Ser cristianos no nos deshumaniza; al contrario, nos humaniza mucho más y debería hacernos más sensibles al dolor propio y al de los demás.
Había una canción cristiana que cantábamos hace muchos años que decía: “No puede estar triste un corazón que tiene a Cristo…” No tengo ningún interés en desprestigiar al autor de dicha canción, pero a la luz de las evidencias de las enseñanzas de la Biblia y de la propia experiencia de muchos hijos e hijas de Dios, parece que dicho canto no se ajusta del todo a la verdad.
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Lo cierto es que hay muchos en el pueblo cristiano que enseñan de acuerdo a la letra del canto mencionado. Incluso se acercan al prójimo con mensajes bíblicos, tan triunfalistas como simplistas, haciendo más mal que bien al que sufre. Eso seguramente será porque todo les irá muy bien en la vida a todos los efectos, o porque han llegado a la perfección (¡cosa increíble!) o se han vuelto sobrehumanos. O que incluso se dan a “medir” las experiencias de los demás, teniéndose ellos mismo como “modelos” sin reparar en que eso sería un verdadero disparate. Claro, tarde o temprano a ellos también les alcanzará la prueba, quizás de forma inesperada y posiblemente más dura de lo que hubieran imaginado. Entonces, ellos van a necesitar un tiempo para asimilar el nuevo estado; pero mientras tanto, aparecerán los sentimientos antes negados. Así que, lo contrario a la idea de que un cristiano no puede estar triste, es la verdad. Otra cosa es que esté siempre triste; pero cabría la posibilidad de que tanto la tristeza y el gozo pudieran darse a la vez en el interior del creyente.
La misma pregunta que encabeza este escrito se contesta fácilmente con algunos textos bíblicos. Por ejemplo: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mt. 5.4). Es evidente que el Señor da por sentado que habrá un tiempo en el que sus discípulos van a llorar desconsolados y van a necesitar de consuelo. Las razones serán muy variadas: pérdidas de seres queridos, injusticias sufridas, traiciones por parte de aquellos en los cuales confiábamos, enfermedades repentinas, hijos rebeldes, expectativas frustradas y aun el mismo sufrimiento de otros que nos rodean y al cual no podemos ser insensibles. La lista de causas que podrían provocarnos grandes tristezas y dolor sería interminable. Si no fuéramos humanos no hablaríamos así; pero ser cristianos no nos deshumaniza; al contrario, nos humaniza mucho más y debería hacernos más sensibles al dolor propio y al de los demás; por eso el sufrimiento y la tristeza se hacen mucho más evidentes.
Luego, el apóstol Pablo da una recomendación a los creyentes en general: “Gozaos con lo que se gozan; llorad con los que lloran” (Ro. 12.15) lo cual pone de manifiesto que si bien hay tiempos en los cuales experimentamos gozo, también hay tiempos en los cuales vamos a llorar y estar tristes. Lo contrario del gozo, no es el llanto, sino la tristeza; pero el llanto sería la evidencia de nuestro dolor y tristeza interior. Entonces, el apóstol reconoce que en la comunidad cristiana habrá miembros que estén pasando por un tiempo de dolor y tristeza y que dichos miembros necesitarán de esa compañía que les hagan sentir que no están solos, que son comprendidos en la medida que son acompañados en su propio dolor por aquel o aquellos que de forma compasiva, simpatizan con ellos. Estos compañeros/as de viaje serán usados por Dios para traer la consolación que necesitamos, en el tiempo de la prueba.
Después, el mismo apóstol Pablo habla de momentos en los cuales experimentó la tristeza y que debido a la intervención divina en su vida, recibió el alivio necesario “para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza” (Filp. 2.27). Eso mismo pone de manifiesto que si bien sufría de tristeza en muchas ocasiones, Dios le asistía con el propósito de que una acumulación de tales sentimientos negativos, no le agotaran emocionalmente.
Finalmente, si “no puede estar triste un corazón que tiene a Cristo”, no estaría escrito al final de la Biblia, habiéndose culminado los propósitos divinos lo siguiente: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor (todo lo cual causa profundas tristezas en el corazón de los hijos de Dios); porque las primeras cosas pasaron” (Apc.21.3-4) ¡Bendita seguridad! Porque nuestro Dios hará posible que dejando atrás todo tipo de sufrimiento, hará posible que entremos en ese estado de gracia y de perfección!
Pero por otra parte, si no pasamos por el dolor y el sufrimiento que trae tantas tristezas, como el mismo Señor Jesucristo pasó y nos enseñó ¿cómo podremos comprender y simpatizar con el que sufre y pasa por momentos de profunda tristeza? Porque nadie puede dar lo que no tiene y nadie puede enseñar lo que no ha aprendido.
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Concluimos con esta primera parte diciendo que, en todo lo dicho hasta aquí, no hay ninguna razón por la cual, mientras podemos estar sufriendo por alguna causa, no podamos a la vez sentir el gozo del Señor por otras causas totalmente diferentes y que pertenecen a esas grandes bendiciones con las cuales Dios ha bendecido a sus hijos e hijas.
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