dios porque esa es la manera en la cual Dios se relaciona con nosotros, no le hagas caso. Lo más probable es que aquel haya escogido el texto de la historia de Gedeón. Éste, en su relación con Dios “le impuso” la forma en la cual Él debía hablarle y guiarle respecto de lo que Gedeón le estaba pidiendo. Aunque esa no es la forma en la cual Dios trata con nosotros Él escuchó a Gedeón y le contestó acorde con su petición. Entonces, algunos al leer esta historia lo toman como “norma” para su vida, y así lo enseñan a otros creyentes (Ver, Jue. 6.34-40). Pero una vez más nos encontramos con un texto aislado que forma parte de una historia particular (podría ser otra parecida) que, en ningún momento puede establecerse como norma para los creyentes; ni lo fue en el Antiguo Testamento, ni mucho menos en el Nuevo Testamento. Además, al demandar de Dios una petición acorde con “nuestro método” cabría la posibilidad de que, como reza el dicho, “nos salga el tiro por la culata”. Se cuenta que en cierta ocasión un creyente le dijo al Señor: “Señor voy a abrir mi Biblia y las primeras palabras que vea, las tomaré como que tú me estás guiando”. Así que el creyente “lleno de fe” abrió su Biblia y las primeras palabras que vio, decían: “Y salió y fue y se ahorcó” (Mt.27.5). Entonces, no muy convencido de que esa era “la guía” del Señor para él, creyó que se había equivocado y volvió a repetir la acción poniendo “toda la fe” que podía en el intento. Abrió su Biblia nuevamente, y las primeras palabras que vio, decían: “Ve, y haz tú lo mismo” (Lc.10.37). Así que si la primera “respuesta” sorprendió al creyente, la segunda le causó un gran disgusto. 



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El ejemplo es uno más de otros muchos que se podrían poner del disparate que resulta de usar un texto de la Escritura y una acción, sacados de su contexto y establecerlos como “norma” en nuestra vida de relación con Dios. Entonces, todo esto de “hacer pactos con Dios” viene a cuento porque hace muchos años le oí decir a un pastor, con cierta insistencia:“Nosotros debemos hacer pactos con Dios y seguirlos”. Al parecer, era su convicción y era su norma. Pero como otras muchas cosas que vemos y oímos, esa era una creencia y práctica que no tiene soporte bíblico alguno. Pero mientras él hablaba, yo pensaba en que esa era una forma de imponerle a Dios un “pacto”, al cual él debía someterse. ¡Sorprendente! Entonces me venía a la mente que en las Escrituras el único Pacto –con mayúsculas- válido que tenemos que aceptar y cumplir es el que Dios hizo ya en y con Cristo Jesús a nuestro favor. Luego, cuando por la fe en Jesucristo entramos y llegamos a formar parte de ese pacto, descubrimos que es un pacto completo, perfecto, concluido y establecido de forma definitiva, para el pueblo de Dios. A ese pacto no le falta nada; ni en relación con las ordenanzas divinas para nosotros, ni tampoco en relación con las promesas divinas: Promesas de perdón y de reconciliación con Dios por medio de la justificación por la fe en Jesucristo; promesas de enseñanza y guía para nuestras vidas; promesas de fortaleza, de fe, de esperanza, de consuelo, de guarda, de cuidado y de seguridad; de amor, de aceptación, de vida eterna, etc., etc. ¿Qué más necesitaremos si en todo ha pensado nuestro buen Dios? ¿Acaso se le ha escapado algo a él? Por otra parte, ¿le impondremos alguna condición nosotros a él? ¿Le condicionaremos sobre la base de lo que nosotros pensamos, deseamos o dispongamos? Eso sería tanto como “tentar a Dios”. En todo caso es mejor atender al pacto que Dios hizo en Cristo Jesús a nuestro favor. Ese pacto está respaldado por el testimonio del Espíritu Santo en toda la Sagrada Escritura. Dice en Heb.10.15-17: 



Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones”.



