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¿Puede estar triste un corazón que tiene a Cristo? (2)

En este asunto de la tristeza y el gozo, haríamos bien en mirar a nuestro bendito Maestro.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 28 DE FEBRERO DE 2024 11:11 h
Imagen de [link]Redd F[/link] en Unsplash.

Una de las características del cristiano ha de ser el gozo que experimenta cuando la salvación llega a su vida, por el conocimiento del Señor Jesús. Ese gozo no vino para irse, sino para quedarse; ¡y para quedarse para siempre! (J.16.22). Además, es un gozo “completo” (J. 15.11). Pero eso no quiere decir que no vamos a pasar por momentos difíciles en los cuales vamos a experimentar sentimientos de tristeza o dolor. Esa es la otra cara de la moneda, que ya vimos en la anterior reflexión. Pero Jesús ya adelantó eso mismo, cuando dijo a sus discípulos: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (J.16.33).



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En principio hemos de aclarar que el gozo a veces se expresa en una alegría evidente, porque uno está contento por la obra de Dios en su vida y por coincidir, además, por momentos de la vida en la que no hay zozobra ni dificultades. Pero el gozo no tiene porqué expresarse siempre en una alegría desbordante. Más todavía, en el creyente se puede producir la gran paradoja de estar triste y gozoso al mismo tiempo. Porque, el gozo así como la paz, no dependen de factores externos, sino de la obra de Dios en nosotros. Por lo tanto y aunque parezca una contradicción, el creyente podrá estar pasándolo mal pero a la vez tendrá un gozo interno y una paz que él mismo no puede explicar, dado que ni siquiera depende de algo que él haya hecho, sino de lo que Dios ha dicho y ha hecho en y por Cristo Jesús. Luego, es posible que los sentimientos negativos pudieran “apagar” el gozo durante un tiempo; pero el creyente fiel, no tardará en percatarse de que no es que el gozo se fue, abandonándole, sino que los sentimientos negativos opacaron momentáneamente la realidad de la obra más trascendente de Dios en él.



Por otra parte ante las promesas divinas todo dolor y tristeza quedan tan empequeñecidos que pierden aquel efecto devastador que podrían tener en nosotros si no tuviéramos esa “bienaventurada esperanza” (Ti.2.13) y que se traduce, entre otras cosas en, “un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2ªCo. 4.17). El apóstol Pablo sabía bien esto. Por eso exclama: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente, no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8.18). Sólo el pecado puede hacer que se pierda el gozo (Salmo 51.12); pero los dolorosos “porqués” que le dirigimos a Dios, solicitándole razón por nuestras perplejidades, tristezas y dolor no tendrían por qué estar desasistidos de cierta medida de gracia y de gozo “en el Señor”. Esa fue la experiencia del profeta Habacuc. Sabiendo anticipadamentge la gran tragedia que iba a venir sobre el pueblo de Israel, perplejo y tal vez confundido, el profeta pregunta a Dios (Hab.1.13); pero Dios no contesta quitando la razón del sufrimiento que habrían de padecer, sino dándole una respuesta acerca de cómo el justo debería encarar el duro futuro por el cual tendría que pasar el pueblo. Luego, cuando Habacuc recibió la respuesta divina, escribió aquel cántico que tantas veces hemos cantado en nuestras comunidades y también muchos en medio de grandes dificultades.



Aunque la higuera no florezca/ Ni en las vides haya frutos/ Aunque falte el producto del olivo/ Y los labrados no den mantenimiento/ Y las ovejas sean quitadas de la majada/ Y no haya vacas en los corrales/ Con todo, yo me alegraré en Jahvé/ Y me gozaré en el Dios de mi salvación/ Jahvé el Señor es mi fortaleza/ El cual hace mis pies como de ciervas” (Hab. 3.17-19)



Pero en este asunto de la tristeza y el gozo, haríamos bien en mirar a nuestro bendito Maestro, el cual cuando tuvo que enfrentar sus propios sufrimientos antes y durante la crucifixión, estando en el huerto de Getsemaní donde experimentó una lucha y angustia indescriptible, exclamó: “Una tristeza mortal está invadiendo mi alma” (Mt.38). Sin embargo, el autor de la carta a los Hebreos, animando a sus destinatarios explicó que, debido a la perspectiva que tenía el Maestro, pudo enfrentar dicha tristeza y angustia, con cierta medida de gozo:



Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He.12.2)



A la luz de estas palabras, podríamos decir que si bien un cristiano puede estar pasando por un tiempo de tristeza y de dolor, la perspectiva que tiene de la vida, gracias a las claras, ciertas y seguras promesas divinas puede proporcionarle una esperanza al momento presente que le hace experimentar gozo aún en medio de las dificultades, sin que por eso la tristeza y el dolor huyan de él (Ro.5.2). Luego, no hemos de ignorar y mucho menos menospreciar, el hecho de que cada dificultad que pasamos en nuestra vida, podría estar destinada por Dios para proporcionarnos cierta medida de crecimiento (Ro.5.3; St.1.2-5; Ro.8.28). Eso es un proceso por el que todos hemos de pasar de una manera o de otra. Después, en la medida que crecemos estaremos capacitados para ayudar a otros. Mientras tanto, sea el tiempo que sea por el cual estemos pasando, echemos mano de los recursos divinos y preparémonos sabiendo que, como dijo Jesús, “en el mundo tendréis aflicción”. No sea que cuando menos acordemos nos vengan las aflicciones y estas nos cojan completamente desprevenidos.



