Así, dentro de estos conceptos individualistas, no suele pensarse en la pobreza como una cuestión social, estructural, que me compete y me interpela en el momento en que yo también soy un ser social y que de mí también dependen el funcionamiento de muchas estructuras sociales injustas que regeneran la pobreza en el mundo.
No nos damos cuenta, o, quizás, no queremos darnos, de que la pobreza es una realidad de dimensiones masivas, enormes, escandalosas y vergonzosas para la humanidad. Hay en el mundo naciones, pueblos, sectores masivos sumidos en la pobreza. Una realidad vergonzante que, a pesar de todo, los cristianos no quieren sentirse interpelados por ella y, en muchas ocasiones, pasan de largo, quizás, en muchos casos, caminando a la condenación como el sacerdote de la parábola del Buen Samaritano.
Hay que entender el concepto de pobreza centrándolo en su contexto social mundial como víctimas de la injusticia social y de los acumuladores y opresores del mundo, víctimas de las estructuras sociales de poder socioeconómico, no dadas por naturaleza, sino creadas por el propio hombre y sus sistema de cosas, que aplastan y excluyen a más de media humanidad.
La pobreza no es una realidad fatal dada por causas naturales en el mundo. Es una realidad histórica que puede ser cambiable y evitable. No hay que caer en el fatalismo en el que, muchas veces, son lanzados algunos pobres, fatalismo que consiste en pensar en la pobreza como un “fatum” o un destino personal. La pobreza, al ser una realidad histórica, tiene culpables, hay personas que acumulando neciamente, la producen, la mantienen y la van reproduciendo. Estos culpables cuyas acciones y despojos van cuajando en estructuras y sistemas, van creando víctimas.
Así, los pobres no son pobres por simple destino personal. Son víctimas. Por tanto, justificamos así el concepto que ya hemos dicho en varios artículos míos a lo largo del tiempo: Los pobres no son pobres, sino empobrecidos. Los pobres no son pobres por su propia naturaleza, sino despojados. Los pobres no lo son por un fatum o un destino personal, sino que son los desposeídos de una tierra que produce para que todos podamos participar de sus riquezas de forma igualitaria. La pobreza es un hecho social inducido, producido y, por ende, escandaloso y vergonzante para toda la humanidad.
La causa contraria y causante de la pobreza, no es la incompetencia de los pobres, no es una causa natural que afecta a algunos y de la que nadie tiene la culpa. La causa antagónica y causante es la acumulación de riqueza. La Biblia lo reconoce así, cuando dice a los ricos:
“La escasez del pobre está en vuestras mesas”.
La pobreza es una balanza desequilibrada por la injusticia, la opresión, la acumulación desmedida de bienes y el robo. Todas estas causas desequilibrantes y que dan lugar a mantener y agrandar los almacenes de algunos como si toda la tierra fuera suya, son el correlato de la pobreza, su parte contraria y causante de esta realidad vergonzante.
La conclusión es sencilla y fácilmente comprensible: hay ricos porque hay pobres y viceversa. Hay oprimidos y despojados porque hay opresores y despojadores. Hay excluidos porque hay marginadores que lanzan a más de media humanidad a los márgenes de los caminos de pobreza y opresión. Son excluidos simplemente porque no se cuenta con ellos como si en el mundo hubiera un sobrante humano que hay que relegar al baúl del olvido… pero ese sobrante humano tiene unas dimensiones de escándalo y vergüenza. Los cristianos tenemos a nuestro prójimo tirado al lado del camino y pasando hambre. Debemos detenernos movidos a misericordia.
Hoy se puede decir que la pobreza es una realidad estructural, social, en una sociedad en donde han ido cuajando estructuras injustas de poder económico que tienen su raíz en la avaricia, en el egoísmo humano, en la falta de misericordia, en la falta de amor y en la falta de una fe viva que, necesariamente, para no morirse, debería estar actuando a través del amor. La avaricia, que es un tipo de idolatría, y el egoísmo humano, cristaliza dando lugar a estas estructuras demoníacas, a estas estructuras que nos sitúan al hombre como un ser vergonzante e insolidario. Esta avaricia y egoísmo es el alimento que da vida a estas estructuras y a un sistema mundo injusto y opresor.
Hay que evangelizar estas estructuras. Hay que evangelizar a un mundo de avaros, injustos, egoístas y ladrones de hacienda y dignidad de los pobres, para que estos se conviertan, cambien y compartan. Hay que evangelizar a los que se mueven dentro de esas estructuras sociales en donde cristaliza el egoísmo humano, esos sistemas empobrecedores de más de media humanidad. Hay que trabajar para que esas estructuras sociales y sistemas en donde ha cristalizado la avaricia humana, salten hechos pedazos… y en esa lucha y en esa dinámica deben estar los cristianos, como buscadores de justicia y seguidores de un Dios justo que se sitúa al lado de los pobres de la tierra.
Así, cuando hacemos asistencialismo en nuestras iglesias y nos preocupamos por “nuestros pobres” que acuden a nuestras puertas, no hemos de desvincularlos de esta visión histórica, dialéctica y estructural que nos va a lanzar a ser denunciadores de un mundo injusto en el que no hay pobres, sino empobrecidos por la avaricia y el egoísmo humano. La labor asistencial que hacemos en nuestras iglesias ha de ser completada con esta visión que nos ha de lanzar a la denuncia profética y a la búsqueda de justicia.
Quizás así, los cristianos comencemos a ser buscadores de justicia, acercadores de los valores del Reino, parte constituyente de iglesias que se separan del antirreino y comienzan a ser iglesias del Reino… en el compromiso que nos demanda la fe y la vivencia de la espiritualidad cristiana. Si no es así, seremos religiosos, servidores del ritual, pero ajenos a un Dios que no va a escuchar nuestras preces insolidarias ni nuestras oraciones vacías.
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