Y a esto, se le añade: 



Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo (el de Jesús) cuanto 



es el Mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores 



promesas (Hb.8.6-13) 



Por tanto, todo énfasis en otro tipo de “pactos” que no sea ese “mayor” y “mejor pacto” que Dios ya hizo en Cristo Jesús, no tienen sustento bíblico alguno que los avale; y todo cuanto no tiene apoyo bíblico, sólo traerá frustración, desencanto e incluso podría afectar a la fe de forma muy seria a los que los siguen; mientras que aquellos que lo enseñan y lo propagan a los cuatro vientos, viven en su “nube” de una aparente auténtica espiritualidad. Pero a todo eso, ¡ni caso! Porque sobre esto no tenemos mandato divino; y por tanto, tampoco derecho alguno a realizarlos. Así que, por nuestra propia salud espiritual, es mejor no hacer caso a ese tipo de enseñanzas y prácticas. Otra cosas sería el que nos comprometiéramos a hacer algo sobre la base de algunas de sus demandas en las cuales sabemos que las tenemos descuidadas. Eso no tendría nada que ver con “hacer pactos con Dios”.



Por otra parte, y siguiendo con usar pasajes de forma incorrecta, hace años supimos de un “apóstol” que enseñaba a los pastores de su organización a hacer “pactos de amistad” con aquellos que apuntaban al liderazgo dentro de sus iglesias. El “apóstol” (“falso apóstol” y “obrero fraudulento” -2ªCo.11.13-14-) basaba ese “consejo” y práctica, en el pacto que David y Jonathan, el hijo de Saúl hicieron el uno con el otro (1Sm.18.1-4). Algo, que en ciertas circunstancia puede tener sentido entre dos personas, de igual a igual, a efectos de tener una verdadera amistad que estará por encima de todas las dificultades que pudieran presentarse en el camino.



Sin embargo, ese “pacto de amistad” de David y Jonathan, fue tomado por el “apóstol” mencionado para hacerlo con aquellos que descollaban en el liderazgo pero no “de igual a igual” sino de “apóstol a creyente ‘raso’”. Con el tiempo se vio que usaba, por una parte, su autoridad espiritual como “apóstol” y “pastor” para demandar de aquel creyente lo que creía oportuno; y si aquel tenía duda al respecto, el “apóstol” le recordaba su “pacto de amistad” el cual “habían hecho delante de Dios”. El asunto es que algunas cosas que le demandaba aquel dirigente, estaban en contra del pacto que el creyente tenía hecho con su esposa, por la vía del matrimonio. Cuando la esposa se dio cuenta de aquella manipulación, protestó, argumentando que ella se había casado con su marido pero no con el “pastor” ni con el “apóstol”. No hubo manera de reconducir aquello: “La esposa tiene que someterse a su marido, como al Señor” (Ef.5.23-24). “Y si no, es que no es la esposa que Dios te ha dado para ti”. Así le decían al marido. 



Aquella autoridad espiritual estaba muy por encima de lo que la esposa pensaba y decía; ni a su conciencia respetaron. Así que después de ocho años de matrimonio, sin mayores problemas… fue roto. Con las tensiones que sufrió la esposa, el bebé que esperaba, se perdió. Por lo visto hay “líderes” “apóstoles” y “pastores” que se creen ser Dios y que la obediencia que les deben los demás, es de carácter absoluto, la misma que le debemos a Dios. Pero eso es propio de las sectas religiosas, y peligrosas. 



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Por eso, cuando oímos de “hacer pactos” sea con Dios o entre hermanos… hemos de argumentar que el único Pacto (con mayúsculas) al que hemos de estar sujetos es el que Dios ha hecho en Cristo por nosotros, a nuestro favor, y en el cual también cabe el pacto matrimonial. Todo “pacto” que no esté dentro de es gran y perfecto Pacto de carácter divino, debe ser analizado con mucha atención; porque lo que podría presentarse como “una gran bendición” podría ser una trampa “mortal” para nuestra propia vida de relación con Dios y, consecuentemente, nuestra vida espiritual. 



Una vez más, y de fondo nos parece oír las palabras del Señor: “El que tiene oídos para oír, oiga”.



 



 



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COMENTARIOS

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Alfredo
04/04/2024
09:36 h
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Como escribió Lucas Magnin en Protestante Digital y lo comprobamos a diario: "La Historia nos enseña que a la Biblia se le puede hacer decir cualquier cosa". Si alguien opina "mi doctrina es bíblica" y se aferra a su opinión ya tenemos en la práctica lo que en realidad es Solo Escritura ¿Por qué enseñó Pablo que la Iglesia, no la sola Escritura, es columna y fundamento de la verdad?
 



 
 
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