Las palabras de Jesús o son verdad o no lo son. ¡Y sabemos que son verdad! Si Él ha dicho que el gozo se basa en su palabra declarada y que dicho gozo será “completo” (J.15.11) y que, además, el gozo que Él nos da “nadie os lo podrá arrebatar” (J.16.22) o dijo la verdad o mintió; y nosotros sabemos que Jesús no solo dijo la verdad, sino que Él mismo era “la Verdad” personificada (J.14.6). Y como un ejemplo práctico y precioso que siguió a las palabras de Jesús, tenemos el testimonio de los que experimentaron el gozo de haber visto la realidad de la veracidad de las palabras de Jesús, a través de su propia resurrección. Hecho histórico que reivindicó no solo el valor de su Palabra sino al mismo Jesús como el Hijo del Dios viviente, el Redentor y Salvador del mundo. Esa fue la razón por la cual sus discípulos pudieron experimentar el gozo aun en medio de las amenazas y de la persecución. Así fue cuando después de haber sido azotados y amenazados, Pedro y Juan,



“…salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hch.5.40-41).



Y no hace falta ser apóstoles del Señor para experimentar lo mismo. Unos recién convertidos por la predicación del apóstol Pablo y Bernabé comenzaron a sufrir oposición y persecución sobre ellos. Pero dice el texto:



Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo” (Hch.13.50-52).



Luego, qué diremos de la carta escrita a los creyentes de la ciudad de Filipos. Pablo estaba en la prisión y sin embargo, escribe con deleite a sus lectores y aparte de predicar con el ejemplo, les anima una y otra vez a gozarse: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Flp.4.4). Eso parece una gran contradicción dado que el apóstol estaba en prisión; pero eso forma parte de las varias paradojas de la vida cristiana. ¡En realidad, la vida cristiana es una gran paradoja! Algo en lo cual el apóstol mencionado estaba experimentado. Así escribió:



Como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo…” (2Co.6.9-10).



¡Cuántos habrán ido a ver a un enfermo terminal con la pretensión (humilde) de consolarlo y han vuelto ellos mismos consolados! ¡Cuántos de su propia pobreza han enriquecido a muchos, más que por la abundancia que repartían, por el amor con el cual lo hicieron! ¡Cuántos desde sus padecimientos han recibido fuerzas en su flaqueza y han sabido y podido comunicar cierta medida de gozo, consuelo y esperanza a los que lo necesitaban! ¿No es Dios el que lo hace por su Espíritu Santo que está en nosotros? ¿Y acaso Él está limitado por nuestros propios sentimientos? ¡No! Él no está limitado. ¿No hemos leído aquello que está escrito, que “Él hace las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros…”? (Ef.3.20)



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Pero luego, también hemos de tener en cuenta que en todo esto del sufrimiento y los sentimientos negativos que asaltan a muchos cristianos apoderándose de ellos, no hemos de olvidar que a lo largo de la historia se han dado muchos casos en los cuales, la cantidad, la presión y la intensidad del sufrimiento así como su duración, han sido tan grandes que personas que en otras circunstancias se mantuvieron firmes y confesaron su fe, sin embargo hubo un momento en el que debido al aparente “silencio de Dios” y la “ausencia” de su gracia, fueron afectados en su propia fe, perdieron el gozo y llegado el momento, negaron la fe que antes habían profesado.



Personalmente no tengo una respuesta que explique el por qué no encontraron ellos mismos esa medida de gracia que les permitió soportar hasta el final el sufrimiento. Ni siquiera yo estoy seguro de que, llegado el momento estaré firme, excepto por la gracia de Dios. Pero tengo el convencimiento de que Dios, mucho más sabio, comprensivo y compasivo que nosotros, los tendrá en cuenta “en aquel Día”. Pero de lo que no tengo ninguna duda es de que su Palabra sigue siendo verdad y que “las aflicciones del tiempo presente (que a veces parecen ahogar nuestro gozo en el Señor) no son comparables con las gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro.8.18). Y también estamos seguros de que “nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús” (Ro.8.35-39). Porque nosotros vemos nuestra vida con una limitada perspectiva; y a veces no del todo correcta. Pero desde la misma Revelación de Dios somos invitados a tener la misma perspectiva divina, más alta, más amplia y más profunda que la que todos nosotros juntos podamos tener. Luego, los juicios y las precisiones que nosotros solemos hacer con cierta frecuencia -¡y a veces, con bastante ligereza y falta de compasión!- preferimos dejarlo en las manos de nuestro justo y misericordioso Dios. Mientras tanto, nos hacemos eco de aquellas palabras, ya recordadas, del Apóstol Pablo: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos!” (Flp.4.4)





 


 

 


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COMENTARIOS

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Alfredo
29/02/2024
12:17 h
2
 
Si permanecemos en su amor el corazón no puede estar triste: "permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido" Juan 15:1-11
 

benjaminbt benjamin
28/02/2024
21:54 h
1
 
Hace años escuche una definicion de tristeza: "Es una dulce mezcla de amor y de enojo": Se la oi a D. Francisco Lacueva, ya con el Señor, y me sorprendio al principio, pero, repensandola muchas veces, creo que es una acertada comprension de lo que la tristeza representa. Por lo menos, en el caso de un cristiano.
 



 
 
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